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KYRIAKOS DELÓPULOS
AKIS Y LOS OTROS


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KYRIAKOS DELÓPULOS
AKIS Y LOS OTROS Novela
Traducción de María José Lago Eizaguirre Virginia López Recio Revisado por Moschos Morfakidis
Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas


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Biblioteca de Autores Griegos Contemporáneos Director de Serie: Moschos Morfakidis
DATOS DE PUBLICACIÓN Título original: Ο Άκης και οι άλλοι Autor: Kyriakos Delópulos Traducción: María José Lago Eiziguirre, Virginia López Recio Nº en la serie: 3 pp.: 174 1. Literatura. 2. Novela
© de la edición griega: Εκδόσεις Καστανιώτης © de la 2a edición española: Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas C/Gran Vía, nº 9-2ºA, 18001, Granada/ Fax: 958-220874 Maquetación: Jorge Lemus Pérez ISBN: 978-84-95905-58-1
Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial de la presente obra preceptiva autorización.


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CAPÍTULOS DE LA NOVELA
NOSOTROS (Donde escribo sobre mí y sobre los otros)
COMO (Donde hacen lo que pueden para hacerme comer)
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EL GAFE (Donde me sacó la seño a la pizarra y lo hice todo mal) 21
PLANTAMOS CON DISEÑO (Donde Lila, Lela y Lula nos hicieron plantar las flores) 25 EL ARMARIO MISTERIOSO (Donde yo ni lo he visto ni lo conozco)
33
EN EL CAMPO DE FÚTBOL (Donde no teníamos nosotros la culpa, sino los otros que no contaban)
39
FIESTA NACIONAL (Donde el señor director pronunció un discurso y nosotros participamos en la función)
51
MAÑANA HABLAREMOS SOBRE EL MALVAVISCO (Donde la señorita Uranía se enfadó mucho)
EL TÍO ARISTIDIS
(Donde me enteré de por qué lo llaman Nikos)
ACUERDO SECRETO (Donde Moisés nos enseñará un idioma extranjero) INVITADOS (Donde llegaron y no decían de marcharse) LA CONFITURA DE NARANJA CHINA (Donde lo pasó mal la señora Ermioni)
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63
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89
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LA LIMPIEZA ES MITAD NOBLEZA (Donde lo pasé mal yo)
119
¿TE HAS BEBIDO LA LECHE?
(Donde lo pasó mal Dodos)
125
ENFERMO (Donde llegaron los niños y jugamos a la guerra)
137
EL CLUB (Donde lo pasaron mal todos)
EL AUTOBÚS (Donde Vanguelakis tuvo una bonita idea y los otros niños hacían trampas)
131
147
NÍSPORAS (Donde papá las trajo contento y las pisoteó enfadado) 153
CELEBRA Y RECIBE (Donde mi papá celebra su santo y vienen las visitas) 155 ¡ITALIA NOS HA DECLARADO LA GUERRA!
(Y nosotros nos fuimos al sótano)
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NOSOTROS
(Donde escribo sobre mí y sobre los otros)
Los mayores primero
En esta casa de aquí, en el piso de arriba, vive el señor Spiros, o Spiridon, como lo llama la señora Patrula cuando se enfada con él y la señora Patrula vive en la misma casa.
El señor Spiros está muy enfadado hoy. Y ayer lo estaba y todos los días. Hoy, porque no quiere cambiarse de camisa y quiere quedarse con la de ayer y la señora Patrula le dice qué dirá la gente y qué vergüenza pasará. Y no sólo eso. El señor Spiridon no quiere ir al limpiabotas a que le abrillante los zapatos que están todavía llenos de barro desde el domingo.
Estos dos siempre se están peleando y gritándose el uno al otro y después gritan los dos a la vez y confundes las palabras y no entiendes lo que dicen. Cuando no gritan, todo va bien, pero después empiezan de nuevo y si no empiezan de nuevo, hay mucha tranquilidad porque entonces no hablan nada entre ellos y uno va a una habitación y el otro a otra y yo no tengo ganas de comer. Al señor Spiros yo lo llamo papá y a la señora Patrula la llamo mamá.
Ellos me llaman mi tesoro, mi niño, mi amor y mi pequeño. Muchas veces me llaman también por mi nombre.
En la misma casa, que es la casa en que vivimos, vive también la tía Gazia. La tía Gazia es hermana de mamá y le regaña por gritar a mi papá y regaña también a mi papá cuando grita a mamá y entonces regañan ellos a la tía Gazia por regañarles y ella se encierra en su cuarto y canta canciones que tienen palabras que no las entiendo, como ahora que está dentro y dice: Te tengo, en fin, que dejar, ¡oh mi tierra natal!
Llorando, te ve mi mirar, y mi corazón pena tu mal.
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Kyriakos Delopulos
Dorotea es la criada de la casa. Mamá le deja que haga todas las tareas de la casa y siempre le grita y le regaña y a mí me gusta darle puñetazos porque es guapa y al principio no le gustaba y no quería. Y a papá, si mamá no está, le gusta también a él darle puñetazos, pero Dorotea no quiere que le dé puñetazos papá porque se pone roja y entonces él le da pellizcos y con los pellizcos se pone mucho más roja. Dorotea, cuando descansa de sus tareas, de los gritos, los puñetazos y los pellizcos, recuerda su pueblo y llora y entonces va a la ventana por donde ve pasar a los soldados y canta: En una barraca pobre nació un día la de ojos negros, María, sin madre ni padre.
Yo Mi nombre es muy pequeño y tiene tres letras. Cuando lo escribo en nominativo coge cuatro y se convierte en: Akis. Mi mamá dice que tengo de todo y no me falta de nada. Mi mamá tiene razón porque lo tengo todo: dos manos, dos pies, una cabeza con una nariz, dos orejas y dos ojos y diez dedos, más diez, con los pies, veinte.
Tengo también otras cosas, pero no las digo. Sólo que no como mi comida y mi mamá dice cómo viviré así y que me volveré enfermizo y me da aceite de ricino y que le disgusto mucho y que yo la mandaré a la tumba antes de tiempo y papá dice que ella me echa a perder y que me deje pasar hambre, que verá cómo cojo lo que encuentre delante y me lo como y llegará el día en que no dejaré nada. Y entonces mi mamá llora y quiere que le tenga pena y dice que no la quiero, mientras que ella lo hace todo por mí y papá dice a gritos unas palabras en latín 4


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Akis y los otros
que es una lengua que no entiendo y coge su sombrero y se va al café. Y mamá no hace sino llorar y dice que otra vez dormiré en ayunas y se inventa distintas ideas y todos juntos hacen distintas tonterías para hacerme comer, pero yo entonces los martirizo y no como y todo lo que quiero es coger un día la cuchara y empezar a comer solo para que vean que puedo comer yo solo, pero no lo hago para vengarme de ellos que creen que no tengo ganas y que no puedo comer solo.
Mamá y la tía Gazia me marean todo el día y me dan consejos que sea un buen niño, que salude con la mano derecha, que no me meta el dedo en la nariz, que no escupa, que no interrumpa a los mayores cuando hablan, que diga siempre gracias y por favor, que ofrezca mi asiento a los ancianos, que no diga palabras feas, que no ande por el barro, que no saque la lengua, y un montón de cosas más. Cuando estoy con papá hago lo que debo y no hago lo que no debo, pero cuando estoy con mamá, hago lo que no debo y no hago lo que debo y no sé porqué me pasa esto. Yo sé que todas las cosas que hago, las que tengo que hacer, cuando tengo que hacerlas y las que no tengo que hacer, cuando tengo que hacerlas, y las que tengo que hacer, cuando no tengo que hacerlas, y las que no tengo que hacer, cuando tengo que hacerlas, me gusta mucho hacerlas.
Cuando vamos de paseo, me gusta comer un cucurucho de helado, garbanzos verdes, almendras, las tapas cuando pide papá anís en el bar y los bizcochos.
Nuestra seño
Un día, escribí una buena redacción sobre nuestra seño que le gustó mucho y dijo que cuando crezca me haré escritor y nos la leyó en la clase y no tenía ni cincuenta faltas:
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Kyriakos Delopulos
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Akis y los otros
Los niños: En mi clase somos muchos niños y nos sentamos en el banco de tres en tres y hay niños y niñas y llevamos batas azules y decimos nuestra oración por la mañana y después comienza la lectura y antes tenemos aritmética. Mis amigos son Rulis, Filipakis, que su tío tiene coche, Dodos, que no tiene papá, Ion, que todo el rato escupe, Moisés, Vanguelakis y Vasilis y una vez Vasilis se había quitado un orzuelo del ojo. En el recreo no jugamos muchos juegos porque es corto. Por eso jugamos a carreras y corremos rápido para que nos parezca que jugamos mucho rato.
Las niñas nos fastidian y hacen trampas, pero nosotros jugamos con ellas porque si no jugamos, nos estropean el juego y entonces las perseguimos y ellas nos empujan y nosotros les damos patadas y les damos puñetazos y les tiramos del pelo y ellas se lo dicen a la señorita y nosotros las amenazamos y entonces dicen se lo dirán a sus papás y nosotros les decimos no nos importa y nos arañan con sus uñas y se acaba el recreo y entramos en clase y esperamos que les pregunte la seño y que no se sepan la lección y reírnos, pero se ríen ellas.
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Kyriakos Delopulos
Por la tarde en la plaza jugamos al escondite, a las canicas, a indios y vaqueros, a la guerra y las niñas si no juegan, juegan a casitas y a la comba.
María:
María se sienta en el primer pupitre y un día no vino porque estaba enferma.
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COMO
(Donde hacen lo que pueden para hacerme comer)
Cuando tenemos hambre comemos nuestra comida y todos comen solos y a mí no me dejan que coma yo solo y no como yo solo y al final todos están tristes y dicen qué será de mí. Yo tengo hambre pero ellos dicen que no tengo hambre y por eso no como y yo que tengo hambre y no como no sé por qué no cómo y la tía Gazia dice que cada vez que tengo que comer todos tenemos que alborotarnos y esto se convierte en una feria y así no hay manera y mira ahora tengo que dejar el juego para comer porque mamá ha empezado: - Vamos, tesoro, come. ¡Mira qué ricas están las patatas que te he frito! La primera vez que las hago tan ricas. Dios mío, ¿qué pasará con este niño? Gazia, fíjate cómo ha perdido el color. Le tendré que dar otra vez aceite de ricino.
Pero, si come su comida, no se lo daré más. ¿De acuerdo, mi niño?
- Quiero mi scalextric.
- Dorotea, su scalextric.
- Voy señora. ¿Dónde lo pongo? No cabe en la mesa.
- Tú tráelo y nos sentaremos en el suelo.
- Ponlo en marcha.
- ¿Qué ha dicho? ¿que lo pusieras en marcha? rápido, Dorotea, ponlo en marcha.
- Akis, vida, tómate este bocado. Éste nada más.
- ¿Pero no ves, Patrula, que no se ha tragado todavía el anterior? Tres tiene en la boca y no traga...
- Dios mío, se va a ahogar. ¡Akis, vida, traga! vamos, y tu tía te contará un cuento. Aquél del tren encantado...
- ¡Mi tren! ¡Mi tren! ¡quiero mi tren!
- Dorotea, corre. Su tren.
- ¡Con la locomotora y el furgón!
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Kyriakos Delopulos
- Con la locomotora y el furgón. Rápido, Dorotea.
- Corro señora.
- ¿Se lo ha tragado? ¿se lo ha tragado? ¡su boca está vacía! Gazia, mira no sea que lo haya escupido. Dorotea, mira tú también. Deja ahora el tren y mira.
- Señora, ¡no veo nada!
- Akis, tesoro, ¿lo has tragado? Gazia, Gazia, ¿no es importante mi niño? ¡se ha tragado todo el bocado! Vamos, tesoro, ahora otro más. No me apartes la mano. Mírame.
Vamos, a ver, ¡aumm! ¡qué patata más rica! Es que me la comería hasta yo. ¿Quieres que nos sentemos todos en el suelo, y comamos y juguemos?
- ¡Sí, sí! Quiero en el suelo.
- Dorotea, baja de la mesa los juguetes de Akis. Comerá en el suelo. Y el vaso con el agua. Tía, con las piernas cruzadas. Dorotea, tú debajo de la mesa. Pon en marcha todos los juguetes. ¡Bien! ¡qué bien que se está en el suelo!
¿cómo no lo habíamos pensado hasta ahora?
- No puedo en el suelo. ¡Quiero otra vez en la mesa!
- ¿Y comerás?
- ¡Comeré!
- Dorotea, ¡rápido! los juguetes en la mesa. Gazia, levanta, rápido. Akis, vida, venga, abre tu boquita. ¡aumm!
¡bravo! ¿ves que bien? Vendrá tu papá y le diremos que te comiste toda tu comida.
- Akis, vida, ven que te dé yo también un bocado. Después Dorotea te dará también ella uno y después comerás tú solo uno y después te dará mamá uno y si no has comido todavía y vienen papá, te dará él también uno y después otra vez yo y después mamá y después Dorotea y después tú y después otra vez papá, hasta que no qede ni uno...
- ¡Agua, agua! ¡quiero agua!
- Dorotea, ¡agua! Corre, ¡quiere agua!
- Pero si ya tiene, señora...
- No la quiero para beber, sino para que me llenes la regadera.
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Akis y los otros
- Dorotea, rápido. Llena la regadera.
- Sí, señora, la lleno. ¡Ea! la llené. ¿Qué vas a hacer con ella ahora?
- Te voy a salpicar. Si te sientas para que te salpique, tomaré dos bocados.
- Rápido, Dorotea. Haz lo que te dice. Agáchate.
- Sí, señora, ¡aaaah! ¡me ha empapado!
- ¡Qué bien! ¡qué bien! ¡la he empapado!
- Señora, ¿se lo ha tomado?
- Sí, sí, lo está tomando. Vamos tesoro. Venga, otro más.
Dorotea, agáchate.
- Señora, estoy chorreando.
- ¡Otra vez! ¡otra vez! ¡vuelve a llenaro!
- Dorotea, ¡vuelve a llenarlo!
- ...
- Akis, vida, tómate otro bocado y Dorotea traerá otra vez agua para que la salpiques...
- ¡No! ¡ahora quiero salpicar a la tía!
- ¡Dios bendito! ¡cogeré una pulmonía!
- ¡Gazia! ¡haz lo que te dice! ¡es tu sobrino! ¡Gazia! ¿dónde vas? ¿Te quitas de en medio ahora que Akis te llama?...
vamos, Akis, mi vida, vamos. ¿Quieres enfermar y ser como aquél niñito pobre que no comía y estaba amarillo?..
- ¡Seré como quiera! ¡la sal! quiero jugar con mi sal.
- ¡Dorotea! la sal. Trae la bolsa grande.
- ¿Dónde la pongo, señora?
- ¡En la mesa! Extiéndela en la mesa, toda. Toda. Tráeme también una botella, ¡Quiero una botella!
- Ya la traigo.
- ¡Bien! ahora la extenderemos...
- Akis, vida, tu bocado...
- Mamá, déjame ahora. ¿No ves que estoy extendiendo la sal? Después la cortaré con un cuchillo como el señor Válsamos las empanadas. Un cuchillo. Un cuchillo. ¡Quiero un cuchillo!
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Kyriakos Delopulos
- ¡Dorotea! rápido. ¡Un cuchillo!
- ¡Ay! señora, ¿para qué lo quiere? ¿para degollarme?
- No. Quiere cortar la sal como si fuera una empanada.
- Aaaah!..
- Patrula, déjalo mejor sin comer, digo yo. Sales, empanadas, botellas, cuchillos, regaderas, ¡para comer dos patatas! que se quede en ayunas, verás cómo le picará el hambre y se ocupará de comer él sólo. Esto no es un niño.
Es un tirano.
- Gazia, ¡para! ¿quieres que le pase algo?
- No le pasará nada. A todos nosotros nos pasará, a él no le pasará nada. Como la otra vez que trajisteis a todos los niños del barrio a comer para que los viera y se tomara él también un bocado de cada diez, por no decir otras muchas... ¡aay! pero él no tiene la culpa...
- Gazia, ¡no hables así delante de él! Le pondrás triste y no comerá...
- Vamos, para. ¿Acaso vosotros entendéis de pedagogía?
¡y queréis otro más! ¡estáis locos! dejadlo que pase hambre, y veréis cómo coge el tenedor él sólo...
- ¡Ssssst! te lo pido por favor. Akis es un buen niño. Le cogeremos aquél barco tan chulo que va a vapor. Akis, vida, ¿quieres darle puñetazos a Dorotea?
- ¡Quiero! ¡quiero!
- Dorotea, querida, vamos. ¡El niño te llama!
- ¿Qué quiere, señora?
- Darte puñetazos.
- Señora, la otra vez me dejó amoratada.
- Mamá, aquí no. ¡En mi cuarto!
-Gazia, querida, ¿ves qué buen niño es nuestro Akis?
Se comió toda su comida, las patatas y la crema. ¡Hasta le dio de comer a Dorotea! Ella se tumbó en la cama del niño desnuda porque estaba empapada y Akis se sentaba encima de ella y comía. Una patata él, una Dorotea, y ella, 12


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Akis y los otros
para hacerle rabiar, hacía como hace él cuando no quiere comer y Akis le daba entonces un puñetazo y ella hacía como que lloraba y comía. Y comida y puñetazos...
- ¡Señor, ten piedad! Dios mío, perdóname...
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EL GAFE
(Donde me sacó la seño a la pizarra y lo hice todo mal)
Nuestra seño, cuando vamos a la escuela sin haber estudiado se pone muy triste, y si no sabemos ortografía mucho más, y si no resolvemos los problemas mucho más aún.
Nosotros, cuando vamos sin estudiar y no sabemos ortografía y no hemos resuelto los problemas, nos ponemos mucho más tristes que la seño. Pero el que se pone más triste de todos es el que sale a la pizarra y la seño le dice que escriba algo y si, encima, se equivoca, aunque sabe qué escribir, no sabe cómo escribirlo. Eso me ha pasado a mí hoy. No hice los problemas en casa, no traje mi cuaderno y no había encontrado ninguna excusa de porqué lo había hecho. La seño me sacó a la pizarra anteayer, y a mí, digo, ¿me va a sacar otra vez? ¡me sacó otra vez! y ¿cómo se ha dado cuenta de que no había estudiado? No sé. Por eso todos los niños dicen que es muy lista y por eso no nos libramos. Mejor sería que no fuera tan lista, para libramos.
Yo no me he librado hoy, porque me dijo que saliera a la pizarra a resolver el problema con los grifos que gotean, cuál llenará primero el barril, pero para resolverlo, tengo que hacer unas cuentas que hoy no las sé y hago señales a los niños para que me chiven, pero no me chivan y se burlan de mí, como hago yo cuando los saca a ellos y por eso caen puñetazos en el recreo. Después, dice, resolveré ése con los dos automóviles que salieron a la vez, el uno de Atenas y el otro de Seres, a sesenta kilómetros por hora uno y a setenta kilómetros por hora el otro y uno venía y el otro iba y tenía que averiguar dónde se encontrarán y Moisés que vio que no lo sabía, gritó: ¡en Amaliada! y los niños se rieron, pero si los hubiera sacado a ellos, no se hubieran reído y me hubiera reído yo. Entonces la seño para probarme, me dice que tres personas se repartieron 15


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Kyriakos Delopulos
1600 dracmas y que el B cogió 145 menos que el A, y el C 36 menos que el B y me mandó averiguar cuántos dracmas cogió cada uno. Ése era muy fácil, porque se parecía a aquél otro problema que era un señor que repartió su herencia entre sus tres hijos y lo resolví en un tris-trás.
Los niños no reían ahora que vieron que lo había resuelto.
Ahora reía yo. La seño ni reía ni dejaba de reír. Miraba la pizarra con atención y las cuentas que hacía y me dice que haga la comprobación. Hago la comprobación en un tristrás y descubrí más aún: en lugar de los 1600 dracmas que me había dicho la seño, descubrí que se habían repartido 17650 dracmas y entonces los niños empezaron otra vez a reír y yo no entendía porqué. La seño entonces dijo te daré otra oportunidad más y los niños tenían miedo de que lo resolviera y esperé que me la diera para reírme yo. Me dijo que un tendero compró huevos a 6,80 dracmas la pareja y que en el transporte se le rompieron 36 y vendió los demás a 5,20 dracmas la unidad y no tuvo pérdidas ni ganancias y me dijo que averiguara yo cuántos huevos había comprado y yo descubrí que había comprado 8 huevos y la señorita dice ¿cómo pudo comprar 8 huevos, si se le rompieron 36? y yo le digo no sé cómo había pasado ¿a lo mejor no se le rompieron 36 sino que se le rompieron menos? Y ella se enfadó y empezó a decir que hoy sólo el que sabe aritmética saldrá adelante y más nos vale ser buenos en aritmética en vez de en las demás asignaturas y yo que soy bueno en las demás asignaturas me puse triste, porque no saldré adelante y entonces más vale no ser bueno en ninguna asignatura y dijo se lo dirá a mi papá porque ahora, últimamente, tengo la cabeza en otra parte y no sabe dónde y yo sé dónde la tengo, la tengo en María, pero no se lo digo y dice que más vale que me lea mis lecciones y deje las novelas y los cuentos y yo le digo no tienen la culpa las novelas y los cuentos, las novelas y los cuentos son más bonitos que la aritmética y que la geografía y yo he leído 16


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Akis y los otros
Las dos huérfanas y Caperucita roja y Un capitán de quince años y Carretera sangrienta y eran muy bonitos, que las lea ella también que sólo lee la revista El Buqueto.
- Y entonces, ¿quién tiene la culpa?
- Señorita, mi tía tiene la culpa que trajo el gafe.
- Y ¿por qué?
- Porque por la mañana se levantó y no hacía caso a mi mamá que no diga tan temprano esas cosas, porque da mala suerte, y el día saldrá al revés, y ella seguía diciendo qué es el hombre y que el señor Ikonomidis estaba perfectamente anteayer y desde ayer no está. Y repetía una y otra vez ¿quién lo iba a imaginar? al mediodía comió bien, durmió, se despertó, tomó su pastel, tan pesado, leyó La Mañana, salió, dio una vuelta, se sentó en el café, gastó sus bromas, regresó a su casa con su risa, con su buen humor, comió bien, se acostó y por la mañana se despertó muerto...
Y en cuanto los niños oyeron que despertó muerto, estallaron en carcajadas, y yo creía que se reían de mí y digo de ponerme a llorar, para que los regañe la seño y después parar, pero me daba vergüenza de María y no lloré y me quedé con la tiza en una mano y con la otra contaba con los dedos para averiguar cuántos huevos había comprado el señor, pero no lo averiguaba y en cuanto la miró un momento fuera, vi mi oportunidad y les saqué la lengua, pero se dio la vuelta y me vio y se enfadó y me dijo que saliera y me quedara de pie, cara a la pared y yo, mientras pasaba por el pasillo, les volví a sacar la lengua a todos y a la seño también, pero esas asquerosas, Lila, Lela y Lula, que se sientan en el mismo banco, lanzaron berridos: - ¡Señorita, señorita! ¡ha vuelto a sacar la lengua!
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PLANTAMOS CON DISEÑO
(Donde Lila, Lela y Lula nos hicieron plantar las flores)
Si nos ponemos de acuerdo no hay bronca, pero si no nos ponemos de acuerdo comienza la bronca. Y mira que empezó de nuevo Ión, que se enfadó, le sacó la lengua a Filipakis y Filipakis le dio una patada a Ión y Ión le sacó la lengua a Filipakis y a mí y a María y María le da una patada a Ión y una a Rulis, por error, y Rulis que recibió sin tener culpa le quita el cinturón de la falda y empieza a correr y María a chillar: - ¡Mi cinturón! ¡quiero mi cinturón! Y si no se lo coges, me lo dijo a mí, te morderé...
- ¿Y por qué vas a morderme a mí? ¿acaso te lo he quitado yo?
- ¡Es a ti a quien quiero morder!
Y qué voy a hacer con ésta que me quiere morder y digo la morderé yo también, pero me da vergüenza y mira tú que últimamente sólo hace tonterías y me cabrea, pero como me ha pedido a mi que la ayude, la ayudaré, y le doy un puñetazo a Iorgos que le da de lleno y él me pega a mí uno que me da de lleno, pero cómo voy a alcanzar a Rulis que se ha ido corriendo con el cinturón y viene Vasilis y empieza con los empujones y Theonis empezó a arañar a quien se le ponía por delante y María gritaba por su cinturón y a continuación cayeron puñetazos, patadas, pellizcos, empujones, burlas y ahora empezamos con los mordiscos y las pedradas porque ha llegado Dodos y se ha puesto a tirar piedras a diestro y siniestro y como le dé a alguien le rompe la cabeza y una piedra cae en la mesa del señor con el bastón que se levanta, la coge y nos persigue a todos y yo a Rulis y María a mí y las flores se marchitaban al sol y las mamás estaban sentadas y tejían y nosotros montamos la de San Quintín y mira ahora Lila 19


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con Lela y Lula con los lazos en el pelo, esas asquerosas faltaban, llegaron y gritaban y decían algo y tenían algo en sus manos y dijeron si no venís os cogeremos las regaderas y las palas y les quitaremos las hojas a las flores y nos dio miedo y fuimos a su lado y cuando nos tranquilizamos, viene María por detrás y me vacía un vaso lleno de agua y me deja hecho una sopa: - ¿Y yo qué culpa tengo?
- ¿Por qué no has pillado a Rulis y le has quitado el cinturón?
¿Y qué le iba a decir? ¿Gracias por no morderme?
Entonces, Lila, Lela y Lula, sacaron un plano dibujado con flores de todos los colores y nos insultaban, y decían que nos perdiéramos, que somos tontos y tales patochadas no han visto nunca y que ellas sabían cómo plantar las flores y habían hecho un diseño y lo tenían en el papel y nosotros mirábamos y nos asombrábamos de lo listas que se habían vuelto porque decían que las flores las plantaríamos como en el diseño que lo habían pintado con plastidecores, pero el diseño era buena idea y dejamos la pelea y acordamos hacer lo que dice el papel con el dibujo de las flores y nos agachamos todos y empezamos a hacer agujeros con las palas y los niños que no tenían pala corrían a llenar las regaderas de agua e hicimos un montón de hoyos en fila india y las plantamos según los colores, como las había dibujado en el papel Lela. O sea, así: Las amarillas en las dos esquinas. Las blancas en el medio. Las rojas entre las amarillas y las blancas y las blancas y las amarillas. Las rosas entre las amarillas y las rojas y entre las rojas y las amarillas. Las naranjas entre las rosas y las rojas y entre las rojas y las rosas. Las violetas entre las rojas y las blancas y entre las blancas y las rojas.
Las moteadas entre las amarillas y las rosas, entre las rosas y las naranjas, entre las naranjas y las rojas, entre las rojas y las violetas, entre las violetas y las blancas, entre las 20


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Akis y los otros
blancas y las violetas, entre las violetas y las rojas, entre las rojas y las naranjas, entre las naranjas y las rosas, entre las rosas y las amarillas.
Pero de repente un nuevo lío. Lula que no había hablado en todo el tiempo y no había hecho agujeros y no había regado, sacó un diseño distinto de su mochila y lo miraba atentamente y contaba las flores que habíamos plantado y de repente se pone a gritar y empieza a decir que ese no es el orden y que su diseño tiene los colores de otra forma y nos lo enseñaba y nosotros mirábamos el plano y la tierra y después el plano otra vez, y vimos que tenía razón y dice que las saquemos y las pongamos en el orden de su diseño y éste es el correcto y el diseño de Lela estaba equivocado porque ella no sabe bien los colores. Y hablaba y gritaba y al final nos hizo arrancarlas y empezó ella que es una enterada a arrancarlas y cuando las arrancamos todas, comenzó a dar instrucciones de cómo plantarlas y Lela se cabreó y cogió su diseño y se marchó enfadada y se sentó en la mesa con las maestras y su mamá pidió para ella un batido de vainilla y ella se sentaba y lo tomaba y no nos miraba y miraba la estatua del obispo Germanós de Vieja Patras. Y ahora todos sosteníamos una flor de un color distinto y lo plantábamos de acuerdo con el plano de Lula que nos daba instrucciones. O sea, así: Las moteadas en las dos esquinas. Las naranjas en el medio. Las amarillas entre las moteadas y las naranjas y entre las naranjas y las moteadas. Las rojas entre las moteadas y las amarillas y entre las amarillas y las naranjas y entre las naranjas y las amarillas y entre las amarillas y las moteadas. Las blancas entre las moteadas y las rojas, entre las rojas y las amarillas, entre las amarillas y las rojas, entre las rojas y las naranjas, entre las naranjas y las rojas, entre las rojas y las amarillas, entre las amarillas y las rojas, entre las rojas y las moteadas. Las rosas entre las moteadas y las blancas, las blancas y las rojas, las rojas 21


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y las blancas, las blancas y las amarillas, las amarillas y las blancas, las blancas y las rojas, las rojas y las blancas, las blancas y las naranjas, las naranjas y las blancas, las blancas y las rojas, las rojas y las blancas, las blancas y las amarillas, las amarillas y las blancas, las blancas y las rojas, las rojas y las blancas, las blancas y las moteadas. Las violetas se nos quedaron en la mano y no sabíamos porqué.
Miramos el plano y no las ponía, por eso no las plantamos y ahora nos mirábamos y mirábamos las flores y a Lula.
Ella no miraba ni a nosotros ni a las flores. Y entonces, se montó un nuevo follón y un lío enorme. Vino Lila con otro diseño y miraba primero a Lula que no la miraba, luego a nosotros, primero las flores y luego su plano y se pone a gritar y dice que somos cabezas de chorlito y no sabe qué nos pasa y cómo no pusimos las flores bien y Lula dice las hemos puesto bien y Lila dice que vea su diseño y cuenta las flores y dice las hemos puesto bien pero el diseño de Lula no está bien, el suyo está bien y lo pone de otra manera y otra vez pega un grito que nos asustamos todos, hasta Lela en su mesa y dice que las arranquemos todas y las plantemos desde el principio con su diseño, porque ése es el correcto y no le importaba si los diseños de las otras niñas decían otras cosas. Y como Lila es una gritona, dijo que llamaría a su mamá y a las otras maestras, para que vinieran a arrancarlas ellas y a nosotros nos dio miedo no fuera que lo hiciera de verdad y nos tiramos alsuelo y las arrancamos nosotros solos. Y entonces Lila que esta­ba muy contenta, se arregló su pelo y se sujetó los pasadores y las horquillas mejor, se subió a la mesa y empezó a damos ins­ trucciones y a decirnos cómo plantarlas y nadie hablaba y se bajó de la mesa y se puso a cavar la muy enterada y plantó la primera flor y después las plantamos todas como decía el diseño de Lila. O sea, así: Las rosas en las esquinas. Las rojas en el medio. Las naranjas entre las rosas y las rojas y entre las rojas y las 22


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rosas. Las blancas entre las rosas y las naranjas, entre las naranjas y las rojas, entre las rojas y las naranjas y entre las naranjas y las rosas. Las amari­llas entre las rosas y las blancas, entre las blancas y las naranjas, entre las naranjas y las blancas, entre las blancas y las rojas, las rojas y las blancas, las blancas y las naranjas, las naranjas y las blancas, las blancas y las rosas. Las violetas entre las rosas y las amarillas, entre las amarillas y las blancas, entre las blancas y las amarillas, entre las amarillas y las naranjas, entre las naranjas y las amarillas, entre las amarillas y las naranjas, entre las naranjas y las amarillas, las amarillas y las blancas, las blancas y las ama­rillas, las amarillas y las rojas, las rojas y las amarillas, las amari­llas y las naranjas, las naranjas y las amarillas, las amarillas y las blancas, las blancas y las amarillas, las amarillas y las rosas, pero sobraron las moteadas y se pone a gritar y a berrear Lula, que durante todo el tiempo había estado callada y decía que nos fuéra­mos a tomar viento y que no había visto nada más absurdo y nos regaña y Lela oye desde su mesa sus chillidos y viene también ella y dice qué porquerías son éstas y les grita también Lila a Lela y a Lula y les dice que son unas urracas y Lela dice que con su diseño no sobraba ninguna flor y las otras miraban sus diseños y no entendían porqué les sobraban a una las violetas y a otras las moteadas y nosotros las mirábamos y no sabíamos qué decir, y de haberlo sabido no lo hubiéramos dicho, porque ellas no hacían más que gritar y daban golpes con los pies y daban patadas al aire y preguntábamos qué hacer con las moteadas que teníamos en las manos y habían empezado a marchitarse y nadie sabía y mejor que hubiesen sobrado las violetas y mejor aún que no hubiese sobrado ninguna.
Eso lo decía Lela, cuyo diseño las tenía todas. Rulis dice que las arranquemos y las plantemos desde el principio mezcladas y sin plano, y Vasilis dice mejor le arrancamos el pelo a las niñas y ellas se asustaron y corrieron donde 23


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su mamá y cogieron también las regaderas y las palas y encargaron otro batido de vainilla y nosotros nos quedamos con las moteadas en la mano y mirábamos primero las flores plantadas, luego las que sobraban, después los batidos de vainilla y no sabíamos qué hacer y mira tú que llegó don Jarálabos, al que había llamado María, tan lista, para que viera qué cosas tan bonitas hacíamos, porque todo lo habíamos hecho en su honor, que hoy que era San Jarálabos, era su santo, porque la plaza en su lado no tenía flores y estaba muy apenado y dijimos rompamos nuestras huchas y compremos flores al señor Mario y hagámosle un regalo y él lo sabía, pero hacía como si no lo supiera aunque había pasado cien veces y nos había visto que las plantábamos, pero había hecho como que no había visto nada, pero nosotros sabíamos que lo sabía y hacíamos como si no supiéramos y cuando vino, vio las flores y dijo: ¡ooh! ¡mis queridos niños! Y María le dijo ¡felicidades! Y le dio un beso en la mejilla y él se emocionó mucho y la abrazó y la levantó muy alto y vimos sus braguitas blancas con el elástico azul y cuando la dejó en el suelo, dijimos Felicidades y él dijo Gracias niños, que seáis felices y sigáis tan bien y os disfruten vuestros padres y, sabéis, no debisteis plantarlas aquí. Debisteis hacerlo en la plaza de enfrente.
Y nosotros que lo oímos nos mirábamos y no decíamos nada y ni Lila, ni Lela, ni Lula hablaban. Y don Jarálabos decía que las arrancáramos y las plantáramos, antes de que se asentaran las raí­ces, con otro diseño en la otra plaza, porque tenía un bonito dise­ño en su cabeza y que no las pusiéramos en fila, sino en círculo y así no sobraría ninguna, Y él hablaba, pero nosotros hacíamos señas y cuando se agachó para arrancar la primera, uno a uno empezamos a irnos a escondidas, que no se diera cuenta.
Y estaba muy contento y todo el rato hablaba y silbaba y nosotros detrás íbamos quedando menos y por suerte no 24


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miraba a sus espaldas porque no hubiera visto ni a María, ni a Rulis, ni a Lila, ni a Lela, ni a Lula, ni a Filipakis, ni a Vanguelakis, ni a Iorgakis, ni a Ión, ni a Dodos, ni a Moisés, ni a Vasilis, ni a Akis.
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EL ARMARIO MISTERIOSO
(Donde yo ni lo he visto ni lo conozco)
Al despacho del señor director, van sólo los niños que están castigados. Entran asustados y salen castigados y llorosos. A mí me da pena que no me hayan castigado, porque me he fijado en que a los niños que vuelven llorosos María los quiere mucho más. En el despacho del señor director está su escritorio. Tiene encima un gran portafolios, lápices, cortaplumas, un florero grande, vacío, y papel secante. Hay también una regla de hierro y un jarrón viejo que siempre tiene flores frescas que las trae todos los días la seño de primero, la señorita Olga. Hay también unas cosas redondas de goma encima de las cuales apoya el conserje el café del señor director y su agua para no ensuciar el cristal de su escritorio. Detrás de él está la imagen del Crucificado y enfrente la imagen del gobernante de la nación, esa que lo muestra señalando algo con el dedo. Todo alrededor hay fotografías de antiguos alumnos y alumnas por cursos y en el medio su maestro o su seño y en las esquinas algunos niños descalzos que inclinan la cabeza hacia el medio por si no caben en la fotografía. En una fotografía está el señor director cuando era alumno de la escuela que lo muestra con un pantalón agujereado y está orgulloso de ello y ha puesto una cruz encima de su cabeza para que lo reconozcamos, pero no se le reconoce porque ahora lleva gafas y tiene una gran barriga y ha remendado su pantalón.
Detrás de la puerta está la bandera de nuestra escuela con el asta envuelta en terciopelo azul y la vemos en la Fiesta Nacional cuando vamos de desfile. Pero lo más importante del despacho es un armario de madera desteñida que está enfrente de donde se sienta el señor director, debajo de la imagen del gobernante nacional que señala enfrente, en su despacho, al crucificado. Cada vez que los amigos son castigados lo ven y no saben para qué sirve.
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Cuando alguien no cree que existe este armario, jura por su vida que se quede paralítico, que lo mate la Virgen y besan la cruz. Vanguelakis cada vez que oye hablar acerca de este armario, le da celos y quiere hacer una trastada muy grande para que la seño lo castigue y verlo, pero todavía se está rompiendo la cabeza para decidir qué trastada hacer.
Este armario, dicen, que está siempre cerrado con llave y que es tan alto como la estatura de Dodos con los brazos en alto. De ancho como los brazos de Lila, que son más cortos, todo lo abiertos que puede. Es, por lo tanto, alto y tiene una longitud menor. En esto todos están de acuerdo.
Pero allí donde no están de acuerdo es en las puertas. Unos dicen que tiene dos y otros que tiene cuatro pequeñas. Hay algunos que dicen que un cristal -el derecho o el izquierdo no están seguros- está roto y pegado con esparadrapo y hay otros incluso que juran que lo han visto que está rajado. En lo que todos están de acuerdo, es que detrás de los cristales hay pegados periódicos que no te dejan ver lo de dentro. Por eso este armario que nadie hasta hoy vio nunca abierto, todos, tanto los que lo vieron como los que lo conocen de oídas, comenzaron poco a poco a creer que era misterioso. Y siempre nos preguntábamos unos a otros, qué podría esconder y porqué no se abría nunca.
Poco a poco, comenzamos después de la curiosidad, a estar un poco preocupados y algunos comenzaron a tener miedo y cuando preguntaban niños que no eran amigos nuestros, medíamos nuestras palabras. Algunos se animaron y preguntaron con tacto a los niños de sexto, pero nadie recordaba haberlo visto nunca abierto. Después, comenzaron también ellos a sospechar que algún misterio había y dejaron de respondemos o nos daban respuestas que eran todo misterio y veías que eran mentiras.
Un día, vino Iorgos corriendo y jadeando y empezó a decir que su prima Dafne que va a otra escuela, un día entró en el despacho de su señor director y vio allí 28


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también un armario igual, pero como había oído a Iorgos hablar acerca de los misteriosos armarios que existen en los despachos de los directores de escuelas, no se atrevió a mirar bien y que lo único que le dio tiempo a ver era que por arriba, en un cartón rectangular, amarillento y con cagadas de moscas, que a los lados estaba lleno de agujeros de chinchetas, escribía con letras negras de caligrafía la palabra BIBLIOTECA, Nosotros nos quedamos con la boca abierta porque aquel armario se parecía al nuestro sólo que en el nuestro no había nada escrito encima.
Acordamos todos no contárselo a nadie y esperar por si nos enterábamos de algo más. Cuando tienes paciencia, todo sucede como quieres.
¡Y mira! a Nikos la seño le ha castigado hoy. ¡Ha sido el afortunado que ha visto, el primero, el armario misterioso abierto! Su castigo ha sido una suerte para todos. Había olvidado traer el libro de Historia y cuando la seño le regañó, él se puso nervioso y le contestó mal y ella se puso muy triste y Nikos, sin ser un mal niño, se puso mucho más nervioso y fue él sólo al señor director y Ie prometió que no lo volverá a hacer, pero entonces aquél se enfadó y le castigó y entonces se enfadó también Nikos y volvió a clase y se lo dijo a la seño y ella se puso triste por segunda vez y fue al despacho del director y le habló sobre Nikos y él llamó a Nikos y Nikos, que todavía estaba enfadado, le habló mal también a él y entonces él se volvió a enfadar y gritó a la seño en su despacho y ella vio al señor director enfadado y a Nikos irritado y volvió a ponerse triste y Nikos recibió un castigo y en el recreo estaba lloroso, triste, nervioso y enfadado. Nos dijo todo lo que le había pasado y nos pusimos tristes nosotros también y no queríamos jugar y nos dijo que cuando hace alguna travesura, todos creen que lo hace aposta, mientras que él no lo hace aposta y vuelve a hacer travesuras, pero no aposta. En cuanto se le pasó la pena, los nervios y el enfado, se enjugó las lágrimas 29


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y nos hizo una seña para que fuéramos todos juntos detrás de los urinarios donde nos reunimos cuando queremos hacer un acuerdo secreto. Y lo que nos dijo no se dice. ¡Ver para creer!
Durante el tiempo que estuvo en el despacho y esperaba su castigo, el señor director comenzó a gritar: pero, ¿quién la tiene? pero, ¿quién la tiene? y golpeaba con la mano lo que encontraba. Las seños que lo oyeron, se preocuparon y corrieron a ver qué ocurre. Al principio pensaron que Nikos había cogido algo y se lo había dado a otro y no decía a quién y lo miraban amenazadores. Pero rápido comprendieron que el señor director buscaba la llave del armario que cada semana la guardaba un maestro distinto.
Ellas miraban en el letrero un papel donde estaban escritos varios nombres, le dijeron quién era el encargado esa semana y entonces aquél empezó a preguntar: ¿y dónde está? encontrádmelo inmediatamente, y envió al conserje a buscarlo. Era el maestro de quinto, que en cuanto don Vanguelis le dijo que lo llama el director se preocupó y corrió inmediatamente al despacho y empezó a buscar en los bolsillos de la chaqueta, en los dos del pantalón y en los seis del chaleco, diciendo: aquí la tengo, luego: pero si la tenía aquí, luego: pero ¿dónde fue? luego: en algún sitio tiene que estar, no puede ser, luego: ¡qué diablos! luego, ¡ey! dónde estará..., luego: ¡vaya por Dios! luego: ¡ah! ¡la encontré! luego: no es ésta, luego: ésta es del almacén.
Un momento dijo luego: me acordé, luego subió a una silla, luego pisó el escritorio del señor director y empezó a buscar en un pequeño botiquín que estaba colgado en lo alto: ¡aquí está! ¡aquí está! ¿no os decía que en algún sitio estaría? Después, bajó contento y se la dio al director.
Él la cogió con cuidado y respeto y la metió en el ojo de la cerradura del armario misterioso y le dio una vuelta, dos y ¡crash! Con un crujido, la puerta derecha se abrió y todos los que estaban delante miraron dentro con espanto 30


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y dijeron un ¡aaaah! ¡el armario misterioso está lleno de libros! Estaban polvorientos y todos en el lomo tenían la misma tela cenicienta y la misma etiqueta de papel que tenía algo escrito, quizá el nombre del libro. Las seños miraban con emoción y asombro. Nikos había empezado a temblar por estar también él allí delante del asombroso espectáculo de los libros. Entonces el director extendió su brazo y cogió un gran libro negro con letras doradas en el lomo. Lo sacó fuera y comenzó a ojearlo. Y cuanto más lo ojeaba más lo miraban todos con curiosidad y asombro. De Nikos se habían olvidado y era afortunado, el afortunado.
De repente, el señor director gritó con una fuerte voz, triunfal: ¡Estupendo! Con uve. Ovillo se escribe con uve. ¡Uve!
¡mirad vosotros también! ¡Gané la apuesta! ¿Vamos a creer al señor Kutras o al diccionario? ¿Eh? ¡Aquí te tengo, señor Kutras! ¡Aquí! Y mostraba el diccionario. Y como estaba entusiasmado, se volvió y con voz solemne, para que lo escucharan todas las seños y le creyeran, dijo: - La Biblioteca. ¡Sí señor, la Biblioteca! ¡he aquí para qué sirve una Biblioteca! Afortunados los hombres hoy que pueden tener a su disposición una Biblioteca. Y más afortunados los estudiantes de hoy. Y se volvió a las aterrorizadas seños y les dio un encargo: - Mañana les mandareis a los niños que escriban una redacción con el tema: “El valor de la biblioteca”.
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EN EL CAMPO DE FÚTBOL
(Donde no teníamos nosotros la culpa, sino los otros que no contaban)
- Papá, eres el hombre más tonto del mundo y yo me siento y lloro y tú no entiendes. Si quieres ser papá, tienes que comprender. Te daré otra oportunidad más.
Te lo contaré todo desde el principio. Escucha: pregunto a mamá, mamá, ¿puedo ir al campo con los otros niños?
Preguntan también los otros niños, mamá, ¿puedo ir al campo con los otros niños? ¿iréis todos juntos y tendréis cuidado? Iremos todos juntos y tendremos cuidado y nos ponemos en marcha cantando y vamos y no nos dejan porque dicen tenemos que pagar entrada y no teníamos dinero y dice Rulis ahora que estamos aquí tenemos que encontrar el modo de entrar, encuentra tú el modo, a nosotros no se nos ocurre y entonces Filipakis dice subamos la tapia y lo intenta Dodos que es el más alto y ¿qué va a subir? tres metros, dice, no se puede, niños, que uno le dé un empujón, uno le da un empujón, sube ¿ves bien? ¡de película! dice, yo me quedaré aquí, un momento, decimos, que suban también los otros y Vanguelakis dice ¿y quién subirá último? Yo no me quedo el último y nadie quería, decimos dividámonos: que suban cuatro y que cuatro los ayuden y se queden abajo y el trato que cuenten los de arriba a los de abajo qué ven y en el descanso que los bajemos y que nos suban a nosotros y que les contemos nosotros y ellos se apoltronaron en lo alto de la tapia y comían pipas y al principio decían pero después no decían nada y decimos ¿vais a contar? ¿por qué no contáis? y no contaban y les decimos, ¿pero vais a contar, o no? no contamos. ¿Y por qué no, si se puede saber? ¿no quedamos en eso? y dicen no puede ser y no pueden mirar y contar y si nos damos la vuelta para contaros, ¿cómo veremos 33


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nosotros? y nos perderemos alguna jugada y no sabremos qué ha pasado, por eso os lo contaremos todo junto al final y mejor veremos nosotros los dos tiempos. ¿Y el trato que hicimos? ¿y si lo rompemos? nosotros les decimos el trato es un trato y no se rompe ¿y dónde está escrito? no está escrito en ninguna parte, ahora lo pensamos y dice Dodos que nos dejemos de historias y cojamos piedras y les rompamos la cabeza ¿y si se la rompemos a algún desconocido? mejor dejemos las piedras y repetimos ¿vais a contar? Y repiten no contamos nada os guste o no. ¿Así son los amigos? nosotros os subimos para que nos contéis, ¿y no habláis? De acuerdo, os vais a enterar, nosotros nos vamos y os abandonamos y ya veremos quién os va a bajar y nos fuimos porque un trato es un trato y no se rompe y ellos al principio estuvieron de acuerdo y al final nos quedamos de acuerdo la mitad, los de abajo, y los de arriba veían el fútbol y nosotros oíamos el silbato del árbitro y sólo una vez vimos la pelota porque alguno le dio una patada muy fuerte y se vio por encima de la tapia y se acabó el partido y la gente se fue a su casa contenta y ellos no bajaban, esperaban a que los ayudáramos, no puede ser, en algún lugar estarán escondidos, ¿cómo que escondidos? nosotros nos habíamos ido y ellos en la tapia daban vueltas y empezó a anochecer y se quedaron solos y empezaron a tener miedo y a preocuparse porque estarían preocupados en sus casas y les darían una paliza y se lo merecen, quieren fútbol, toma fútbol ahora y les daba vergüenza gritar para que les bajaran y se quedaron los cuatro allí arriba en la tapia y pasó el policía y los ve, ¿qué hacéis ahí? y se echan a llorar, dicen los meterá en la cárcel y se echan a correr como Arsenlupen y el policía dice algo sospechoso pasa y sube él también a la tapia y corre y le pregunta quiénes son y qué hacen ahí y ellos dicen ahora les cogerá y no hacen sino correr y tienen miedo de caerse y el policía tiene miedo de caerse también él, que les 34


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parta un rayo a esos niñatos, y pitó y se echaron a llorar más fuerte y dejaron de correr porque se acabó la tapia y empezaron a gritar mamá, mamá, y a decir ellos tienen la culpa, que nos subieron y el policía no se enteró y les preguntaba cómo se llaman y ellos decían cómo se llaman pero como lloraban no los entendía y no hacía más que preguntar cómo se llaman y de quién son y dónde viven, y ellos decían, nosotros no tenemos la culpa, ellos tienen la culpa que nos subieron y se marcharon y no nos bajaron, o sea nosotros, y nosotros no teníamos la culpa, ellos tenían la culpa que no contaban y se llevaron su merecido y se la han cargado, irán a la cárcel y el policía se mareó y se bajó de la tapia y los bajó, y les dice, vamos al cuartel y ellos otra vez lloraron y le dijeron que son buenos niños y no tenían la culpa y que todas las mañanas se beben la leche y comen su huevo batido con azúcar y no querían ir al cuartel, ni a sus casas, ni a la cárcel, ni a ningún sitio, y el policía les dice, no tienen ellos la culpa, él tiene la culpa por querer ayudarlos porque es un buen policía, no es como los otros, y les dice de nuevo, cómo os llamáis, de quién sois y si no se lo dicen les dejará allí toda la noche y ellos se asustaron aún más, porque no son hombres, ni amigos, ni nada, y seguirán siendo unos ignorantes y ellos tienen la culpa de todo y ¿por qué no cuenta, señor mío?
¿es que no habíamos hecho un trato? y merecido tienen que les pillaron y sus papás los regañaron y sus mamás que lloraban también ellas por sus hijitos que se habían perdido, y decían ¡no hay derecho a esto! ¡que les llamen de comisaría para recoger a sus niños! y ¿para esto tenemos la policía? a ver si atrapan algún ladrón, en vez de coger a sus hijos, y el policía perdió los nervios y dijo coged a vuestros hijos y dejadnos hacer nuestro trabajo y nosotros sabemos hacer nuestro trabajo y no hacéis más que insultar a los órganos del orden y ¿vosotras sabéis a cuántos problemas nos enfrentamos? Y ellas dijeron, ¿a nosotras nos decís?
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¿por qué no venís vosotros a darles su leche, a hacerles estudiar, a ponerles los zapatos y a bañarlos? y se montó un follón y todos contaban sus problemas y después se pelearon los papás con las mamás y un papá mandó al diablo a la señora Verónica y la señora Verónica dijo que por fin había mostrado su verdadero rostro y el policía dijo dejadlo ya y preguntó a Vanguelakis quién marcó el gol, Bazos lo marcó, y la señora Verónica dice ¿no le da a usted vergüenza blasfemar siendo profesor? pero, ¿qué va a esperar nadie de la enseñanza? y el profesor empezó con el latín y el policía dijo esta noche vamos a volvemos locos y los mandó a todos a sus casas y no podía ser peor, en lugar de darnos las gracias por encontrar a sus hijos se sientan e insultan y blasfeman y mira qué sociedad y no aguanta más, volverá a su pueblo y al diablo los galones y el ascenso y ¿quién tiene la culpa de todo, señor papá?
¿quién tiene la culpa? y mañana habrá palos, que aprendan que los subimos a la tapia para que dijeran qué ven y no para que nosotros esperáramos como tontos debajo y que verán todos y ese Vasilis recibirá la paliza del año ya le diré yo que se sienta y habla con María y yo los miro pero no tiene él la culpa, ella tiene la culpa y no sé qué voy a hacer con ella, Vasilis es un buen amigo y ahora me voy a pelear con Vasilis que no contaba desde la tapia, él tenía la culpa y los otros tenían la culpa y todos tienen la culpa y tú papá tienes la culpa que no entiendes, ¿te has enterado ahora?
- ¡No!
- Papá, eres el papá más tonto del mundo y yo estoy sentado y lloro y tú no entiendes. Si quieres ser papá, tienes que entender. Te daré otra oportunidad más. Te lo contaré todo desde el principio. Escucha:
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MAÑANA HABLAREMOS SOBRE EL MALVAVISCO (Donde la señorita Uranía se enfadó mucho)
Toda esta historia la originó una monda de naranja.
La señorita Uranía era normalmente la seño de sexto.
No la tragaba ningún niño porque tiene una voz ronca y un lunar en la nariz que a veces se hacía más grande y a veces se hacía más pequeño. Yo no la tragaba mil veces menos porque una vez regañó a María por mancharle la falda con el helado, pero esa es otra historia. Nuestra seño, la señorita Kanelopulu, faltaría una semana más en el hospital porque su médico le dijo que si apoya antes su pie no le soldaría bien y tendría problemas y para no tener problemas tendríamos nosotros a la señorita Uranía que no la llagábamos porque tenía un lunar en la nariz.
Nuestra seño se partió un pie porque pisó una monda de naranja sin tener culpa porque siempre nos decía que cuando comamos fruta no tiremos las mondas al suelo, un día puede pisarlas alguien, resbalar y caer y romperse un pie y una mano y que lo lleven al hospital y quedarse en la cama inmóvil y que no trabaje y si tiene hijos pequeños que no les lleve comida a casa y que pasen hambre y sean desdichados y lloren y que pensemos en eso y que tengamos cuidado y no tiremos mondas al suelo. Filipakis había dicho que las comiéramos con la monda y la seño respondió que eso no está bien, y Rulis dijo, entonces no comamos fruta en la calle, y yo dije, mejor no comamos fruta nunca y la seño dijo, es suficiente, niños, ahora a clase, pero un niño de otra escuela en la que su seño no había hablado sobre las mondas o habría hablado pero él no le habría prestado atención, peló una mandarina en la calle y nuestra seño pisó la monda y se cayó y se partió un pie y mira tú que ahora ha venido la seño con el lunar en la nariz a la que no tragábamos y nos ha dicho que mañana 37


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en clase hablaremos sobre el malvavisco y que para eso traed malvaviscos para que los veamos y los estudiemos. Y yo estaba muy triste, que no tenía malvavisco que llevarle porque se me olvidó decirle a mamá que me buscara uno y papá vendría a justificarme (¡ya ves, si le trae al fresco que vaya a la escuela con un malvavisco! pues vale, iré a la escuela sin malvavisco y veamos qué cara pone la señorita Uranía, y si la pone, ¿qué? ¡me trae al fresco! Cuando nuestra buena seño se ponga bien vendrá a clase y ella se irá a la suya, pero yo ahora voy a la escuela sin malvavisco y por eso mi mochila hoy me pesa tantísimo y mi corazón aún mucho más y las piernas mucho más aún y por eso no andan rápido.
Y mira Moisés con un bonito malvavisco con una florecilla violeta en el medio. Andaba todo orgulloso, que se la enseñaría a la nueva seño y pensaría que por eso le iba a caer bien. Mira también a Filipakis con un gran malvavisco pero sin florecilla violeta. Mira también a los otros niños con sus malvaviscos con florecillas violeta y sin florecillas violeta. Mira también María con un ramo atado con un lazo que me ha guiñado el ojo nada más verme y yo me he puesto rojo. Cada vez que María me guiña el ojo, me da la sensación de que quiere decirme algo, pero yo no entiendo qué y ella me tomará por tonto y ¿qué? ¿es que Vasilis es más listo? y puede que lo sea, pero no le guiña a él el ojo, ¿o le guiña?
Nuestra clase nadaba en verde y en violeta: estaba llena de malvaviscos. Todos los niños -menos yo- trajeron cuantos malvaviscos habían encontrado. Todos querían poner contenta a la señorita Uranía. Cortaron, compraron, pidieron, deshojaron, .arrancaron. ¡Nunca había estado tan bonita nuestra clase! Malvaviscos en los pupitres de delante. Malvaviscos en los de atrás. Malvaviscos en los de en medio. Malvaviscos en las barandillas. Malvaviscos en los pasillos. Malvaviscos en el estrado. Malvaviscos en la 38


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mesa de la seño. Malvaviscos colgados de los tubos de la luz. Malvaviscos en la imagen del Crucificado como si fuera una corona que cubría la otra de espinas. Malvaviscos alrededor del mapa político de Grecia que ahora parecía un mapa físico. Malvaviscos en el armario con las tizas y los cubos. Malvaviscos, malvaviscos, malvaviscos, malvaviscos, malvaviscos. Por todas partes, por todas partes, por todas partes, por todas partes, por todas partes. Pequeños, medianos, grandes. con hojitas verdes, con hojitas amarillentas, con hojitas marchitas, con hojitas nuevas. Malvaviscos con florecitas. Malvaviscos con raíces.
Malvaviscos sin raíces. La clase estaba de fiesta. ¡Qué clase más bonita íbamos a hacer! Todos estamos contentos -¡hasla yo que no he traído!- y orgullosos, sonrientes, floridos. La señorita Uranía se alegraría tanto porque la queríamos -¿a mí me dices?- y trajimos malvaviscos a clase. Y mira, acaba de tocar la campana, ¡la señorita Uranía! Nos pusimos de pie, como hacíamos cada vez que entraba alguien, como nos había dicho que hiciéramos la señorita Kanelopulu y dijimos todos juntos ¡buenos días señorita Uranía! pero ella se había quedado en la puerta y no entraba, ¿entrará?
¿no entrará? entrará. ¡Entró! atravesó con dificultad el pasillo con cuidado de no pisar la verde pradera. Rodeó algunos malvaviscos, se abrió camino. Pasó. Llegó a su mesa. No nos saludó -¿habéis visto qué mala es?- se subió al estrado. Le dio patadas a algunas plantas para andar porque también allí había un montón de malvaviscos.
Cogió su sillón para sentarse pero también estaba lleno.
Agarró los bonitos malvaviscos grandes que ocupaban su sitio y los tiró por la ventana y cuando se dio la vuelta vimos por primera vez su cara que tenía un color de malvavisco, en unos lados oscura y en otros clara. Se confundía con el color verdoso violáceo de nuestra clase y le hacía juego como quien dice. Se sentó y nada más sentarse su rostro se humedeció y después se humedecieron sus mejillas y 39


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empezaron a caerle gotas y más gotas, al principio pocas y luego más, un torrente, y se volvió muy oscura su cara incluso allí donde antes estaba clara. Soltó después una voz rara que al principio no nos dimos cuenta que era la de la seño. Se parecía al bramido de la foca que habían atrapado un día y la habían encerrado en un gran depósito y gritaba y el vecindario gritaba porque sacaron entrada y la gente iba y miraba y se armó un jaleo muy grande. Por eso la señora Tsakanika cogió al señor Tsakanikas y fue a la policía y protestó y cogieron a la foca que gritaba y se la llevaron a otro barrio y ahora nosotros tenemos mucho miedo porque la señorita Uranía hacía como la foca de la señora Tsakanika y parecía muy mala como la bruja que hacía cosas malas a Blancanieves. Después decía algo y algo pedía. Por eso abrió el cajón de su mesa con fuerza para encontrarlo y se salió y cayó al suelo y salieron de dentro muchísimos malvaviscos pequeñitos y la seño soltó un alarido y nosotros nos asustamos mucho más aún y nos apretujábamos en los bancos los unos con los otros. Y después dijo, quién tiene un papel y un lápiz para escribir nuestros nombres y llevárselos al señor director para que nos pusiera a raya por lo que habíamos hecho y que los cabecillas se las iban a pagar, y nosotros somos buenos niños, no somos cabecillas, y nos echamos a llorar y Iorgakis que estaba en el primer pupitre dijo señorita yo tengo papel, arrancaré de la libreta de a sucio, y lápiz, aquí tengo en la mochila y metió dentro la mano para sacar la libreta de a sucio, y agarró un gran malvavisco de un metro y entonces la foca se enfadó mucho más aún y dijo, ya verás, para que aprendas a llenar tu mochila con plantuchas y le pegó una bofetada y él se puso a llorar.
Yo tenía miedo, todos teníamos miedo. También María tenía miedo. Y todos pensábamos qué vamos a hacer, se ha enfadado la señorita foca, nos apuntará en una lista y nos mandará al señor director para que él nos ponga a 40


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raya. Diosito mío, menuda nos ha caído, nosotros hemos hecho lo que nos dijo y ella se ha enfadado. Menos mal que yo no traje malvaviscos y se lo dirá mi mamá que vendrá para justificarme, pero mejor si hubiera traído también yo como los otros niños. La señorita foca dijo entonces: - ¡Fuera! ¡fuera! sacadlos todos fuera. Que no los vea.
Por la ventana. En un minuto no quiero que quede ni uno.
¡Ni uno! ¿me habéis oído? ¡ni uno! ¡ah! estos gamberros ¡qué me han hecho! más me hubiese valido partirme yo la pierna antes que venir a esta clase. La primera vez en mi carrera que me ocurre esto. Os vais a enterar. Y se fue.
Nosotros nos tiramos sobre los malvaviscos para vaciar la clase. Echamos por la ventana todos nuestros bonitos malvaviscos, Lela, Lila y Lula se quitaron de sus cabezas las coronas que habían tejido y con pena las echaron sobre los malvaviscos grandes. Vaciamos las sillas, la mesa de la seño, el armario. Le quitamos al Jesusito la corona y tuvimos la impresión de que le sentó mal que le dejáramos con la de espinas.
- ¿Habéis acabado? Se oyó la voz ronca desde el pasillo.
Si no las habéis tirado todas, no entro.
Las tirábamos. Las juntaríamos todas y que entrara.
- ¡Que no quede ni una!
¡Que no quede ni una!
- ¿Todavía?
Todavía.
- Espero.
Espera.
- ¡Yo os pondré a raya!
Ella nos pondrá a raya.
- No os escaparéis.
No nos escaparemos.
- ¡Ay!
Ay.
- ¡Voy!
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Viene. ¡Ay! Vino.
- Os dije un malvavisco. No tantísimos. Uno. Uno. Sólo uno. Lo que habéis hecho ni los niños de sexto de la peor escuela lo harían...
- ...
- La primera vez en mi carrera...
- ...
Pero os perdono.
- ...
- Y ahora a clase. Niños, hoy hablaremos sobre el malvavisco. Para conocerlo mejor, cogeremos uno. Por cierto, ¿quién me va a dar un malvavisco?
- Yo, señorita, se oyó al fondo una voz. Era Ánguelos que acababa de entrar en clase. Ese llegaba siempre tarde y se perdió lo que había pasado. Llevaba un bonito ramo de malvaviscos con florecillas violeta claro y oscuro.
¡Ah! hizo de nuevo la foca y se puso otra vez violeta, oscura esta vez. De nuevo nos pusimos nosotros a temblar y a sentir frío y a apretujarnos de tres en tres. Ánguelos sonreía y nos miraba sin entender porqué teníamos frío y no podíamos explicarle que habíamos traído -menos yo- muchos malvaviscos y que habíamos llenado la clase y que la señorita Uranía se había enfadado mucho y que por primera vez en su carrera le ocurría algo así y que le soltó una a Iorgakis, y le está bien empleado a ése que me cae como una patada en el estómago que se las daba siempre de listo y últimamente decía que en su casa habían comprado un gramófono y que nosotros no teníamos, y que nos hizo tirar los malvaviscos fuera por la ventana y que llamaría al señor director para que nos pusiera a raya y entonces la señorita Urania se bajó del estrado y salió arrastrando con ella a Ánguelos que se sonreía y salieron de la clase y nosotros nos callamos y nuestro terror era grande. ¿Ahora?
Ahora mira. Volvió con el señor director y estaba todavía 42


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Akis y los otros
violeta y él rosa y decía ¡vaya, vaya, vaya! La señorita Uranía decía esto no es una clase, es otra cosa y Ánguelos detrás no decía nada. Nosotros de pie en los bancos esperábamos que entraran todos para sentarnos.
- Bueno, niños, bueno, dijo el señor director. Ahora sentaos. Lo que pasó, pasado está. La señorita Uranía os quiere mucho y vosotros, lo sé, por cariño hacia ella y a la clase, hicisteis lo que hicisteis. En fin, señorita Jatzijristodulakopulu, ¿qué vamos a hacerles a estos muchachotes?
- ...
- El día de hoy será un día que lo recordarán...
- ...y yo lo recordaré...
- Y usted. Y usted. ¿Qué dice? ¿les perdonamos? Los niños le pedirán perdón por haberle molestado tanto y el tema se considerará acabado.
- Pues claro que les perdono.
- Y vosotros, ¿vais a ser siempre buenos niños? (Pues claro que seremos buenos niños. Lo que pasó es que aquél tiró la monda y la pisó nuestra buena seño y se cayó y se partió la pierna en vez de pisarla mejor la señorita foca...).
El señor director salió. Nosotros nos levantamos. El señor Vanguelis, el conserje, tocó la campana. Recreo.
Saltamos de los asientos.
- ¡Un momento! Un momento. No os vayáis aún, nos cortó la señorita Urania. En la siguiente clase de Física hablaremos sobre la ortiga. Por eso...
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FIESTA NACIONAL
(Donde el señor director pronunció un discurso y nosotros participamos en la función)
El rostro del señor director estaba colorado y sus ojos echaban chispas y por la frente le goteaba el sudor y por la boca gotas de saliva y cada poco asomaba la cabeza por la villana de su despacho y miraba a la gente y a los niños y sacaba su pañuelo blanco del bolsillo de la chaqueta y se limpiaba el sudor y las babas. Había desaparecido durante tres días y nos preguntábamos si se habría muerto, pero nos enteramos de que no había muerto y que había pedido permiso para preparar su discurso para la Fiesta Nacional y ahora lo leía y lo releía para aprendérselo bien igual que hacemos nosotros con Educación Ciudadana.
Todos los niños habían traído adornos y también mi mamá me había comprado y traje un montón de cosas pero no las puse yo, sino los niños mayores. Habían puesto laurel e imágenes de Kolokotronis, de Papaflessas, de Vótsaris, de Karaiskakis, de Kanaris1, y de Metaxás2 y las habían pegado en las paredes con masilla y en las puertas con chinchetas y habían clavado por encima coronas con laurel que todo el rato se caían y habían encargado a unos niños que las cogieran y las volvieran a poner. Los mayores habían pintado en las paredes banderas de Mar, Tierra, Hydra, Spetses y Psarás y, por error, una bandera que no era griega; cuando se dieron cuenta, la borraron y se volvió un manchurrón rojo. A mí lo que más me gustó fue que habían colgado una cuerda que salía de la puerta grande de hierro con barrotes puntiagudos y después continuaba por el pasillo y entraba en las clases por las puertas, salía por las 1
Héroes de la revolución griega.
Yannis Metaxás, dictador griego desde 1938 hasta su muerte, en 1941.
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Kyriakos Delopulos
ventanas, iba al patio y daba una vuelta hasta la columna y volvía y llegaba hasta el ciprés, entraba en los urinarios por el tragaluz de la puerta y salía por el ventanuco que tenía un cristal roto, iba al poste de la luz, daba la vuelta todo alrededor y otra vez volvía y entraba de nuevo en el pasillo por la parte de atrás y después en el despacho del señor director y volvía a salir al patio y llegaba hasta el otro ciprés y pasaba cruzándose por debajo de donde había pasado la primera vez y por encima de nuestras cabezas y volvía a pasar dos veces más por encima de la primera vez y por debajo de la segunda y como no llegaba hasta las fuentes la habían atado a la campana. De esta cuerda colgaban cientos de miles de pequeñas banderitas triangulares de papel, del ejército de Tierra y del de Mar que ondeaban en el aire, que cuando soplaba con fuerza movía la campana, que sonaba y todos creían que era la señal para que comenzara la Fiesta Nacional y nosotros nos divertíamos mucho oyendo la campana que sonaba sola sin que hubiera recreo. Algunos niños saltaban para alcanzar la cuerda pero estaba muy alto y sólo Dodos consiguió alcanzarla pero sin querer se enganchó y cayeron las banderitas en nuestras cabezas y las seños corrieron espantadas y nos regañaron y preguntaron quién lo hizo y Dodos se echó a llorar pero lo perdonaron y no volvió a llorar.
Rulis iba vestido de faldero y llevaba el gorro con la borla y estaba muy orgulloso. Su mamá le había pintado un bigote negro y se parecía al señor Vanguelis, el conserje. Mi traje era muy bonito, sólo que las babuchas me las habían prestado y me quedaban muy grandes y se me salían los pies a cada paso y yo caminaba pero mis sandalias se quedaban atrás. Por eso la seño me dijo que me sentara sin moverme hasta que me toque actuar. También Vanguelakis iba vestido de faldero, como el año pasado, pero su traje se le había quedado pequeño este año porque él había crecido 46


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Akis y los otros
y le apretaba y no podía caminar, ni agacharse, ni levantar el brazo, ni hacer nada. Algunas niñas se habían vestido como la reina Amalia y María también se había vestido de Amalia y estaba muy guapa y se había alisado mucho el pelo y todos los niños la miraban y a ella le gustaba mucho que la miraran y cuando miraba a los ojos a los niños para ver que la miraban, ellos se ponían rojos y entonces ella miraba a los ojos a los señores que no se ponían rojos, sino que la que se ponía roja era ella.
Las seños entraban y salían del despacho del señor director y le informaban de si la gente había llegado y de si había sillas vacías y le decían qué hacemos nosotros y nosotros, como llevábamos mucho tiempo sentados en el descanso nos habíamos cansado mucho. Entonces, sin que ninguno de nosotros lo esperara, salió la señorita Uranía y con su voz ronca gritó ¡aaat-ención! y nosotros nos asustamos y mantuvimos aaat-ención y entonces no hablaba nadie y sale el señor director con su traje negro, corbata azul y pañuelo blanco y un montón de papeles en la mano y por detrás el señor Vanguelis con un vaso de agua en la mano y fue delante de una cosa que la llamaban, dice Filipakis, micrófono y estaba listo para hablar y nosotros listos para escuchar el discurso que había aprendido, y él en lugar de dar su discurso, comenzó a contar un-dos-tres, un-dos-tres, un-dos-tres, y se acercaba más a esa cosa, y luego se alejaba y no hacía sino contar hasta tres como los niños de primer curso. Después, tosió tres veces como contraseña y echó un vistazo a las seños que le sonreían y se arreglaban el pelo y miró a la gente y las banderas que se movieron y al final a nosotros que no nos movíamos por miedo a que nos castigaran, y empezó de nuevo a contar, pero no desde el uno: - Veinticinco...
pero entonces se oyó un ruido extraño. Aquella cosa que habían traído para que las voces se oyeran más alto 47


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dentro de las cajas que habían colgado en los árboles y que la llamaban micrófono y a las cajas megáfonos, comenzó a chirriar y a zumbar y corrieron y lo atornillaron y paró y entonces el señor director comenzó de nuevo a contar, pero desde donde lo había dejado: - veintiséis, veintisiete, veintiocho...
pero una seño se le puso detrás y le dijo algo al oído y entonces comenzó a contar normal desde el principio: - Uno-dos-tres.. .veinticinco de Marzo. Fecha de brillantez religiosa pero también de inalcanzable esplendor nacional. Día de doble celebración: de la cristiandad y de la raza. Fervoroso aniversario de nuestro levantamiento nacional...
y sacó el pañuelo, se secó el sudor, bebió un trago de agua, miró a los señores y a las señoras y a nosotros que hacíamos como que atendíamos, no fuera que nos pregunte qué ha dicho y no lo sepamos, aunque no le entendamos, y a las seños que estaban sentadas todas juntas atrás con sus mejores galas y atendían y daban a entender que se enteraban porque cada cierto tiempo movían la cabeza satisfechas y como el señor director no las veía bien, se dio la vuelta para ver mejor y entonces ellas movieron la cabeza y lo miraban a los ojos y entonces él cogió ánimo y continuó: - El presente Aniversario es parada y punto de partida...
y Vanguelakis dijo que no lo sabía porque pensaba que sólo los trenes tienen paradas y los autobuses puntos de partida, - ...de un nuevo camino luminoso, el de la mayor idea que ha forjado el espíritu humano...
y las seños se movieron un paso adelante y se pegaron a su espalda y la señorita Olga se sentó a su lado para que no se vol­viera y perdiera el hilo del discurso: -...la idea de la libertad que vio la luz...
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Entonces el viento sopló con fuerza y la cuerda movió la cam­pana que comenzó a sonar y el señor director pensó que la había tocado el conserje y lo miró enfadado y le dijo que: -...creció y se convirtió en un gigante en la patria de las pa­trias, en Grecia, para iluminar a través de los siglos el luminoso camino de la grandeza y...
de repente su voz se dejó de oír y no sabíamos qué había pasa­do y entonces oyó él también que no se oía su voz y paró y miró a su alrededor asustado y hacía señas para que le dijeran qué pasa­ba y nadie lo sabia y empezó a contar de nuevo un-dos-tres-cuatro-cinco y hubiera llegado hasta veinticinco de Marzo pero en­tonces su voz comenzó a oírse de nuevo y los megáfonos a chi­rriar y a zumbar y nos dejaban sordos: -...una fecha no sólo histórica...
Pero nosotros ni escuchábamos ni entendíamos, porque no queríamos escuchar, ni entender, porque teníamos sed y hambre y estábamos aburridos y jugábamos a pares y nones y queríamos que empezara la función con los trajes de faldero, hasta que pare­ció que estaba acabando porque comenzó a decir fechas: - ¡Viva el 25 de marzo de 1821!
que era el día que empezó la Fiesta Nacional.
- ¡Viva el 25 de marzo de 1940!
que era hoy que era Fiesta Nacional.
- ¡ Viva el 25 de junio de 1894!
que era el día que había nacido el señor director.
- ¡Viva la nación! ¡vivan los héroes! ¡viva la juventud nacional! ¡viva nuestra escuela! ¡viva! ¡viva! ¡viva!
- ¡Vivaaaaaaaaaaaaaaaaaa! Gritamos también nosotros y él se secó la frente con el pañuelo y la señorita Olga le llevó un vaso de agua fresca y nosotros nos tragábamos la saliva seca y nos decíamos que ojalá lo tuviéramos nosotros para beberlo.
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Después, vino de nuevo la señorita Uranía y nos dijo ¡deees- canso! y hacíamos lo que nos dijo pero nos habíamos cansado mucho y queríamos sentamos en el suelo con nuestros trajes y nuestros uniformes y fue ella también a aquella cosa y contó y dijo, ¡que venga el coro! y algunos niños, que estaban en el coro, dejaron las filas de a tres y subieron a escenario y entonces, como el escenario no estaba bien asentado, comenzó a chirriar y decíamos se van a caer todos los niños, pero el señor Vanguelis dijo ¡no pasa nada! he puesto cuatro barriles y tablones resistentes y puede subirse toda la escuela y levantó la tela y vimos los barriles debajo y la basura y en cuanto él la vio la bajó enseguida y entonces el coro empezó los salmos y los himnos y nosotros desde abajo nos reíamos y los niños del coro que nos vieron reírnos comenzaron a reír también y las canciones les salían risueñas y la señorita Olga que está delante de ellos y movía las manos, creyó que se reían de ella y empezó a mirarse por si tenía algo raro encima y se olvidó y dejó de mover las manos y los niños dejaron de cantar todos a la vez y siguieron cada uno por su cuenta y oías cada palabra diez veces y se armó un follón y la señorita Olga movía las manos más rápido para alcanzarlos, pero los niños cantaban como querían y lo que querían y en cuanto el coro acabó, la señorita Olga se volvió hacia el señor director que todavía estaba su­dando y se daba aire con la mano y le sonrió y él le sonrió a ella y ella se puso roja y todos los papás, las mamás y los niños batimos palmas y el coro se marchó por la puerta de atrás.
Después, la señorita Uranía dijo escuchemos poemas y llamó primero a Iorgos con su bandera y él subió al escenario y miraba delante, a derecha y a izquierda y esperaba a que le hicieran la señal para empezar, pero cuando nuestra seño le hizo la señal, no se dio cuenta porque estaba pendiente de la campana que la esta­ba moviendo la cuerda con las banderas y sonó siete veces 50


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y se asustó y entonces la maestra le dio un empujón y Iorgos comenzó a recitar su poema que se lo había estado aprendiendo toda la noche: En lo alto del monte, allá, Una iglesia solitaria ha; Su campana no oyes tocar, Ni salmista ni párroco tiene ya.
La maestra le hizo la señal de que parase, pero él no se dio cuenta y siguió: Un candil lastimero un crucifijo pétreo
Y entonces la maestra se le acercó y le dijo no es éste el poema que tiene que decir, éste lo tenemos mañana en clase y él entonces se acordó de lo que tenía que decir y nos hizo una reverencia, ondeó la bandera y empezó: Mientras el universo exista, mientras exista el mundo Tu nombre, Grecia mía, y tu gloria irán juntos.
Y se le hizo un nudo en la garganta, miró con miedo a su alrededor y la maestra le hizo una seña para que empezase desde el principio y así le saliera de corrido de nuevo: Mientras el universo exista, mientras exista el mundo Tu nombre Grecia mía y...
Pero la segunda vez se acordó de menos poema y volvió a hacérsele un nudo en la garganta y de nuevo miró a su alrededor con terror y de nuevo la maestra le hizo una seña para que volviera a empezar y él volvió a empezar otra vez desde el principio para que le saliera de corrido: Mientras el universo exista, mientras exista el mundo Tu nombre...
Pero se acordó de menos poema aún y volvió a hacérsele un nudo en la garganta otra vez y de nuevo volvió a mirar 51


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a su alrededor con terror y de nuevo la maestra le hizo una seña, volvió a empezar desde el principio, pero se acordó de menos poema aún: Mientras el universo exista, mientras exista...
ahora, antes de que la seño le hiciese la señal de nuevo, volvió a empezar él solo, pero se acordó de menos poema: Mientras el universo exista...
de nuevo se le hizo un nudo en la garganta más cerca del principio y volvió a empezar sin esperar porque ahora había cogido ánimo y sabía qué tenía que hacer, pero recitó menos:
Mientras el universo...
Y después: Mientras...
Pero se paró y no se acordó de más y ahora ya no se acordaba ni de cómo empezaba y miraba a su alrededor, arriba y abajo, aquí y allá, con terror y se había puesto muy rojo y a nosotros nos daba mucha pena que no se acordara del poema y mejor que hubiera recitado el de en lo alto del monte, allá, que se lo sabía y entonces fue la seño y lo cogió de la mano y se lo llevó dentro y Iorgos, después de hacer una reverencia rápida a la gente, se perdió de­trás del telón y nosotros dimos palmas y su papá y su mamá tam­bién y estaban muy contentos que estaba tan guapo y con su ban­ dera y había recitado tan bien su poema y su mamá había llorado como las otras señoras cuyos hijos habían cantado en el coro y lloraban de emoción.
Después empezó la función. A los niños que estaban vestidos de falderos los llamó la seño y subieron al escenario. Ión, Vanguelakis, Filipakis, Rulis, hacían de Kolokotronis, Vótsaris, Karaiskakis, Nikitarás, y yo no sé de quién hacía y sacamos las espadas y asustábamos a los 52


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Turcos que no se veían y las señoras estaban asustadas y decían nos cortaremos el cuello, pero las es­padas eran de mentira y no nos lo cortamos, pero ellas no lo sa­bían y se habían asustado y Rulis, que hacía de Nikitarás, fue a correr a perseguir a un Turco, pero tropezó y cayó y miraba ahora a los Turcos, que no los veía la gente, ahora a la gente que le veía a él y le dio vergüenza y se puso rojo y se oyó la voz de un Turco detrás del telón que le decía: - ¡Rulis, Rulis! Con la pistola. Con la pistola. Dispárame. Y Rulis se levantó y me grita, pero yo me pongo a correr para que persigamos juntos al Turco y mis zapatos con borlas se habían quedado detrás y le decía no puedo descalzo, había astillas en el suelo y entonces Vanguelakis que hacía de Vótsaris y le quedaba prieto el uniforme, se agachó a coger mis zapatos con borlas para dármelos y se le vieron las calzones y las niñas se echaron a reír y él a llorar y se le destintó el bigote y se hizo todo un manchurrón y los niños gritaban ¡a por él! ¡a por él! Y nosotros agarramos las espadas y empezamos una lucha de espadas como el Zorro y se oyó el coro detrás del telón que decía que os vaya bienfuentecillas y las señoras se emocionaron de nuevo y lloraban y los señores fumaban y el señor director estaba muy orgulloso y el viento empezó a soplar y la campana a sonar y saltó Ion que hacía de Kolokotronis y dice: -¡Adelante, el tambor suena y la trompeta resuena!
Pero la señorita Kanelopulu le dijo que eso tenía que decirlo yo y él se hizo un lío y dijo: - Dame, madre, tu bendición, y ven que te bese... voy a la guerra.
Y yo le digo: - Por el bosque estoy caminando y oigo los pajarillos...
y Vanguelakis me dice: - Eso tengo que decirlo yo cuando caigo y me estoy muriendo, y Nikitarás nos dice: - ¡Oh Libertad, madre de los pueblos!
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Y Ión le dice que eso va después y el otro se enfadó y le dice que no va después, él quiere decirlo ahora y que lo que vaya después que lo diga él y que recibirá palos y yo les digo van a venir los Turcos a cortarnos el cuello como en la historia y Vanguelakis, al que le quedaban prietos los zapatos con borlas, me dice que los cambiemos por los míos que eran grandes y la señorita Kanelopulu nos dice que no mezclemos las palabras del texto con las nuestras que la gente se hará un lío pero le gente no se había hecho un lío, se creía que la obra era así y se había emocionado mucho y se cayó el telón por equivocación y empezaron los aplausos porque se creían que se había acabado y salió Karaiskakis con la espada y les dijo que había más y los que iban de falderos levantaron el telón, pero se enganchó en el árbol de cartón que había hecho Dodos con María y se le cayó en la cabeza a Kolokotronis y se pensó que Vótsaris lo había tirado aposta y le mandó a la porra y Kolokotronis hizo un gesto despectivo y le dice: - Tú Grecia, que seas alabada y glorificada deseo, y le da una patada y la seño le dice eso tenía que decirlo Nikitarás, o sea, Rulis, pero Rulis se enfadó y empezó a escupirnos y sacó la pistola y gritó ¡bam bum! voy a mataros y nos perseguía y Kolokotronis dice si es un hombre que salgan mañana en el recreo a pelear y Vanguelakis se acordó de repente de su texto y mientras corría para librarse de las patadas y los escupitajos, gritaba: Del vencedor la cabeza con laurel será coronada.
Y yo cogí mis sandalias y las lancé a sus cabezas y una se la tragó Karaiskakis en la nariz y empezó a perseguirme y yo corrí detrás del telón para pedir ayuda a los Turcos y se cayó de nuevo el árbol y subió a escenario Dodos y lo levantó y se sentó detrás y lo sujetaba y nos amenazaba a todos porque creía que lo hacemos aposta y sonó la campana como en el recreo y se desmayó la señorita Kanelopulu y daban aplausos los papás y las mamás y 54


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Akis y los otros
lloraban y el señor director se levantó solemnemente y nos dio a todos, a Griegos y a Turcos, un abrazo y empezó a gritar: - ¡Viva el 25 de marzo!
Y dijo también el año que viene y todos alzamos la mano al frente y dijimos ¡Viva! y ¡viva! y la señorita Uranía gritó de nuevo ¡fiiiiiir-mes! y todos nos pusimos ¡fiiiiiir-mes! y cantamos el himno nacional y ¿por qué se alegra el mundo y sonríe, padre? Y nos fuimos a nuestras casas a comer puré de patatas con ajo para celebrar el día, a dormir, a levantamos, a ponemos nuestros mejores trajes y a ir a decirle felicidades a Vanguelakis que era su fiesta nacional.
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EL TIO ARISTIDIS
(Donde me enteré de porqué lo llamaban Nikos)
¡El domingo! ¡el domingo! ¡viene el domingo en el trasatlántico!
Era mamá que gritaba en el momento en que yo volvía de la escuela y llevaría gritando mucho rato porque estaba roja como enfadada, pero estaba contenta. Llevaba en sus manos un papel y ahora iba al balcón, ahora entraba en el comedor, ahora salía, ahora corría a la cocina y gritaba ¡que viene nuestro Aristidis! Leía el papel que era un telegrama y decía: “Llego Domingo. STOP. Esperad. STOP. Nikos”.
El tío Aristidis era mi tío y venía una vez al año. Antes de venir, nos enviaba un telegrama y nosotros sabíamos que iba a venir y ordenábamos la casa y en ese telegrama en lugar de poner su nombre ponía debajo “Nikos”. Yo no lo había visto nunca porque el año pasado no había enviado telegrama. Estaba en América. El anterior, estaba fuera yo en casa de la abuela y no lo vi. El anterior, vino hasta la estación del tren pero yo no lo vi de nuevo porque tenía diarrea y mamá dijo que me quedara en casa y tomara mi sopa. El anterior y el anterior a ese, no sé si vino porque no me acuerdo, pues era pequeño y no iba a la escuela y no sabía ni el catón. Este año que vendrá en el trasatlántico lo veré y veré cómo es y se lo diré a los otros niños y reventarán de envidia.
Mamá dejó de entrar y salir en las habitaciones y se sentó en el sofá porque se cansó y sudó y todo el rato decía que el tío Aristidis es importante y que le había echado mucho de menos.
- Verás también lo que te va a traer. Sólo, como hemos dicho, como cuando viene una visita, lo saludarás, le darás la mano derecha y un besito. Bienvenido, tío Aristidis, le dirás y se alegrara mucho. Y si no lleva nada en sus manos, no le preguntes dónde lo tiene. A nuestros invitados los 57


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Kyriakos Delopulos
queremos por lo que son y no por que nos traen regalos, ¿has entendido? ¿eh, tesoro?
- Sí, mamá.
La escalera de madera crujió. Subía papá y estaría cansado y no estaría de humor y refunfuñaría por algo y todo le parecería mal porque papá siempre encuentra algo que le fastidia el día, especialmente cuando mamá le habla.
Hoy sin embargo tenía que decirle algo que le iba a alegrar y en cuanto lo vio, corrió y le dijo: - Aristidis, Spiros. Viene Aristidis. El domingo...
- ¡Ea! Lo que yo decía. Será bienvenido. Justo a tiempo.
Y digo yo, ¿pero, qué pasaba? ¿nos había olvidado? justo a tiempo...
Ahora también él empezó las vueltas dentro fuera: balcóncocina, cocina-comedor, comedor-dormitorio. Cada vez que salía de un cuarto llevaba una prenda menos. En la cocina dejó la bolsa de la compra. En el vestíbulo dejó el sombrero.
En el dormitorio la chaqueta. En el comedor el chaleco.
Parece que la gran noticia no le había llenado de alegría y que enseguida comenzaría el sermón. No como en la iglesia.
Papá sermoneaba a su manera. Y no me equivoqué. Comenzó a hablar del tío Aristidis. Hablaba, hablaba, hablaba. Tantas cosas que no las podía pillar. Iba y venía. Decía que era un inútil, un vago, un zángano, un aventurero, un hombre que nos metía en líos. No puedo entender siempre a los mayores que hablan latín. Y todas estas palabras latinas de mi papá me resultaban difíciles de entender. Sólo cuando dijo que no es más que un imbécil y medio, me alegré. No sólo porque la palabra imbécil era griega, sino porque además era y medio.
Más, por tanto, que la tía Gazia de la que papá decía que era una imbé­cil y nada más. Medio imbécil por encima es algo grande. Mamá cada vez que papá pasaba por delante de ella le hacía un gesto para que no hablase así delante del niño.
Pero yo hacía como que no prestaba atención para oír más cosas. Mamá decía otras cosas. Decía que el tío Aristidis era 58


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Akis y los otros
importante y que papá tenía envidia por no ser como él. Que tenía muchas buenas ideas pero que siem­pre tenía mala suerte. Entró también la tía Gazia y les regañó porque dijo que no era momento para peleas. Dorotea se puso su delantal blanco para poner la mesa y yo encontré la oportunidad para darle un puñetazo en el trasero. No se lo había dado por la mañana y me faltaba. Papá decía ¡chorradas! bueno, ya está bien, ¡menuda tontería! deja ya las estupideces y la tía Gazia decía Se­ñor ten piedad, Grande eres Señor y Señor Todopoderoso.
- Ojalá te parecieses a él. No le llegas ni al dedo meñique, fue el último comentario de mamá antes de sentarnos a la mesa. Di­ces todo eso porque es familiar mío.
- Que lo disfrutes, dijo papá y mamá hizo como que no lo oyó.
En la mesa hicieron los planes para los preparativos, como en Semana Santa y en Navidad que la casa se pone patas arriba. Mamá dio instrucciones a todos. A mí que no pisara el suelo fregado y no me secara las manos en las cortinas. A papá que no nos marea­se y que se fuera a pasar todo el tiempo al café para no andar por medio, tanto mejor. A la tía Gazia que ayudase en la decoración.
A Dorotea que fregase, que lavase las cortinas, que sacase brillo a los objetos de bronce y al timbre de la puerta, que quitase el polvo, que limpiase la vajilla y los cubiertos, que sacudiese las mantas, y muchas cosas más. ¿Qué comida prepararía mamá? ¡eso sí que tenía tela!
- Prepararé el hojaldre para hacer una buena empanada de verdura, dijo contenta.
- ¿Y por qué no compramos mejor una ya preparada? le cortó papá. Tú no sabes preparar ni una sartén de patatas...
- ¡Pamplinas! se enfadó ella. No es que no sepa cocinar.
Tú que traes el gafe, tienes la culpa de todo. Por eso se me corta la mayonesa y se me estropean las comidas. Porque los ingredientes, lo que es llevarlos, los lleva.
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Kyriakos Delopulos
- Sí, sí, los ingredientes los lleva, ¡en fin! una vez más, comeremos sus ingredientes crudos.
Después, continuó hablando del tío. Que nos llegará con su fular y sus gemelos de oro y su gran anillo. (El tío, dijo, que llevaba un anillo con una gran piedra negra alrededor de la cual escribía unas cosas en latín y que lo tenía desde el tiempo en que estudiaba en América, pero papá me decía que el tío había hecho otros estudios y que nunca puso un pie en la universidad). Yo comía mi comida y escuchaba con atención. Ninguno se dio cuenta de eso. No me dijeron si me gustaba la comida y ni siquiera pensaron en darme de comer. Estaba muy orgulloso de oír contar de mi tío.
Rulis tenía dos tíos y tres tías. Yo un tío y una tía. En total tres. Mal. Dos. Me llevaba un tío, pero ninguno de sus tíos había ido a América ni era aventurero. A sus tres tías que las zurzan. También en eso la tía Gazia era mejor, y aunque no fuera una idiota y media, algún día sería también y media y entonces superaría también a las tres de él.
Qué pasó el sábado por la mañana
- Vida y milagros, nuestro señor Aristidito, eran los buenos días de papá.
- Papá, ¿qué significa mina y milagros?
- Vida, dije, no mina.
¿Ya has vuelto a empezar? se te va a atragantar de pura envidia, hombre de dios, le cortó mamá que veía que llega el domingo y que no se han hecho todos los preparativos.
Tómate el café y ve a tu trabajo. Tú sólo sabes hablar de lo que te interesa. ¿Nos has preguntado a nosotras, que nos hemos deslomado?
-¡Tanto como deslomado! Si no es por Dorotea, dijo papá y la miró de forma rara.
- Grrrciass señor, dijo ella y se puso roja de forma rara.
(Me parece que recibirá sus puñetazos donde ella sabe.
Que vea cómo también yo la hago enrojecer).
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Akis y los otros
- ¿Te has enterado, Spiros, de a qué hora llega el “Saturnia” mañana?
- Me parece que el “Vulcania” llega el domingo.
- No, el “Saturnia”.
- No, el “Vulcania”.
- ¿Y por qué no preguntas? ¿qué dice el telegrama?
tráelo que veamos.
- El telegrama no lo decía.
- Lo decía.
- Te digo que no lo decía.
- Tráelo que lo leamos.
- ¿Dónde está?
- Tú sabrás.
- Perdona, pero lo cogiste tú.
- Te equivocas. Y sin embargo, tenemos que encontrarlo.
Busca, por favor.
- Muy bien. Iré a buscar con Dorotea.
- Búscalo tú solo. Dorotea está ocupada.
Bebí tranquilamente mi leche. Cogí mi cartera y mandé besitos.
- Mamá, papá, me voy a la escuela. Adiós. (Si encuentran el telegrama, que me aspen. Hice un avión asiiiiií de grande y lo eché desde el balcón y llegó más allá de la casa de la señora Anthí...).
Qué pasó el sábado al mediodía
(Otra vez en la mesa, donde se juntaba todo el mundo) - Entonces, comenzó mamá, yo me ocuparé de la comida. Tú -señaló a papá- te enterarás de a qué hora viene el trasatlántico. Tú -señaló a la tía Gazia- pondrás las flores en los floreros y pondrás los tapetes. Tú -señaló a Dorotea- harás lo que te dije a la mañana. Tú -me señaló a mí- recogerás todos tus juguetes. Yo -se señaló a sí mismaempiezo: comida y dulces.
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Kyriakos Delopulos
- Vamos, Patrula, cariño, ¿por qué te molestas en cocinar?
¿no dejas que cocine Aristidis? ¿acaso has olvidado que también hizo de cocinero?
- Cocinero o no, es un invitado. ¿Cómo vamos a ponerle a cocinar? se nos caería la cara. Además, no era cocinero como tú insinúas. Era chef en palacio.
- ¡Esto ya es lo último! ¡ vamos! dice lo que le da la gana.
No le cuesta dinero...
- ¿De verdad, mamá? ¿en palacio? ¿del rey?
- De verdad, en palacio. Pero no le interesa a tu señor padre oírlo...
- Sólo Dios sabe, mi niño, como se encontró dentro de palacio, porque cómo se encontró fuera lo sabemos bien.
No hablemos ahora...
- ¡Spiridon! (mamá se mordió los labios). Spiridon, ¡qué vergüenza!... Tú -señaló con segundas a papá- no sabes freír ni un huevo. Por eso te burlas de él. ¿Recuerdas el año en que lo intentaste con la ensalada? ¿cuando decías que también tú podías hacerte cocinero?
Dijeron que aquel año con la ensalada, el tío cogió el cuchillo de la cocina y cortó una lechuga en un plis plás.
Cogió papá el cuchillo y cortó su mano en un plis plás.
Después el tío hizo una pirueta. Dio un golpe a la sartén y le dio la vuelta a una tortilla en el aire sin cogerla con la mano. Era impresionante. Lo intentó también papá pero dio un golpe muy fuerte y envió la tortilla derecha al techo.
Dio un salto y aterrizó en el armario de la cocina. Para alcanzarla, trajeron la escalera y subió Dorotea. Papá y el tío la sujetaban con fuerza. Pero ella se resbalo por detrás.
Entonces sacaron el armario hasta que la encontraron cubierta de polvo y de basura y de las tres horquillas de mamá que había perdido hacía mucho tiempo pegadas de maravilla sobre ella.
- ¿Y cómo os la comisteis, papá? no me pude contener, ¿con las horquillas?
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Akis y los otros
- El coco se las comió. Déjame en paz tu también.
Después papá comenzó a hablar acerca de los muchos trabajos que había hecho el tío Aristidis. Dijo que después de lo del palacio abrió una sastrería, pero la sastrería se prendió fuego una noche y antes de que lo apagaran había ardido y que esta historia era oscura -pues claro que era, porque pasó de noche- y que el tío se las vio y se las deseó para librarse -como estaba oscuro no veríay que tuvo problemas con la policía. Hablaba de unos seguros, de incendio provocado intencionadamente y en general hablaba todo en latín ¡y yo cómo iba a enterarme!
Algún día tendré que aprender latín. Se lo diré a María que aprendamos juntos. De todas formas, esta historia le perjudicó. No estaba limpia. Olía.
Después papá -¿cómo recordó también esto? ¡papá es grande!- habló de otro incendio que se había prendido en el almacén de embalaje de pasas de Corinto que el tío Aristidis había abierto con el dinero del seguro de la sastrería.
(Eso no pude entenderlo en absoluto). También ese sucio trabajo olía, dijo papá. (¡Eh! vale. Eso lo saben hasta las gallinas. Dado que era un trabajo sucio, ¿no iba a oler?
¿pero por qué los trabajos del tío Aristidis siempre olían?
Misterio). De cualquier modo, no lo pagó caro, con unos meses y menos mal que corrió mi papá a salvarlo porque removió cielo y tierra. Después el tío abrió un gabinete publicitario pero no se prendió fuego. Se chamuscó sin embargo solo, dijo papá, porque ni un alma pisó el umbral.
Y sin embargo, papá reconoció que el tío no prosperó en este trabajo injustamente, porque tenía talento. De hecho, dijo, tuvo una idea genial. Dibujó, ¿a quién creéis? A Poncio Pilatos lavándose las manos con jabón “Afrox”, y que esto gustó mucho a la compañía que fabricaba el “Afrox”, pero no le dio tiempo a hacer la campaña publicitaria, porque cerró. Al final, papá dijo que al tío no le quedó más salida que coger sus cosas y largarse a América, donde ya había 63


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estado, porque decía que en América esta vez saldría adelante y le iría bien y que un amigo suyo se había hecho muy rico aun sin conocer el idioma, sólo dos palabras, que las decía de repente allí donde no lo esperabas y le daban dólares y que estas dos palabras eran “Hold up!” y que en griego quieren decir ¡arriba las manos!
Cuando comimos, mamá ordenó a Dorotea que recogiera la mesa. Yo, de nuevo comí solo toda mi comida. Y de nuevo ninguno de ellos se dio cuenta.
- Akis, cariño, juega un poco. Descansa, después toma tu crema y ve a casa de la señora Anthí a pedirle la lana que me ha comprado para tu jersey nuevo. Después haz tus deberes, juega, come, haz pipí y acuéstate pronto. Mañana es el día que llega tu tío y tienes que estar descansado. Y si haces todo eso, te compraré un bonito cochecito de cuerda.
¿Vale, mi niño?
- ¡De acuerdo, mamá!
Qué pasó el sábado por la tarde (De lo que me dijo mamá que hiciera)
Jugué con mis cochecitos viejos. No me compró uno nuevo porque, de tanto jugar, no tuve tiempo para hacer nada más.
Qué pasó el sábado por la noche
Comí otra vez toda mi comida y otra vez solo y otra vez nadie se dio cuenta. Pues vale, echaremos cuentas con los mayores. No es serio esto, que comas tú solo y que nadie te haga caso. Dije buenas noches papá, buenas noches mamá, buenas noches tía Gazia y di uno de mis mejores puñetazos a Dorotea -me di cuenta porque sus mejillas enrojecierony me fui a la cama. Mamá vino y me arropó y me dio un besito y me preguntó si me da miedo la oscuridad y si quiero que me deje la luz encendida. Papá vino y me prometió un avioncito si mañana como mi comida y por eso comprendí 64


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que no se había dado cuenta de que también esta noche he comido y sin regalito ademas. La tía Gazia no vino. Sólo le oí decir vosotros echáis a perder al niño y mejor que no viniera a decirme buenas noches, la asquerosilla.
Entonces yo también hice como que dormía para oír lo que iban a decir del tío. Me cubrí con la manta de punto que me había tejido la tia Gazia con sus agujas y empecé a escuchar qué decían sin verlos, pero reconocía por las voces quién hablaba: - Pues los americanos no soportan esas cosas. ¿Le iban a dejar así? (Papá).
- ¡Ssssh! Te va a oír el niño. (Mamá).
- ¡Qué! ése ya está grogui. (Papá).
- Vale, ¿y a ti cómo te lo dijeron? ¿es seguro? ¿ahora que fue excarcelado lo han extraditado? (Mamá).
- Eso parece. Mañana lo sabremos. Nos lo dirá todo él mismo. ¿Por qué te pensabas, si no? Entre cuatro paredes, ¿iba a escribir cartas? ¿para contarnos qué? ¿venid a sacarme? ¡vamos! ya os vale a ti y a tu primo. (Papá).
- Ya está bien. No vamos a preguntarle algo así. Pero si hubiera hecho algo serio, diría que bien merecido lo tiene.
Siempre se la carga Aristidis por su buen corazón. (La tía Gazia).
- Gazia, tus albondiguillas son estupendas. Enséñale a tu hermana. ¿Quién me cocinará unas albondiguillas tan buenas cuando te vayas...? (Papá).
- Gazia no se irá a ningún lado. Se quedará con nosotros mientras le venga en gana y mientras quiera yo. Es nuestra hermana. (Mamá).
- ¡Bravo, Aristidis! ¡viva Aristidis! ¡ahí lo tienes haciendo una colecta para la viuda del Soldado Desconocido!
muchacho, ¡esa es genial! ¡cómo no lo pensó ningún otro!
ahora me dirás que los americanos, americanos digo, no toman sopa boba y le estropearon la faena. (Papá).
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Después papá contaba que preparó el montaje para el gran ardid, que reunía dinero para acoger a la viuda y a sus huérfanos, que se comió los dólares de la gente, que había impreso cuartillas con la fotografía de la viuda llorando con sus pequeños llorando también y diciendo papaíto, papaíto, ¿dónde estás ahora?
- Y decidme por favor por qué los listos de los americanos no hicieron nada por esta mujer durante tantos años, ¿tenía que ir un griego a enseñarles qué es una obra de caridad? Yo estoy orgullosa de haber nacido griega. Ojalá supiera la dirección de esa desdichada para enviarle algo.
¡Dónde se ha visto enviarle a la cárcel por este motivo! Por eso Dios arrojará fuego para que ardamos. Lo he visto yo en un sueño. No se salvará nadie. (La tía Gazia).
- Ya está, tu hermana se ha vuelto loca. ¡Menuda desgracia nos ha caído! Mañana a primera hora te encontraremos su dirección para que le envíes tus ahorros y alguna bufanda para el invierno. Se me ocurre algo mejor, que se las lleves tú misma, si es que la encuentras, ¡claro!... Y se partió de risa. (Papá).
- ¡Spiridon! ¿cómo hablas así? No olvides que hablas con mi hermana que es tu cuñada y tía de Akis e hija de mamá... (Mamá).
- ...otra loca por aquí... ¡a ver si me dejáis ya tranquilo por esta noche!
Después, tuve sueño y quise dormir y no oía bien las oraciones y no me daba cuenta de quién contaba ni qué decía, sólo oía palabras sueltas.
- Al fin y al cabo no me irá y juntos casa.
-¿y cuando dices?
basta ya - La decía es y lloverá peor 66


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vida una y todas asqueroso deja ya ahora ¿acaso él ridículo ten piedad.
- No nos Gazia?
sueño.
- felices, ¡vete al - Spiridon dice que no a nosotros, y Más tarde, tuve mucho más sueño todavía y no oía ni oraciones, ni palabras enteras, sólo oía sílabas: - El re ma la de lo da no jo ño y to no rán al - Spi - Ga a, lla los y que li Mucho más tarde, no oía ni oraciones, ni palabras, ni sílabas, sólo vocales y consonantes: -L a ó n e t s p á s e q l v p n ó s é o p -S n v a í a, r c a q e r l ñ -N m l d a Muchísimo más tarde, no se oía nada: Y al final apagaron la luz y se hizo:
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Qué pasó mañana (O sea el domingo por la mañana) Mamá se levantó muy temprano. La tía Gazia estaba en pie desde el amanecer y fue a la iglesia a oír misa porque nunca se perdía la primera parte. Cómo lo conseguía y se levantaba, como quien dice, de noche, no lo sé. Dorotea no sé cuándo se levantó. Quizá no durmiera nada debido a su nerviosismo. También ella estaría muy impaciente.
A lo mejor hasta temiera que el tío Aristidis, que era tan importante, le diese también algún puñetazo, pero entonces me enfadaría yo mucho, ¿pero cómo lo demostraria? Papá estaba de mal humor. Yo me desperté solo. Me olvidaron por completo. ¡Vaya mamá y vaya papá que tengo! Me lavé, me limpié los dientes, me vestí, me puse mi traje nuevo de marinerito y me até las tiras de mis zapatos ¡yo solo! ¡Yo solo! Nos juntamos todos en la mesa para el desayuno.
- ¿Qué vas a tomar, tesoro?
- Pan con azúcar.
- Sí, tesoro. ¿Beberás tu lechecita?
- Si me quitáis la nata.
- Sí, mi niño. Spiros, quítale la nata de la leche a Akis.
- Vamos a quitársela.
- ¿Te gusta así, mi niño?
- Sí mamá.
- Bébela. ¿Puedes tú sólo o quieres que te la dé cuchara a cuchara?
- Yo solo.
- ¡Bravo, Akis! ¿Has visto cómo te has hecho grande y ahora eres un gran muchachito que bebes tu lechecita tú solo?
- Sí mamá.
Dorotea llevaba un lazo blanco en el pelo. Estaba muy arreglada y se había atado en la cintura muy ceñido el delantal que hacía que su pompis pareciera más pequeño.
Mi papá se fijó en eso y yo me fijé en que se había fijado 68


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Akis y los otros
y mamá se fijó en que papá se había fijado y yo me fijé en que lo miró enfadada y Dorotea se fijó en que no tenía que pasar cerca de mí no fuera a darle un puñetazo. ¡Ay! ahora me apetecía darle uno. Se hizo silencio. Cada uno estaba pendiente de que algún otro dijera algo para decir también él algo, pero nadie decía nada. Yo me bebí la leche yo solo.
Papá su café él solo. La tía Gazia su té ella sola. Dorotea masticaba algo ella sola. Todos hacíamos algo nosotros solos.
Qué pasó mañana (O sea el domingo por la mañana otra vez, pero un poco más tarde)
- ¡Toc toc! Dos golpes a la puerta. Mamá corrió a la ventana arreglándose el cabello.
- ¿Quién?
- ¡Yo!
- ¿Quién? ¿Quién es usted?
- ¿Vive aquí el señor Pepópulos?
- ¿El señor Pepópulos? ¿qué señor Pepópulos? se ha equivocado.
- Disculpe.
Me dio la impresión de que nos alegramos de que no fuera el tío aunque estuviésemos esperándolo. Sentí que nos había entrado a todos miedo, pero no sé por qué teníamos miedo.
- Akis, como te he dicho, le darás la mano derecha. Le dirás bienvenido tío y no le preguntarás qué te ha traído.
Los niños buenos no preguntan nunca esas cosas. ¿De acuerdo tesoro?
- ¡!
- ¿Eh?
- ¡!
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Kyriakos Delopulos
Qué pasó un poco más tarde - ¡Toc, toc, toc!
Mamá, papá, la tía, Dorotea, corren a la ventana. Yo al balcón. ¿Cómo no se les ha ocurrido en vez de apretujarse en la ventana? Todos a la vez preguntan: - ¿Quieeeeén?
- ¡Yo, señora Patrula!
- ¿Es usted don Iorgos? Dorotea, baja a coger el hielo para la nevera.
Nos tranquilizamos. Sentí que otra vez nos alegramos de que no fuera el tío Aristidis. No puedo entenderlo: cuando llame a la puerta y sea él, ¿nos alegraremos o nos pondremos tristes?
Qué pasó un poco más tarde
(O sea, un poco más tarde aún que antes) - ¡Toc!
- Dorotea, ve a ver quién es.
- Sí, señora.
- ¿Quieeeeén?
- Yo. Buenos días, señorita Dorotea. Que disfruten de la familia.
- ¿Quién es, Dorotea?
- El señor Alexis, el cartero.
- Qué raro. Spiros, baja a ver qué ocurre.
Papá regresó con un telegrama. (No aquél que había convertido en avión. Éste era otro. Pero lo haría con éste, también). Papá lo abrió, porque estaba doblado en octavillas y leyó: “Estoy policía portuaria. STOP. Comprometo explicar.
STOP. Comunicación imposible. STOP. Llamad abogado.
STOP. Espero ansioso. STOP. Nikos.”.
No entendí nada. ¡Vaya con el latín!...
Papá entendió. Y mamá. Y la tía. Y Dorotea.
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- Parece que su vieja historia le persigue todavía. Tiene líos con la justicia. ¡Volvemos a las andadas! ¡Ale! ¡a correr de nuevo a por ese impresentable!..
- Pobre Aristidis. Si tuvieras más cabeza y menos corazón... hablaba sola mamá y a la tía Gazia se le saltaba una lágrima, a Dorotea otra, y a mí dos.
Qué pasó el domingo al mediodía
Todo señalaba a que hoy el tío Aristidis no se sentaría a la mesa. Una silla estaba vacía. Nadie comía por mas que la mesa estuviera llena de comida. Ni siquiera yo tenía ganas, ni de comer ni de que me diesen la comida. Con el cuchillo aplanaba el puré y lo hacía como un azulejo de la cocina.
Con el tenedor le tracé líneas como los cuadernos de rayas.
Clavé algunos palillos de dientes a modo de banderitas.
¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡El puré puede ser un gran juego! Le haces la forma que quieres y le pones cuantos palillos de dientes te viene en gana.
- Papá, mamá, mirad. ¡Diez palillos de dientes en fila!
- ...
- ¡Tía, tía, mira!
- ...
- ¡Dorotea!
- ...
- ¡Qué pena! suspiró mamá.
- Tantas exquisiteces, dijo la tía.
- Semejante fregado, dijo Dorotea.
- Tantas veces que comí yo solo, dije yo.
- Al diablo, dijo papá.
- ¿Por qué tienen que sufrir los buenos? dijo la tía de nuevo y se hizo silencio.
Papá pinchó con el tenedor una enorme hoja de parra rellena de arroz. Y cuando se lo llevó a la boca hizo que se le hincharan las mejillas. Parecía que se reía de forma extraña. Quizá fuera también que se ahogaba. Hubiera sido 71


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muy divertido que se ahogara. Pero se salvó. En cuanto lo tragó, se echó a reír: - ¡Ja, ja, ja!
- ¿Qué te ha pasado? ¿estás en tus casillas? Se sorprendió mamá.
- ¡Ja, ja, ja! continuó papá. Pero bueno, ¿de qué me preocupo yo? ¿Y por qué voy a correr yo? Que vaya a llamar a su santo que tiene hasta precedentes. En fin, que lo sepas, sólo San Nicolás puede hacer algo...
- ¿Qué quieres decir? ¿qué tiene que ver el santo?
Infinita Su Gracia...
- Mujer, tiene que ver y mucho, Él y Su Gracia. Decidme, ¿os acordáis del desagradable accidente que sufrió el susodicho en aquel naufragio, cuando por poco se ahoga?
- ¡Uuff! ¿así que era eso? Respiró mamá.
- Papaíto, cuéntanoslo por favor.
- Si te comes la comida...
- ¿Toda?
- Menos los palillos de dientes.
- De acuerdo.
- ¿Por qué no lo dejas para otro día? ¡Vaya con las historietas! se entrometió mamá.
- Ha prometido comer su comida. Tengo que contarlo.
Papá comenzó a contar y a comer. Yo a comer y a escuchar.
Cada cinco bocados bebía un trago de vino tinto. Yo cinco tragos de agua por cada bocado de comida. Comenzaron muy tímidamente a comer los demás. Le dijeron también a Dorotea que se sentara a la mesa. Ella fue a ponerse en el sitio del tío Aristidis. Pero en cuanto se dio cuenta, se levantó asustada.
- Siéntate, siéntate. Mejor tú, papá le dio una palmadita y comenzó: - Ocurrió después de su primer viaje a América, que no le habían ido bien las cosas y le habíamos mandado los portes para que regresara. Cuando regresó, con 72


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algunos ahorros y algo de aquí, algo de allá, consiguió abrir una tienda. Comestibles-ultramarinos. Artículos de quincallería. Colores de anilina. “La bella Alabama”. Cada dos por tres viajaba. Comerciaba con productos que tenían nombres latinos: cataplasmas, mechas, pedernal. Un día, al volver de las islas, le pilló una tormenta. El vapor de línea -no me fijé en si papá dijo “de primera clase”, pero sería un vapor de primera clase porque el tío Aristidis que era importante no hubiera viajado en un vapor de segunda clase- comenzó a hacer aguas, hasta que se fue a un lado, a otro, y se sumergió en las profundidades del mar. El tío agarró sus cosas y ¡blum! al agua. Comenzó a hundirse abrazado a sus maletas. Desde un bote otros náufragos le gritaron que subiera también él y se salvara. Él prefirió cargar primero sus maletas y los otros las tiraron al mar y se hundieron dando vueltas y echando millones de burbujas. Él solo, mi tío en alta mar, comenzó a hundirse para ir a buscar sus maletas y entonces se le ocurrió lo más brillante de su vida. Grita: por favor, San Nicolás, sálvame y verás cómo me cambio el nombre. Aristidis no, Nicolás me llamaré. San Nicolás se apiadó de él. No se hizo de rogar demasiado. Aristidis podría haber invocado a algún otro santo, más solícito. Le envió pues un mástil de los de primera clase y el nuevo Nicolás lo agarró y se salvó. ¡Eso fue un bautizo!
- ¡Viva! ¡viva! ¡viva el tío Aristidis!
- Akis, ¡vergüenza! No se interrumpe a papá.
- ¿Has visto el tío, mamá? ¿y al final, papá?
- Bueno, tu tío cumplió su promesa y cambió su nombre.
- ¿Por eso pone Nikos en lugar de Aristidis en los telegramas?
- Por eso.
- Ahora entiendo.
Todos comieron y bebieron de buen humor. Contaban del tío Nikos-Aristidis llenos de alegría. Bebieron a la 73


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salud de San Nicolás que lo había salvado del mar y que lo salvaría mañana de sus nuevas preocupaciones. Mi tío no vino. Perdí mi regalo y no sólo eso: comí un montón de veces mi comida y además yo solo y nadie se dio cuenta. Ni cochecito, ni avioncito. Dentro de poco me parece que me mandarán estudiar. Veréis.
- Akis, tesoro, ¿qué deberes tienes para mañana?
Os lo dije. Los mayores son unos tramposos.
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ACUERDO SECRETO
(Donde Moisés nos enseñará un idioma extranjero)
- ¡Vete a la mierda!
- ¡Vete tú!
- ¡Tú!
- Vamos, niños, ¿vais a volver a pelearos? Se va a pasar el tiempo y nos gritarán que tardamos. Yo no os vuelvo a separar y me voy.
La primera palabrota era de Moisés. Las demás sobre que se fuera él, mías. Las otras, sobre que me fuera yo, otra vez de Moisés. Las otras, que amenazaban con que se iba, eran de Filipakis.
- Tenéis que aprender como sea un idioma extranjero, dijo por milmillonésima vez Moisés que tenía sus razones pero digamos que también la razón del tuerto, tenía sus razones, pero tenía también razón.
- ¿Y cómo lo aprenderemos, listo? preguntó Rulis.
- Como lo aprendí yo. ¿Yo cómo lo aprendí? Si aprendemos un idioma extranjero, hablaremos delante de los mayores y no nos entenderán. Cuando tu papá habla en latín y no le entiendes, ¿te gusta?
La pregunta de Moisés no esperaba respuesta. No me gustaba. Si sabes un idioma extranjero, es algo grande.
- ¿Y de qué país es ese idioma? Se interesó Dodos.
- No es de un país. Es un idioma secreto. Mi hermana mayor sabe francés y habla con el monsieur Arné que es francés y mi mamá, que no entiende, hace como que entiende porque le da vergüenza decir que no entiende idiomas extranjeros y un día el monsieur jugó al pilla pilla con mi hermana y le dijo mon amour, mon amour, viens, viens y ella le dijo non non non c’est dangereux ici y papá se enfadó mucho porque jugaban al pilla pilla y empezó a hablarle al monsieur en turco y en latín y mamá se metió 75


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Kyriakos Delopulos
en medio y le dijo en griego ¡ssssssh, sssssh! nuestra Tula ya es una mujer y puede jugar al pilla pilla.
- ¡A la mierda! ¿y qué nos importa tu hermana?
- Lo digo para que veáis cuántos idiomas existen y cómo se entienden los mayores y nosotros nos mirábamos. Así que haréis caso de mi plan para aprender el idioma que yo he aprendido: lo aprendí en la excursión que hicimos de unos niños que lo hablaban y yo no entendía ni mu y les di mi patín y jugaron una hora entera y mamá les dio mis viejas botas de goma. Si queremos, aprenderemos y hablaremos delante de los mayores sin que nos entiendan.
- Claro, ¿y yo con quien voy a hablar? preguntó Rulis.
- ¿No tienes hermano?
- No tengo.
- De acuerdo, hasta que tengas alguno, hablarás con vuestra criada. Le enseñarás tú.
- Ésa es tonta. No aprende. Es de pueblo.
- Le darás puñetazos y aprenderá en un tris-trás.
- De acuerdo.
- Entonces, niños, ¿quién quiere que le enseñe?
Se oyeron cinco yos.
- De acuerdo, las niñas fuera. Sólo los niños.
- ¿Por qué? Se quejó Lula. ¡Yo también quiero aprender!
- No puede ser. Este idioma lo hablan solo los niños. Tú y las demás ¡fuera! Lula, ¡fuera! Lila, ¡fuera! Lela, ¡fuera!
Ahora nosotros cinco. De acuerdo, para aprender este idioma hace falta mucha atención. Quien sea tonto no podrá aprenderlo. Entonces, ¿conformes?
- Conformes.
- Pero para aprender este idioma vais a tener que pagar.
- ¿Que pagar?
- Sí, que lo sepas. Que pagar.
- ¿Con qué dinero?
- ¡Romped vuestras huchas!
- ¡Ni hablar!
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Akis y los otros
- O pagáis o nada.
- ¡Entonces, nosotros tampoco aprenderemos! Buena se la hice, pero me arrepentí enseguida. Yo quería aprender el idioma extranjero para hablar con Dorotea, porque últimamente me entraban ganas de decirle cosas que no quería que las entendiera papá. Y después se la enseñaría también a María, pero eso sería un secreto. Ahora no digo nada a Moisés. Me echaría de clase.
- Vosotros perdéis.
- Nosotros perderemos. ¿Pero dónde vamos a encontrar dinero?
Nadie quería romper su hucha. Pero la cabeza de Rulis maquinó una gran idea: - Y si no tenemos dinero, ¿podemos pagar con cosas?
- ¡A la mierda!
- ¡A la mierda tú!
- ¡A la mierda tú! Pues yo no voy a enseñaros gratis, así que peor para vosotros.
- También será peor para ti. Porque si no nos enseñas ¿con quién vas a hablar?
Muchacho, bien dicho. Moisés no lo había pensado y se asustó.
- ¿Qué? dijo y se rascó la cabeza.
- ¡Mené! le dice Rulis. O cosas, o no hay clase. Y si no que te zurzan.
- Un momento. Voy a pensar.
Un momento. Va a pensar. Ha pensado.
- Bueno, conforme. Cosas. Pero lo que yo quiera. ¿Qué ofrecéis? Rulis primero.
- Cinco soldaditos de plomo.
- Seis.
- Cinco.
- Seis.
- Vale, seis.
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00084

Kyriakos Delopulos
- Filipakis, oigo.
- Ocho canicas.
- Diez.
- Ocho.
- Diez.
- Ocho.
- Diez.
- Vale, diez.
Otro listo.
- ¡Dodos!
- Yo no te voy a dar nada. Si quieres peleémonos a ver quién gana. Si gano yo, me enseñarás y no pagaré. Si ganas tú, no aprenderé idiomas extranjeros.
- Lo voy a pensar.
Lo pensó.
- ¿En lugar de una pelea me prestas tu bici por un día?
- Lo voy a pensar.
Lo pensó.
- ¿Un día entero?
- Entero.
- Vale.
Otro listo. ¡Se la dará un día entero! al tio con suerte.
- Iorgos. Habla. ¿Qué das?
- ...
- Habla. ¿Qué das?
- Mi cometa.
- ¿La rota? Yo también tengo.
- Con el hilo, además.
- No vale. Yo también tengo. Otra cosa.
- El estuche con mis pinturas.
- Lo voy a pensar.
- Piensa.
Lo pensó.
- ¿Con punta?
- Con punta.
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00085

Akis y los otros
- Lo voy a pensar otra vez.
Lo pensó otra vez.
- ¡El estuche con las pinturas y además un sacapuntas!
Iorgos no lo pensó. Aceptó.
- Conforme, y además un sacapuntas.
Llegó mi turno y no había encontrado qué darle. No quería darle nada.
- Akis.
- ...
- Akis, no te lo digo dos veces. ¿Y bien?
- Un momento. Voy a pensar.
- Contaré hasta diez.
- Hasta cincuenta.
- Hasta cincuenta, y si no has encontrado nada, no habrá clase. Cuento: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7...
- ¿Vamos a tener también cuaderno de notas?
- ...8, 9, 10,11,12,13, 14...
- ¿Vamos a hacer también gramática?
- 15, 16, 17, 18, 19, 20,21,22, 23, 24...
- Más lento...
- 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32, 33, 34, 35, 36, - Más lento. No he encontrado todavía...
- 37, 38, 39, 40, 41,42, 43, 44, 45, 46, 47...
¡Para!
- 48, 49, cin...
- ¡Un balón de caucho y un cuaderno con calcomanías!
- ...cuenta! Acepto.
Respiré. Por poco pierdo la oportunidad. Y además pienso darle mi balón desinflado. Eso no lo hemos aclarado.
Que no se hubiera dado tanta prisa en contar y hubiese preguntado qué balón.
- De acuerdo, traed las cosas mañana.
- ¿Antes de aprender el idioma? No vale. Iorgos le hizo polvo.
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00086

Kyriakos Delopulos
- La mitad antes y la otra mitad si aprendemos, dice Filipakis que había aprendido de su padre que tenía un comercio y decía hoy no hay crédito, mañana habrá.
- ¿Acaso sois cabezas de chorlito como para no aprender? Aprenderéis.
- Es verdad, dice Iorgos que se animó. ¿Él cómo ha aprendido? Y eso que es un cabeza de chorlito.
- ¡Ajá! ¿Cómo he aprendido? se pavoneó el maestro.
- ¿Es que somos cabezas de chorlito para no aprender?
Aprenderemos, añadió Dodos. Tendremos a Moisés para que haga de capo; - Y ahora vamos a hacer un acuerdo secreto, volvió a empezar Moisés. En los acuerdos secretos todos estamos de acuerdo.
- Entonces, las clases serán secretas. No se enterará nadie. Juraremos como los bandidos en «El regreso de Buck John».
- Yo no lo he visto, murmuró Filipakis. Estaba castigado.
- Te lo contaré yo que lo vi. Yo he visto todas las de Buck John, le dije y se quedó tranquilo.
- Entonces, ¿acuerdo secreto?
- Acuerdo secreto.
- Nadie sabrá que sabemos un idioma extranjero.
Decidlo también vosotros.
- Nadie sabrá que sabemos un idioma extranjero, decimos también nosotros.
- Y ahora, ¿qué idioma vamos a aprender?
¡Buena pregunta de Iorgos! Al final este Iorgos hasta hace preguntas inteligentes en el juego, sólo en clase hace preguntas estúpidas.
- ¡Koraiskiano3!
- ¿Koraiskiano?
- ¡Koraiskiano!
- ¿Y es difícil? Se asustó Rulis.
3
De Koraís, quien propuso una reforma lingüística del griego.
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00087

Akis y los otros
- Difícil o no, si pagáis aprenderéis. Y poco es lo que pagáis, yo soy quien se lo curra. Ahora quiero por lo menos tres canicas más de cada uno.
- ¡Anda ya! Un trato es un trato. No damos más.
- Entonces, ¡ikirosko aka laka mikierkedaka ekenakanosko deke mikierkedaka queke osko vokoyki aka enkesekeñarka kokoraiskokiakanoko!
Yki ankadaka siki nosko loko enkesekeñóko.
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INVITADOS
(Donde llegaron y no decían de marcharse) Gateo
- ¡Oh, gatea! ¡temprano no, hijo! ¿no te he dicho que no gatees porque llegan invitados? Vamos a ver a quiénes nos vas a traer ahora.
Estas voces las lanzó mi papá temprano, que se inquietó porque creyó que gateaba, pero no me dejó decirle que me había agarbado debajo de la mesa porque había perdido dos canicas y las buscaba y se enfadó y no oía lo que le decía y creyó que iban a llegar invitados. Esto había sucedido otra vez cuando era pequeño, pero yo ahora me he hecho grande y no gateo. Aquella vez gateaba y daba vueltas mucho tiempo por debajo de las mesas y pasaba también entre las sillas y al final me mareé y me ensucié y mi mamá había gritado y papá se había enfadado mucho y decía que cuando gatean los niños llegan invitados y tenía razón porque en dos días llegaron su primo y su prima juntos y se quedaron en nuestra casa una semana y mamá puso cara larga porque eran los parientes de papá y papá quería poner mala cara pero no la puso para que no vieran sus familiares que ponía mala cara y se disgustaran ellos y se alegrara mamá, y otra vez que gateé llegó la abuela con su vecina Evanthía para que la llevara mamá al médico porque tenía un dolor aquí.
Y ahora que papá creyó que gateé, se puso nervioso y se fue apresuradamente y olvidó su sombrero y regresó para cogerlo pero no lo encontraba y recordó que lo había olvidado en su despacho, pero mamá llegó a tiempo para decirle que no se pusiera así, porque siempre vienen los parientes de él y él le dijo que estaba equivocada, que sus parientes vienen una vez al año, y que no dijera eso porque los de ella vienen con frecuencia y se quedan también y 83


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más, y no dicen de largarse y yo quería preguntar cómo puede ser que cada uno tenga parientes y que no tengan todos los parientes a sus propios parientes de parientes.
Mamá sin embargo tenía su secreto porque sabía que llegarían invitados y quería decírselo a papá en otro momento y por eso se enfadó cuando me vio gatear, porque también ella creyó que gateaba aposta para hacer que papá se diera cuenta que vendrían invitados, porque papá sabe muchos refranes y los entiende todos y se da cuenta de lo que va a suceder y sucede. Yo no me sé los refranes.
Yo me agaché para encontrar mis canicas y mira que ahora tendré yo la culpa y papá me regañará porque dirá que yo los traje y mamá porque revelé su secreto Mamá, cuando volvió papá al mediodía, había preparado el asado de cazuela que es su comida preferida, y en cuanto lo oyó corrió a preguntarle si había encontrado su sombrero y él dijo ¿por qué pregunta, no ve que lo lleva? Pero ella le dijo que lo ve pero no lo ha reconocido, le pareció como de otro y dijo que se había puesto viejo, por eso no lo había reconocido y que irían juntos para comprarle uno nuevo para la Pascua.
- Para los días de fiesta que llegan, dice, no puede estar con el mismo sombrero y qué van a decir nuestros invitados...
- ¿Qué invitados?
- Los que van a llegar a pasar junto a nosotros la Pascua...
-¿Qué Pascua?
- La Pascua que se aproxima. ¿Te has olvidado? El lunes empieza la Semana Santa. Por eso no está bien que estés con el mismo sombrero también este año. ¿Qué van a decir?
- ¿De manera que van a venir nuestros invitados? ¿y puedo saber quiénes van a venir esta vez?
- Avrokomi con Thimios y los niños. Ven ahora a que nos sentemos a comer y lo hablaremos en la mesa.
Pero no lo hablamos en la mesa porque hoy no nos 84


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sentamos en la mesa. Papá gritó y dijo algunas palabras que no se dicen en la mesa, por eso no se sentó a comer.
Prefirió decirlas a comer su asado favorito de cazuela.
Mamá no dijo nada más y la tía Gazia no salió de su habitación para regañarles. Dorotea se había escondido porque oyó al señor que gritaba y tenía miedo. El señor, es decir mi papá, gritaba mucho y regañaba y hablaba griego y latín y daba patadas al aire y cogió su sombrero y bajó corriendo las escaleras, y yo decía, ahora se caerá, pero no se cayó y volvió a subir y dijo a mamá que si le compraba un sombrero nuevo, lo tiraría al suelo para pisarlo, y volvió a bajar las escaleras más rápido, y yo digo, ya está, caerá sin duda, no se escapa, pero tampoco ahora se cayó y así como bajaba gritaba con fuerza y lo oía la vecindad y esto disgustaba mucho a mamá, porque no le importa que grite papá, sólo le importa que lo oiga la vecindad y ahora la vecindad se habría enterado ya de que vendría Avrokomi, que es una yegua y mete su nariz en todas partes y Thimios que es un cateto de pueblo y sus niños que son unos niños de mierda, y que no ve el momento de que pase la Pascua, que se vayan y que descanse de ellos, y que él una Pascua que esperaba para descansar y ahora ¡ea! jaleo y ¡ea! los colchones en el suelo y los gastos y ¡ea! esto y también aquello y se perdió en la calle gritando.
- ¡Déjalo! se le pasará, dijo mamá. Como la otra vez. Así es tu papá. Grita y después se le pasa. Él se ha perdido la buena comida.
Llegaron
Ayer nuestra casa se puso patas arriba. Tal jaleo no había habido nunca. Dorotea con la tía Gazia empezaron la sacudida, el fregado y el desempolvar, porque el domingo es la Resurrección de Cristo. Mamá empezó a leer sus recetas para los roscos y los dulces y compró también tinte rojo para colorear los huevos. Papá gritaba y mamá 85


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le regañaba porque eso estaba mal, no debía refunfuñar un día de fiesta y le decía que tuviera paciencia y dejara los nervios y que mejor jugara conmigo y guardara la vigilia, que nunca guarda la vigilia, ¿Qué cristiano eres tú? Y él le dijo qué cristiano era él y la tía Gazia que lo escuchó, se santiguó y dijo, Señor ten piedad. Y en cuanto llegó la hora de irnos a la estación de trenes a recogerlos, nos fuimos unos contentos y otros enfadados.
En la estación nos enteramos de que el tren tendría un retraso de tres horas y no sabíamos qué hacer tres horas y más una que llegamos antes cuatro, y decíamos de volver a casa o de dar un paseo y al final nos sentamos en el café bar restaurante de la estación y pedimos gaseosas y dulce de vainilla y yo me levantaba todo el rato y miraba el reloj grande y mamá que había dicho que mejor nos sentáramos a esperar, estaba contenta porque dijo que la otra vez que llevaba el tren retraso y que íbamos a viajar, dimos una vuelta y el tren llegó una hora antes de las dos que tenía de retraso y cuando volvimos nosotros, se había ido y no viajamos y volvimos a casa y nos comimos las albóndigas en nuestro comedor y no en el vagón, y la tía Gazia hizo otras albóndigas al día siguiente que viajamos, porque esta vez esperábamos el tren dos horas antes de que llegara y no nos íbamos y éste llegó a su hora y nos fuimos a Amaliada.
Cuando pasaron las tres horas que llevaba el tren de retraso, se escuchó un silbido y papá dijo a mama que nos habíamos sentado cuatro horas en el café bar restaurante en vano y que el tren llegó a su hora, es decir, tres horas más tarde, como nos dijo el jefe de estación, y que no llegó antes de las tres horas más tarde que temía mamá.
En cuanto paró el tren, todo el mundo que esperaba sentado y de pie, corrió para encontrar a los suyos que habían llegado. Los suyos se habían agachado en las ventanas y miraban para encontrar a sus parientes que les esperaban durante tres horas, y nosotros cuatro, y cuantos 86


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encontraban a los suyos, gritaban ¡ahí! ¡ahí! y hacían también a los demás creer que eran los suyos y cuando ellos se acercaban, veían que no eran ellos y miraban a otro vagón y cuando algunos veían a los suyos suyos, gritaban ¡ahí! ¡ahí! y corrían hacia allí y hacían a los demás creer que todavía no habían encontrado a los suyos, que creyeran que eran ellos y corrieran ellos también, pero volvían atrás y buscaban otra vez. Unos bajaban y otros empujaban para subir a viajar y estaban muy irritados, porque temían no dar con su asiento y que si daban con él, podían haberse sentado otros que creían que era el suyo y no querrían levantarse y habría pelea y gritos. Los que querían bajar, sacaban primero sus cosas por las ventanas y las cogían los mozos y las cargaban en carretillas. Después bajaba la gente por las escaleras y empezaban los besos y los llantos con los suyos y dificultaban a los otros subir para viajar y el tren todo el rato silbaba y echaba humo porque tenía prisa en irse para no tener también más retraso, hasta que se oyeron grandes gritos que decían ¡por aquí!
¡por aquí! Eran Avrokomi y Thimios y corrimos, pero corrieron también otros que cuando vieron que Avrokomi y Thimios no eran los suyos sino los nuestros, se fueron tristes, mientras nosotros que eran los nuestros y no los suyos, estábamos llenos de alegría. Papá y nuestro mozo empezaron a coger sus cosas. Thimios las sacaba por la ventana una a una. Primero, una maleta agujereada atada con cuerdas; después, un gran canasto que tenía por encima hojas de su vid para que mamá las cocinara enrolladas con arroz. Después, dos canastos pequeños que dijo que los cuidásemos porque uno tenía huevos para nosotros y el otro también huevos, pero no para nosotros.
Después bajó una caja de cartón que tenía escrito por fuera “Onomaltine” que estaba liada con cuerdas y el mozo no podía agarrarla por ningún lado y por poco se le cae.
Después, la tía Avrokomi bajó tres pollos que estaban 87


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atados juntos por las patas y piaban y aleteaban y papá cuando los vio dijo algo, pero mamá le hizo una seña y no volvió a decir nada. Después bajaron bolsas. Dice Avrokomi que dentro tienen sémola, otra tallarines y otra cuscús y que tuviéramos cuidado porque una se había rajado y tiraba el cuscús y ya se juntaron los gorriones y las palomas y picoteaban. El mozo tenía mucho cuidado y cargaba todo en su carro. Después, el señoi Thimios sacó con cuidado otra bolsa más que tenía escrito por fuera algunas letras extranjeras y goteaba y dijo, aquí veréis qué tengo para vosotros. Aquí nos tenía yogur del pueblo, no del suyo, sino de otro pueblo, éste sí que es un pueblo, dijo, y todo el rato decía que no podía vivir sin yogur y éste era suyo, todo se lo iba a comer él. Después dijo, que suba el mozo al vagón para bajar la cesta grande, y él subió y la bajó con esfuerzo y sudó porque era grande y pesada.
Dentro tenía fruta, pasas, higos y un bote de mantequilla.
Tenía también un bote de sardinas lleno de miel y en una servilleta dos trozos de requesón para la pasta, que se los manda a mi papá la mujer de Panayotis Sabatakakis, que estábil de sargento con papá en el ejército y ahora se ha muerto, para que los ralle en sus macarrones y se relama la boca. Después la señora Avrokomi dijo de ayudarnos a bajar la damajuana con el vino y la ayudamos y la bajó y dijo, esto es vino, no sé lo que bebéis vosotros aquí, pero nosotros bebemos éste, y después dijo que lo íbamos a romper. Después, el señor Thimios bajó y sostenía un bote de hojalata que dice que tiene dentro un aceite de calidad extra, y cuando bajó empezó con los abrazos y los besos y la tía Avrokomi bajó también ella y tenía en una mano a un hijo y en la otra a otro y como tenía un niño más y no tenía más manos, su otro niño, que era una niña, le cogía del vestido. Y entonces empezó a darnos besos a todos en fila y a llorar y a decir que no habíamos cambiado nada salvo que mamá había engordado y papá había echado 88


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barriga y yo me había puesto feo porque había crecido, y de lo bien que me lo iba a pasar con los niños y me los enseñó y me dijo cómo se llamaban y les dijo también a ellos cómo me llamaba, y ellos dijeron que qué nombre era ese y se echaron a reír, pero yo no me reí nada y si quisiera reírme reiría y mucho desde luego, porque tenían unas cabezas de risa que estaban peladas al cero y parecían como los caramelos de tos, esos verdes con el azúcar espolvoreada. La niña preguntó cuándo íbamos a preparar los roscos y nada más, y estaba como para reírse porque tenía una larga trenza roja que su mamá le había enrollado en su cabeza cinco veces. Después, esperaba ver cuándo se reirían de nuevo los otros niños y con qué se reirían, para darme cuenta si van a ser buenos amigos, pero me parece que no van a serlo. Después, de nuevo todos nos besamos muchas veces y emprendimos la marcha con la carretilla delante, que estaba cargada como una montaña y cada dos por tres el mozo paraba y miraba por un lado para ver si iba correctamente, y el tío Thimios le decía, despacio y que tuviera cuidado, y cogía el carro con su mano porque temía andar solo en la calle, y en la calle Avrokomi decía que debíamos desde mañana guardar vigilia y que todos guardaríamos vigilia y que no oyera ni una palabra en contra porque debíamos guardar vigilia lambién nosotros.
Aquí en la ciudad no sabe lo que hacemos, pero ella sí que guardará vigilia... y nos va a poner también a nosotros a guardarla para que sintamos mejor la santa pasión, porque si no guardamos vigilia nos caerá fuego desde el cielo y nos quemará, y esto lo sabe bien porque se lo dijo el señor Agathánguelos.
Lunes Santo (Cristo en peligro)
Lunes Santo, Cristo en peligro. Martes Santo, Cristo fue juzgado. Miércoles Santo, Cristo se perdió. Jueves Santo, Cristo fue encontrado. Viernes Santo, Cristo en el 89


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clavo. Sábado Santo, Cristo en la Tumba. Domingo, Cristo Resucitado.
Hoy que Cristo estaba en peligro y para que no lleguen los otros días y yo no sepa dónde va a estar, la tía Avrokomi me puso a aprender este poema religioso y a aprendérmelo bien y, para que me lo aprenda bien, que lo diga para mí muchas veces. A mí sin embargo me parece que hace esto para que no tenga la cabeza en Spilios y en Nikitas, porque ya cuando lo aprendí a la primera y se lo dije, ella me puso a decírselo trescientas setenta y ocho veces. Todo este tiempo están en mi habitación y juegan con mis juguetes, pero no juegan con mis juguetes buenos. Los buenos me los guardé con llave en el lavadero y en el almacén y mi bicicleta la escondí en la azotea, donde no va nadie, porque estos niños son brutos y lo estropean todo. No son como Rulis y Vanguelakis y Filipakis, ni Evriklia es como María.
Ayer cuando llegaron me rompieron ya un cochecito y hoy han tirado por la ventana diez canicas para ver hasta dónde iban a llegar, porque aquí no hay piedras para lanzar como en su pueblo, porque les gusta mucho tirar piedras.
Por eso, digo yo, me pone esta Avrokomi a decirle esta cosa religiosa con los cuchillos y las cruces y Cristo que una vez se pierde y otra se encuentra, y para que no quiera ir a mi habitación a salvar mis juguetes, y además dice que soy retorcido y celoso como un gato y travieso, y mi mamá se disgusta de que me hable así, porque así quiere hablarme sólo ella y no los demás. Y Avrokomi todo el rato me regaña y sus hijos se alegran y yo no hablo para que no me de también alguna y llore.
El tío Thimios se sienta desde por la mañana en el balcón y cuenta los coches que pasan y los observa hasta que se pierden en la curva y dice, las calles se han llenado de coches y que le da miedo bajar a la calle por si le atropella alguno, y que desde la mañana ha contado dieciocho y hasta la noche, dice, habrán pasado un montón 90


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más y échale. Sólo dice que qué va a hacer por las noches, porque ha oído que también pasan coches por la noche y debe contar también éstos, si no perderá la cuenta y qué va a decir a sus amigos en el pueblo, que le preguntarán que cuántos coches vio y no lo sabrá y se avergonzará. Cuando no pasan coches dice que cuándo va a llegar el verano para que vayamos todos juntos al pueblo a pasarlo muy bien, a que me ponga en la grupa de su animal, a que escarpemos las laderas, a que durmamos temprano como las gallinas y nos despertemos con los cacareos y a que vayamos a los campos, y cuando dice esto suspira y dice que cuándo va a volver a su pueblo, porque lo echa mucho de menos y que ya lo quiere y todo el rato dice ¡ay! y ¡ay! pero no dice cuándo van a marcharse de aquí, sólo dice cuándo van a regresar allí.
Mi papá dice que su permiso ya se echó a perder y que lo esperaba cómo, y vaya ahora con los invitados que no puede ni verlos, va a pasar su tiempo en el café y en el despacho, y todo el rato dice que qué parientes son éstos, y que son tan parientes nuestros como son parientes el jugo del cangrejo y la leche de la higuera, y todo el rato mira con el ceño fruncido a mi mamá, pero puesto que ella es inteligente, mira a otro sitio porque cuando se miran a la vez, ella empieza a asustarse y tiembla, porque mi papá desencaja mucho los ojos y es como que la insulta. No habla a nadie, ni a mí, porque cree que yo tengo la culpa de que llegaran los invitados. Avrokomi dice que cuándo va a ir con mamá a las tiendas de compras, porque quiere comprar calzoncillos para Thimios y sus pantuflas, porque las suyas se han agujereado desde hace un año y se le salen los dedos fuera, y para los niños comprará varias cosas que no encuentra en el pueblo. Cada vez que oye a los pollos piar en el lavadero, dice que le abren el apetito y tiene ganas de matar a uno para zampárselo asado, pero después dice que esto es pecado y que tiene la culpa el 91


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diablo que llega a tentarla, y que él la pone para que se quiera comer a los pollos, y se santigüa y mira también a los otros por si acaso el diablo los tienta también a ellos y les viene el apetito de comerse el queso y la mantequilla.
La tía Gazia no apareció y en algún sitio estaría escondida para no ver y no oír el follón. Dorotea está como mareada y presta mucha atención al señor Thimios, que cuando la mira dice: vaya, vaya, cómo estás hija mía, y me parece que quiere darle unos pellizcos.
Martes Santo (Cristo fue juzgado)
Lo más divertido en esta casa con los invitados es cómo dormimos. Mamá lo ha organizado muy bien y dice lo inteligente que es porque lo arregla todo estupendamente.
Los dos niños duermen en mi habitación y al principio están tranquilos, pero después empiezan a luchar con las almohadas y se levanta su papá y les insulta y les pega con su cinturón. Evriklia duerme con su mamá en la cama de la tía Gazia y la tía Gazia en la cama de Dorotea y Dorotea en el suelo. Yo duermo con mamá y papá y cuando se dan la vuelta me hacen papilla. Avrokomi la primera noche eligió la cama que tenemos para los invitados y, con la prisa para que no se la cogiera otro, se echó y durmió vestida, pero a la noche siguiente se cambió por Thimios y durmió en el sofá que está duro, y le gustó mucho y dijo de comprar también ella uno para el pueblo, pero nuestro sofá tiene ahora un hoyo grande en medio y eso no le ha gustado nada a mamá. Por la mañana se despiertan todos y bostezan, y preguntan cómo han dormido los otros, y los otros no han pegado ojo y están muy irritados y van de una habitación a otra y quieren hacer algo y no saben qué hacer y tropiezan entre ellos y se irritan mucho más. Evriklia no juega ni habla. Se sienta sola y todo el rato pregunta que cuándo vamos a preparar los roscos. Nikitas y Spilios se han encerrado en mi habitación y no salen y no me dejan 92


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entrar, y yo me preocupo mucho con estos sinvergüenzas, que me insultan y hasta ahora me han llamado mimado, mariquita, mierdecilla, monstruo, malvado, malafollá, memo, mulo, mandril y marrano, todo por eme, pero su papá me quiere y cuando se pone nervioso y se enfada con ellos, los amenaza con darles bofetadas, tortazos sordos, tortazos sonoros, tortas, guantazos, reveses, galletas, mamporros, bofetones, guantadas, sopapos y coscorrones, y cuando les da, sus cabezas hacen ¡gloup! y otros ruidos extraños, y me parece que éstas están huecas y no la de Dodos, como dice María, y que venga a oírlo para que no hable.
Miércoles Santo (Cristo se perdió)
La señora Avrokomi fue ayer con mi mamá de compras a las tiendas, pero puesto que dijo que debía ahorrar, prefirió no comprar nada para los niños ni para el señor Thimios, sólo se llevó algunas cosas para ella, que desde la mañana que se levantó las mira y las vuelve a mirar y las vuelve a mirar y está orgullosa y se las muestra a todos y se fija por si tienen algún defecto. ¡Y qué no se llevó! Un mortero y un almirez, un molinillo de café y un trébede, tres rieles, pomada para los sabañones, candiles, diez coderas de goma ovaladas y diez redondas, albayalde, trabillas, horquillas para el pelo, ruecas, bobinas, hilo, un bigudí, polvos de talco «Tokalón», una brillantina «Pobeia», antipiréticos para el paludismo, forros, una aguja de croché, cinco telas para la montura de caballo y seis coderas de tejido de algodón, un toallero, crema para limpiar el cobre, incienso, pomada, esparadrapos, plantillas para los zapatos, dos cedazos, una tabla para el pan, pantuflas, un hule, dos mantas hechas a mano, fundas de almohada y diferentes encajes y abalorios. Se llevó también una botella de coñac “Varibopi” para bebérselo cuando nieve y haga mucho frío. Todo el rato mira las compras y busca a ver si tienen algo, dice que 93


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hoy las tiendas venden cosas defectuosas y no se confía, y mi mamá le dice que no se preocupe, que la ha llevado a tiendas buenas donde la estiman y la conocen bien y no pueden engañarla. Pero Avrokomi decía que ella sabe qué asquerosos son y no tiene confianza en nadie, y mi mamá se puso roja y no dijo otra cosa. Evriklia preguntó de nuevo cuándo prepararíamos los roscos y le dijeron que el jueves y se tranquilizó, pero volvió a preguntar y le dijeron que si no se lo creía que le preguntara a su papá, y ella fue al balcón y le preguntó y él le dijo que fuera a preguntarle a su mamá y fue y le preguntó y le dijo que el jueves, ¿no te lo dijo tu tía? Y fue de nuevo al balcón y le dijo a su papá que el jueves le dijo su tía que dijo mamá, y él le dijo que no le mareara porque iba a pasar algún coche y no lo contaría y perdería la cuenta, y entonces ella no volvió a preguntar, pero hubo un gran jaleo y nos inquietamos todos y corrimos por todas partes y mirábamos lo que había sucedido.
Nikitas derramó la tinta de mi tintero y ensució la alfombra y las paredes y mi mamá se enfadó mucho, pero no lo demostró porque teme a Avrokomi, para que no le regañe y le diga palabrotas y que no importa y para qué quieres las alfombras y las tonterías y que no se perdió el mundo y que no es para tanto. Su papá le dio por si acaso un sopapo y su cabeza hizo gloup y yo me alegré un poco, pero me alegraré mucho más cuando se vayan, porque todo el rato hacen destrozos y me atemorizan y me entran ganas de irme.
Jueves Santo (Cristo fue encontrado)
Menos mal porque nos habíamos preocupado todos mucho.
Viernes Santo (Cristo en el clavo)
Mamá chillaba y se rasgaba las vestiduras y además estaba muy enfadada aún. También la tía Gazia estaba 94


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enfadada pero no se rasgaba las vestiduras. Dorotea se rasgaba las vestiduras sin estar enfadada. Y papá estaba enfadado. Avrokomi, Thimios y Nikitas y Spilios ni se rasgaban las vestiduras ni estaban enfadados. Evriklia todavía lloraba y todavía lloraba bien. Lo que hizo era para que llore todavía y que nosotros estemos enfadados.
Yo desde el día que llegaron los invitados estoy enfadado, nervioso y no como nada. Ahora he entendido porqué Evriklia todo el rato preguntaba cuándo íbamos a preparar los roscos y cuándo íbamos a preparar los roscos. Mi mamá los preparó ayer y se perfumó la casa porque unos roscos tan buenos, decía y volvía a decir; por primera vez en su vida los preparó así, y así dice todas las veces, siempre como la primera vez en su vida y siempre mientras viva. Cada vez que hace algo está tan contenta como si lo hiciera por primera vez. Después de que mi mamá hiciera los mejores roscos de su vida, llenó un canasto grande de la colada y lo guardó debajo de la cama de matrimonio y dijo que nadie los tocara porque, por el amor de nuestro Señor Jesucristo, debemos tener paciencia a que se resucite primero con Dios y después nos los comemos y chocamos también los huevos. Pero Evriklia no tuvo paciencia. Desapareció toda la mañana y todos nos preguntamos dónde estaría y dónde estaría, y ella se había perdido así como cuando se perdió Cristo el Miércoles Santo, hasta que todos nos preocupamos y empezamos a buscar y la encontró Dorotea debajo de la cama de matrimonio con los roscos y le gritó y ella no salía y fue entonces su mamá por las buenas y le gritó y de nuevo no salía, y además se metió en la esquina detrás de la pata de la cama y entonces su mamá trajo del lavadero la escoba de palo largo y la hizo salir llorando. La cogió de la trenza y la sacó y le dijo qué hacía allí, y ella no decía nada y tampoco abría su boca para nada. Y entonces dice mi mamá que veamos los roscos y saca la cesta y qué ve. Miraba y no hablaba y sus ojos se volvieron grandes 95


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como los de aquél en el teatro al que fuimos con el colegio, y además también se puso gris.
- ¿Qué te ha pasado? -le preguntaron todos-. ¿Qué te ha pasado? Patrula ¿estás bien? A ella no le salía la voz, como a Evriklia. Entonces mamá que no podía hablar, señaló la cesta y vimos también nosotros, como lo veía también ella que había perdido su voz: ¡Todos los roscos tenían un mordisco! ¡todos los roscos tenían un mordisco! ¡todos los roscos tenían un mordisco!
- ¡Me voy a volver loca! dijo mamá a Avrokomi.
- No te portes así, Patrula dijo Avrokomi a mamá.
- ¡Ciento setenta y cinco roscos! dijo la tía Gazia a Patrula y a Avrokomi.
- ¡Uh! dijo Dorotea a mamá, a Avrokomi y a la tía Gazia.
- ¡A callar, me voy a confundir! dijo el tío Thimios desde el balcón, que contaba los coches y decía que desde el lunes que llegó, habían pasado ciento sesenta y tres, pon ciento sesenta y cinco, porque entró ayer un momento para hacer pipí y le pareció que pasaron dos juntos y no los contó, y se había apenado mucho. La tía Avrokomi le dijo que se fuera a hacer gárgaras con sus coches y tiró otra vez de la trenza de Evriklia y le dio bofetadas a diestro y siniestro, sonoras y secas. Mi mamá le dio un bofetón y me alegré muchísimo, como cuando como patatas fritas. Su papá le llamó en el balcón como para decirle algo y le dio tres sopapos y un codazo, y Nikitas con Spilios le pegaron tres patadas. Mi papá quería ver cómo consiguió morderlos todos y hacía cuentas y decía que ciento setenta y cinco bocados hacen arriba abajo veinticinco roscos enteros y dijo, bravo, cómo cupieron en su barriga, y menos mal que no hizo doscientos setenta y cinco, dijo a mamá, porque ésta tonta podría haber mordido los doscientos setenta y cinco y entonces doscientos setenta y cinco bocados nos harían arriba abajo treinta y cinco roscos, y mejor que hubiera mordido tantos, porque explotaría y nos libraríamos, pero mamá empezó a 96


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gritar y dijo que se volvería loca y papá no volvió a hacer cuentas, únicamente le dio tiempo a decirle que le está bien empleado con ellos. También yo lo pasé mal con esos niños que no me dejan entrar en mi habitación y todo el rato juegan con mis juguetes, y Dorotea lo pasó mal porque duerme todo el rato en el suelo y se entumeció y todo el rato pregunta qué Pascua es ésta, y lo peor de todo es que falta poco para que se termine el “yugur” del tío Thimios, porque dijo que se lo comería todo y él se lo comió todo y no quiere comer nada más, y se lo llevan al balcón porque no entra dentro para no perderse ningún coche, por eso tiró también su cama y duerme la mitad en el balcón y la mitad dentro, y no cierra la puerta y no le importa, dice, estar la mitad fuera, y papá dijo que nos importa a nosotros que estamos todos dentro, pero Thimios le dijo, ¡vale hombre!
no pasa nada, y papá dijo algo sobre Thimios y su yogur y sus coches y otra sobre los invitados, y otra sobre nuestro Señor y se fue de nuevo con su sombrero viejo, porque el nuevo que mamá le había comprado lo ha escondido y no quiere llevarlo.
Mamá dijo que mañana iba a preparar otros roscos y empezó a preguntar a la tía Gazia dónde los iban a esconder para que no se los comiera también ese monstruo del universo, mal rayo le parta, que la había tentado el día de fiesta, y en cuanto la tía Gazia le dijo un buen sitio, ella se alegró y dijo: - Por la tarde iremos a los monumentos. Pero de repente pensó algo y corrió a la cocina y colocó una silla y subió al armario grande y bajó una cesta y la miraba con atención y gritaba contenta: - ¡Menos mal! ¡los huevos no los ha tocado!
Spilios y Nikitas bajaron corriendo la escalera. Yo la bajé poco a poco, porque quería demostrarles que así deben bajar, pero yo también, cuando bajo solo, bajo los escalones corriendo. Evriklia bajó después de mí, poco a 97


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poco. Avrokomi con mamá, la tía Gazia y Dorotea bajaron ni poco a poco ni corriendo.
Estaban contentas porque íbamos a los monumentos, y enfadadas porque Evriklia se comió los roscos, y tristes porque Cristo estaba en la Cruz y mañana estaría en el sepulcro. Cuando salímos a la calle Thimios nos gritó desde el balcón «¡ciento setenta y uno!». Mamá hizo como que no lo había oído y sacó un papel donde había escrito en orden todas las iglesias a las que iríamos, y dijo de ir mejor por aquí porque, si vamos por allí, tardaríamos y no llegaríamos a tiempo a todas hasta la noche y si nos perdíamos una no podríamos decir qué iglesia tenía el mejor monumento, como el año pasado, que se disgustó con papá porque le decía que el mejor era el de Pantánassa, aunque no lo había visto, y mamá decía que era el de Pantocrátor aunque no lo había visto tampoco ella, y papá le decía que no hablara, sino que viera primero y después hablara y no hablara primero y después viera, y mamá le había dicho que mejor ella que habla primero y mira después, a él que ni habla ni mira porque no va a los monumentos y no ha ido a la iglesia desde que se bautizó, mientras los otros señores van con sus señoras, y cuando le preguntan dónde está el señor Spiros no sabe qué decirles y se avergüenza.
Por eso mi mamá dijo que este año empezáramos por el monumento de Pantocrátor para no perdérselo, y también este año, en cuanto llegamos, estaban allí también las demás señoras y todas estaban maravilladas y decían lo bonito que estaba, tanto como el año pasado, y mamá que lo oyó no sabía qué decir. Después, corrimos para ver el monumento de Pantánassa, que Avrokomi dijo que al lado del de Pantánassa, el monumento de Pantocrátor no valía un duro y mamá otra vez no dijo nada, por eso fuimos inmediatamente a San Andrés, como decía su papel. Éste estaba mejor, dijo entonces mamá. Mucho mejor -dijo otra vez mamá-, era el de Evanguelistria y entonces Avrokomi 98


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no dijo nada, y fuimos a San Dionisio y entonces Avrokomi dijo que era el mejor y mamá, que estaba aún enfadada, dijo que el de San Dionisio estaba mejor hacía dos años que el de Pantánassa este año y mejor que el de San Andrés el año pasado, pero puesto que este año el de San Dionisio tenía más rosas blancas, parecía que era mejor pero no lo era. Después fuimos a San Alexiotisa y dijeron que ésta tenía el mejor monumento y Avrokomi dijo que no era el mejor de todos, sino mejor que el de Pantánassa y el de San Dionisio y entonces mamá le dijo: ¿ves cómo el de San Dionisio no es mejor que el de San Alexiotisa?
y Avrokomi le dijo que cuando vimos el monumento de San Dionisio, no habíamos visto el de San Alexiotisa y que ahora que habíamos visto el de San Alexiotisa y nos había gustado, que fuéramos de nuevo a San Dionisio para verlo de nuevo. Y fuimos otra vez a San Dionisio, y Avrokomi lo observaba con detenimiento y decía que debía tener más claveles blancos y menos rosas rojas y mamá le decía que no tienen la culpa los claveles blancos sino las violetas moradas que no pegan con los claveles rojos, y Avrokomi dijo que el monumento de Pantocrátor tenía violetas moradas al lado de los claveles rojos y mamá no se había fijado, pero mi mamá es lista y le dice que se había fijado, por eso no le había gustado este año el monumento, y en cuanto Avrokomi escuchó esto dijo: pues vaya, en nuestro pueblo San Stilianí tiene el monumento más bonito, ¿Y a éstos de aquí los llamas tú monumentos? Después, como nos quedaban aún ocho iglesias y podíamos volver atrás para ver mejor alguna, partimos rápido a San Guerásimos que estaba lejos y cuando llegamos Spilios se agachó y pasó debajo del monumento, como hacen los niños, y no se fijó y se pegó una buena y se hizo un chichón y, como se golpeó con su cabezona, lo tambaleó y algunas señoras que esperaban para besarlo, se asustaron y se santiguaron y preguntaron si se había producido un milagro y se había 99


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movido, pero no se produjo un milagro y se entristecieron mucho. Después de San Guerásimos, fuimos también a las otras siete iglesias y otra vez volvimos a ver sólo el del Beato Lucas y el de San Nicolás y dos veces el de San Andrés, porque mamá con Avrokomi hablaban de cuál era más bonito y se peleaban y después no volvieron a decir cuál era el más bonito y la tía Gazia no le decía a nadie nada, sólo decía que antiguamente todos eran muy bonitos y también ella adornaba con sus manitas el monumento de San Trifón y que éste era un monumento para que lo viéramos, decía y volvía a decir a Dorotea que no decía nada. Después empecé a llorar porque me había cansado mucho y los pelones se habían cansado y lloraban y querían que volviéramos a casa a comer porque tenían hambre y su mamá les dijo que si tienen hambre les dará tortas para que se harten, y entonces Dorotea dijo de coger a los niños y volver a casa y todos dijimos de volvemos porque nos habíamos cansado.
Y volvimos.
Sábado Santo (Cristo en la tumba)
- ¡Ciento ochenta y dos!
Todos corrimos al balcón. Ciento ochenta y dos eran los coches que había contado el tío Thimios desde el día que Cristo estaba en peligro, y dijo que hasta la noche llegarían a ser sin falta doscientos y entonces iría a la Resurrección para ver él también la ciudad, aunque fuera media noche, y después volvería a casa a comerse la sopa de la Pascua hasta reventar. Si no, dice que no va a ningún sitio. Se quedará en el balcón.
Dorotea no se ganó ningún puñetazo en muchos días porque no tengo ganas de dar puñetazos y ella todo el rato llega a mi lado a que le de, pero no le doy y ella dice que estoy enfadado con ella, pero no estoy enfadado con ella, estoy enfadado con estos niños con las cabezas peladas, 100


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que han roto todos mis juguetes. Cuando se vayan, le digo, verá qué puñetazos le voy a dar, mis mejores, no como esos que dan esos tontos a su hermana y ella se enfada y les da en la cabeza con todo lo que encuentra delante.
La tía Gazia fue ayer por la noche a la iglesia, como anteayer y antes de anteayer que va por la mañana y por la noche, y después vuelve a casa y salmodia las canciones que oye y además ayer dijo que había seguido la procesión de Pantánassa y, cuando la procesión de Pantánassa se encontró con la de San Nicolás, encontró a una antigua compañera suya del colegio de niñas que iba siguiendo la procesión de San Nicolás y entonces dejó la procesión de Pantánassa y fue a la procesión de su compañera de clase y toda la mañana decía y volvía a decir lo bien que se lo habían pasado. Después se encerró con llave en su habitación y cantaba los cielos narran la gloria de Dios.
Avrokomi se sienta y mira todo el día la instantánea que se hizo ayer en el estudio fotográfico de Anthópulos sentada en un sillón y detrás de ella una mesa alta de tres patas, que en una esquina tiene un jarrón roto y por detrás tiene algunas flores de papel y por encima de su cabeza tiene escrito «Recuerdo de la bella Pascua de 1940», y dice que la pondrá en un marco y la verán las otras en el pueblo, para que revienten de cómo se había peinado para fotografiarse, por eso tiene prisa en irse, para mostrar la fotografía, y papá dijo que se había salvado con esta fotografía y estaba asombrado de cómo le había venido esa idea de decirle que se fotografiara, y que ni el tío Aristidis la habría tenido tan brillante, y así se irían y entonces haría también él la Pascua, porque estaba harto de jugar a las cartas todo el día en el café y de que le regañara mamá porque no lo hacía bien, porque la gente diría que se había peleado con ella y por eso no vuelve a su casa y a ella se le caería la cara de vergüenza delante de sus amigas.
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Evriklia no pregunta por los roscos y, cuando no pregunta por los roscos, no sabe qué otra cosa preguntar y se sienta en un rincón y juega sola a las chinas.
Los pelones dijeron que no irían a la Resurrección, que se quedarían en la casa para jugar con los muelles, los elásticos, los tornillos, las gomas, las botellas y mis cartones. Dorotea desde hace un rato llama a la puerta para entrar a limpiar en mi habitación y no le abren y están con mucho silencio y, cuando los pelones esos están en silencio, nosotros estamos muy inquietos, hasta que Dorotea les dijo que si no salían antes de contar diez saltaría por la ventana y les arreglaría, y entonces ellos se asustaron y abrieron y salió primero Nikitas. Pero no era Nikitas. Era Spilios. Tampoco era Spilios. Era Nikitas, pero no sabías si era él o era Spilios, porque cuando salió también el otro no sabías si él era el uno o el otro, porque también los dos estaban tiznados de rojo, negro, amarillo, azul y verde con mis pinturas que encontraron allí, que las tenía escondidas, y se embadurnaron y a pesar de que sus morros estaban ridículos, como el Gordo y el Flaco cuando salieron negros de la chimenea y se les caían además los ladrillos en la cabeza, no me venía la risa porque ya se acabaron también mis acuarelas, por eso dijo mi mamá que estaban tanto tiempo tranquilos y nosotros tanto tiempo inquietos. Pero lo peor lo vio primero Dorotea, que entró en mi habitación y gritó ¡Virgen Santísima! y nos asustamos y corrimos a ver por si le dio un síncope, como al señor Bobokos o por si vio algún ratón. ¡Mi habitación estaba embadurnada como sus morros! ¡las paredes y el techo y el suelo y las puertas y los cristales y mi escritorio y mis libros y mi cama estaban rojos, negros, amarillos, azules, verdes y dorados! Mi mamá entró primero e hizo ¡ahhh! y después dijo: - La culpa la tengo yo por dejar la llave por dentro.
Su mamá rió primero y después dijo: 102


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- La culpa la tiene este pillo por tener tantas pinturas y no dárselas.
La tía Gazia abrió con llave su habitación y se santiguó primero y luego dijo: - ¡Grande eres, Señor!
Thimios dijo antes, uno más, y luego: - ¡Ciento noventa y dos!
Yo me eché primero a llorar y después no dije nada.
Mi papá no dijo nada porque estaba en el café con las cartas y no lo vio y, si lo hubiera visto habría empezado a gritar en latín y a hablar en diferentes lenguas.
Después mi mamá, que estaba muy enfadada, cogió a Avrokomi y fueron a la cocina y le decía algo y movía sus manos como el maestro de música que toca en la plaza.
Después Avrokomi salió de la cocina y fue al balcón y algo le dijo a Thimios, y después fue a la cocina la tía Gazia y algo le dijo a mamá y mamá salió y fue a mi habitación y algo le dijo a Dorotea y después fue Thimios a la cocina y algo le dijo a la tía Gazia y la tía Gazia fue al dormitorio y algo le dijo a mamá. Después mamá fue al balcón donde estaba Avrokomi, porque la puso Thimios a contar los coches hasta que volviera, y algo le dijo. Después Avrokomi dijo a mi mamá que se sentara un momento en el balcón para que contase ella y fue a la cocina y algo le dijo a Thimios, y entonces Thimios fue al dormitorio y algo le dijo a la tía Gazia y la tía Gazia salió del dormitorio y fue al balcón y algo le dijo a mamá y mamá le dijo que se sentara a contar los coches hasta que volviera Thimios y fue a la cocina y algo le dijo a Thimios, y Thimios volvió al balcón y algo le dijo a la tía Gazia y la tía Gazia fue a mi dormitorio y dijo a Dorotea algo y Dorotea fue al lavadero a llevar agua y paños para limpiar mi habitación y mi mamá se encerró con llave en el dormitorio y la tía Gazia en su habitación y Avrokomi se sentó en el comedor y no decía nada y Thimios se quedó en el balcón y contaba, y entonces Evriklia dejó el juego de 103


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las chinas y fue al balcón y algo le dijo a su papá y él le dio un revés y algo le dijo, y ella se echó a llorar y después fue a Nikitas y a Spilios y algo les dijo, y ellos empezaron a saltar y a dar patadas y a gritar que no querían irse a su pueblo y que se quedarían en mi habitación toda su vida y no se marcharían e irían aquí al colegio y yo, al escuchar esto, me eché de nuevo a llorar y salió mi mamá de su habitación, Dorotea del lavadero, la tía Gazia de su habitación, Thimios del balcón y Avrokomi del comedor y se vinieron a mi lado para ver lo que me había pasado y yo, que vi a todos juntos venir, me asusté y me eché a llorar más, y después fueron todos a sus habitaciones y Thimios llamó a sus hijos en el balcón y les dio algunas bofetadas y sus cabezas les hacían ¡glup! ¡glup! y les dijo que le ayudaran en la cuenta, así como le ayudan en el pueblo y riegan y fumigan y podan y ordeñan a la cabra. A mí nadie me dijo nada y yo, en cuanto me pregunte María, que me había regalado la caja con las acuarelas, y que me las habían estropeado los tontos estos, no sabré qué decirle. Yo quiero que se vayan estos invitados, que se vayan ahora, que se vayan. Quiero a mi papá y a mi mamá y a mi tía y a Dorotea y a mis amigos y a María, no quiero a los invitados.
- Akis, nuestros buenos amigos se van a ir mañana por la mañana muy temprano en el primer tren, que no tendrá mucha gente. Algo le ha ocurrido al tío Thimios y deben volver al pueblo, así que no se quedarán hasta el domingo de Santo Tomás, como decían y que también nosotros queríamos tanto su compañía.
Era la dulce voz de mi mamá que vino a mi lado y me acariciaba las mejillas y me dijo las dulces palabras. Y se inclinó a mi oído para que no oyera nadie más y me dijo que el martes, que abrirían las tiendas, saldríamos a comprarme juguetes, colores, balones, coches y todo lo que quiera, y que le dirá a papá mañana que nos lleve a todos con «Patronis» a Terpsicea, y que papá en cuanto 104


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vuelva se alegrará mucho, cuando sepa que se irán y hará mucho por nosotros y además se alegrará tanto que se pondrá también su sombrero nuevo esta noche que vamos a la Resurrección, y dijo que no nos olvidemos de llevar también fósforos y petardos y bengalas y me dio un besito y yo un puñetazo fuerte a Dorotea que pasó con los trapos y el agua.
Domingo (Cristo Resucitado) ¡Se fueronnnnn!
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LA CONFITURA DE NARANJA CHINA
(Donde lo pasó mal la señora Ermioni)
La plaza está llena de cafés. Por la mañana llena de mamás y tías. Por la tarde mamás, niños, sirvientas y tías.
Al anochecer, de papás. Por la noche de sillas vacías. Hoy es por la tarde y está llena de mamás, niños, sirvientas y tías.
Cuando no encontramos sillas, corremos y preguntamos si está una libre y la cogemos y nos reímos mucho cuando la cogemos sin preguntar y después observamos a los grupos que de repente han perdido sus sillas y no saben cómo se han perdido. Las mamás se sientan con las mamás.
Las sirvientas se sientan todas juntas en otra mesa. Los soldados y los marineros les dicen cosas y ellas se dicen algo entre sí y ríen. Nosotros nos sentamos con nuestras mamás hasta que nos comemos nuestro dulce de vainilla y después nos levantamos a jugar y cada dos por tres volvemos a beber agua y a vaciar todos los vasos y, cuando se vacían todos, nos metemos en el café y pedimos también más y observamos a la señora Genovefa en los cuadros.
Nuestras mamás observan a las otras que se sientan en otras mesas y aquéllas observan a las nuestras y todas hablan de las otras y se fijan en cómo tienen vestidos a sus hijos, cómo les hablan, si están gorditos, si les escuchan a la primera y si no les escuchan, cómo los castigan y se soliviantan. Y las nuestras y las otras hacen lo mismo y nos olvidan rápidamente, y entonces nos atienden las sirvientas que nos dicen cuanto les dicen las mamás que nos digan: que no corramos, que no nos llenemos de polvo, que no sudemos, que no nos ensuciemos, que no nos sentemos al sol, que no nos hagamos rasguños, que no tiremos piedras, que no bebamos agua sudados, que no hablemos mal entre nosotros, que no nos rompamos la cabeza, pero al anochecer cuando regresamos a casa, 107


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nosotros hemos corrido, nos hemos caído, nos hemos golpeado, nos hemos sentado al sol, nos hemos llenado de polvo, hemos sudado, nos hemos ensuciado, nos hemos hecho rasguños, nos hemos lanzado piedras, hemos bebido agua sudados, hemos hablado mal entre nosotros, nos hemos roto la cabeza y hemos hecho también otras cosas que son secretas y no las saben para que no nos digan que no las hagamos.
Así sucede cada tarde que nos reunimos en la plaza a la que llamamos, y yo no se por qué, Psilalonia, y mi papá me dice que así hacía también él cuando era niño y todos los niños hacían así y las mamás así hacían punto y las sirvientas así miraban a los marineros y las peleas así se hacían y caían las palizas. Ea, como hoy, que nada más empezar el juego, nos peleamos, nos regañamos y empezaron los gritos y los follones y cayeron bofetones y bofetadas y se dieron pellizcos y tirones de orejas e hicieron gestos y las mamás se sonrojaron y las sirvientas recibieron patadas y el señor Jarálabos nos mojó y la señora Verónica dijo que bendito sea su padre y nosotros corríamos para salvarnos entre las mesas y Filipakis tropezó con una mesa y se cayeron los dulces y los vasos y se manchó la gente y Vanguelakis se puso nervioso y dijo a su mamá que se vaya a la porra y ella se disgustó porque lo escucharon las otras señoras y se echó en una silla y no hablaba y no hacía punto y, lo peor, las otras señoras de las otras mesas veían todo esto y no sólo no hacían como que no lo veían, sino que, al contrario, hacían lo que podían para que nuestras mamás vieran todo esto, y dijeron qué niños tan maleducados somos, y lo escucharon las nuestras y les dijeron que se fijaran mejor en sus hijos y que ojalá los suyos se parecieran a los suyos, o sea a nosotros, y nuestras sirvientas se enfadaron con las sirvientas de ellas y se levantaron y se fueron de la mesa en la que estaban todas juntas y se sentaron en otra y se miraban con recelo y al final mamás, niños, tías 108


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y sirvientas hablaban todos juntos y fuertemente y decía cada uno lo suyo y hubo un gran mareo y nadie escuchaba a nadie y nadie entendía a nadie y nadie sabía qué sucedía y porqué algunos amigos lloraban y porqué la señora Anna cogió a su hijo y se fue y nos quedamos solos y ¿cómo nos íbamos a dividir equipos ahora que sobra uno? Mi mamá me cogió de la oreja y como castigo me hizo sentarme a su lado hasta que nos marcháramos. Y ahora yo estoy sentado, y me angustio entre la señora Anthí y la señora Verónica, y las oigo a todas que hablan de laxantes, de cosas de limpieza, de modas, de dobladillos, de aguas medicinales, de dolores en la cintura, de suegras, de sus hijos que no las escuchan, de sus hijos que no comen, de sus hijos que no se duermen, de sus niños que no estudian, de sus maridos que no las entienden, y cada vez que voy a escaparme, mi mamá me tira y me hace una seña, y una vez me dio también un pellizco retorcido y me dolió y la miré de manera feroz y me hizo también otra seña para que no demostrara que me daba pellizcos ¿Y me amenaza con que no nos vamos a ir a casa? ¡Verás lo que te espera! Se lo diré todo a tu papá, que hoy me has sacado de quicio y que aún no me he recuperado.
Las señoras me dijeron que debo estar orgulloso porque soy el único señor entre tantas señoras, y menos mal que no pasa María para verme y burlarse de mí, y que yo debo llamar al señor Jarálabos para que pidamos, y que haga palmas para que venga, y las hice pero no vino y las volví a hacer con más fuerza y las oyó y vino y preguntó ¿Qué van a tomar?, y nosotros preguntamos ¿Qué tiene?, y él respondió que tienen pastel de almendra, pastel de chocolate, dulce de galleta con chocolate, de mantequilla, kok y confituras: cereza, guinda, membrillo, uva, naranja amarga, vainilla, naranja china, e infusiones: té, manzanilla, salvia, tila, hierba Luisa, mejorana y té de Jelmós.
- ¿Qué pasteles ha dicho?
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Y el señor Jarálabos dijo de nuevo qué pasteles había dicho.
- ¿Son recientes?
- ¡Recientísimos! Acaban de traérnoslos.
- ¿Los vuelve a decir?
Y los vuelve a decir.
- También las confituras.
Vuelve a decir también las confituras. Y pedimos y se va y vuelve con una bandeja grande cargada y la vacía y llena la mesa y me como mi kok y hago como que me voy y mamá me tira del pantalón y se me salta un botón y sigue sin dejarme y yo agacho la cabeza para encontrar mi botón y ella cree que me he disgustado y yo que me he dado cuenta agacho mucho más la cabeza y la veo que me observa preocupada y me alegro y le está bien empleado, que sepa que me trajo aquí a sufrir y a oír qué hablan la una a la otra, y la otra a la otra, y la otra a las otras, y las otras a las otras y no saben qué dicen y cuando preguntan no esperan a que conteste ninguna y todo lo cuentan como si lo supieran todo y se hacen las listas, y mi mamá para demostrar qué sabia es dice: - ¿Os enterasteis de lo de Dinamarca? ¡ la tomaron en dos días!
- ¿Sin resistirse? ¿y quién la tomó? preguntó la señorita Evanthía muy alterada.
-¡Los alemanes! dijo mi mamá muy lista.
- ¿Los alemanes? ¿pero se han perdido los franceses, los ingleses, los españoles? dijo la señora Roxani.
- Pero Dinamarca... fue a decir mi mamá.
- Y Dinamarca y tantas otras. Las mujeres hoy han cambiado mucho. No como nosotras... ¡ssssh!, que nos oyen los niños...
- ¡Pero Anthí de mi alma! ¡Dinamarca es un estado!
No te has enterado bien, ¡hay guerra! ¿no lo leéis en el periódico?, dijo de manera triunfal mi mamá que leía el Diario y La mañana.
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Akis y los otros
- ¿Guerra? ¡y eso! dijeron todas las señoras y las señoritas juntas, y se volvieron a la señora Ermioni que había cambiado su pastel y había pedido una confitura de naranja china e intentaba cogerla con la cucharilla, pero como era grande y dura y resbaladiza, no podía ni cogerla ni cortarla, y por más que lo intentaba no podía y entonces aquello da un ¡frap! y salta desde su platito como una bala y pasa por encima de los vasos, del hombro de la señora Anthí y cae en el otro lado y rodó y paró debajo de una silla. Y entonces la señora Ermioni se sonrojó y no sabía qué decir y parecía que le hubiera gustado mucho no haberla pedido y menos haberse ruborizado y todavía mucho menos el habérsela comido. Las señoras observaban la naranja china verde que estaba cubierta por pequeñas gravillas y pararon de hablar y de hacer punto y no sabían qué debían hacer y esperaban que la señora Ermioni hiciera algo. La señora Ermioni no pensó en pedir otra confitura de naranja china porque también ella y todas se habían obstinado y estaban de acuerdo con la señora Kokó que dijo: ¡No! ¡No se le va a pasar! Y la miraban con recelo, y si hubiera sido un niño se habría arrepentido por lo que hizo y temería por lo que iba a sufrir si lo cogían. Entonces Dorotea, sin esperarlo nadie, se levantó y fue junto a la silla en donde estaba debajo la naranja china y se sentó sin que entendieran las señoras hostiles porqué lo había hecho, y en cuanto éstas miraron a otro sitio se inclinó como si hubiera perdido algo y buscara dar con él y se agachó bruscamente de repente, y agarra el dulce malo y contenta lo lleva a nuestra mesa y todas se alegraron mucho y miraban a Dorotea con admiración y a mi mamá con envidia por tener tal sirvienta. Dorotea entonces fue junto a la mesa y echó la naranja china dentro de un vaso de agua para que se enjuagara y para que se pusiera brillante como nuevo, y yo fui junto a Dorotea y le di un puñetazo fuerte allí donde sabe ella y ella se alegró mucho y se sonrojó. Y al final, todas las señoras estaban 111


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muy agradecidas y contentas y empezaron a hacer punto de nuevo y a charlar, y la señora Ermioni para que no le volviera a pasar lo mismo, metió su mano dentro del vaso, cogió el dulce limpio, lo observó salvajemente y se lo metió todo en la boca. Y no podía ni morderlo, ni tragarlo, ni hablar.
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LA LIMPIEZA ES MITAD NOBLEZA (Donde lo pasé mal yo)
Primero pasaron dos señoras juntas y después una sola.
Después, pasó un señor y después el señor Vanguelis, el conserje. Nadie vio el destrozo. Ni a mí. Porque yo que lo vi, me asusté por si pasa alguien y me ve junto al destrozo y dice que yo lo he hecho. Por eso me había escondido bien.
Las dos maestras no lo vieron porque las dos charlaban entre sí. Y el hoyo que estaba delante de ellas no lo veían y se caerían dentro y se harían trizas y mejor que fuera un hoyo y que se cayeran, se iban a divertir los alumnos malos. La otra que pasó sola era la señora Kleoniki. Ella no vio nada porque nunca ve nada. Por eso también algunos niños que no tienen miedo, van por detrás de ella y la dibujan en la pizarra con bigotes y escriben diferentes cosas burlonas y ella ni se entera. El maestro no vio tampoco el destrozo porque andaba y leía Catequesis y Liturgia por si le preguntaba algún alumno y no lo sabía.
Y el señor Vanguelis no vio porque pasó llevando una gran pizarra y ¿iba a ver?
El refrán se había hecho dos grandes trozos y cien mil pequeños. Cuando estaba entero y estaba colgado en la pared del pasillo con los otros, tenía escrito en tinta con letras inclinadas caligráficas: LA LIMPIEZA ES MITAD NOBLEZA Y ahora, en los azulejos que estaba tirada y rota no tenía escrito nada. Un trozo de él tenía escrito MITAD y el otro LIMPIE. La ZA y NOBLEZA no se leían. Ni tampoco distinguías OBLE ni ZA. Y ahora que estoy bien escondido, me da miedo desesconderme y pasar para ir a mi clase.
Puede que me vea un transeúnte que pase y diga: ¡El fue! ¡lo vi! ¡él lo ha roto! Pero yo no lo rompí. Yo sólo vi el destrozo. Otro lo rompió y puede que también él esté 113


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escondido ahora y que no salga. Y está muy mal que se haya roto este refrán porque ahora los niños, que pasen por el pasillo, no lo verán y no lo leerán y no sabrán que la limpieza es mitad nobleza y tampoco qué es la otra mitad y ensuciarán el colegio con el barro, tirarán pipas, escupirán, tirarán las raspaduras de los lápices al suelo y todos los papeles y entonces las maestras que lo vean, correrán al señor director y él las escuchará y se pondrá rojo y dirá que ellos se esfuerzan por nosotros y nosotros no cuidamos los cuadros con los refranes y que ellos los cuelgan para que los leamos y nos hagamos personas civilizadas y útiles a la sociedad y ahora nos volveremos raspados de educación y con qué cara contemplaremos a los mayores, y golpeará el escritorio con la mano y darán un salto las tazas y se asustarán los niños de primero y la señorita Olga. Por eso me da miedo desesconderme Pero a mí mi papá me ha dicho que no tenga miedo y que sea un niño valiente y que diga lo correcto y debo tener valor, porque cuando me haga grande iré a la guerra y debo vencer a los enemigos.
Y cuando le digo que si los papás de nuestros enemigos les han dicho las mismas cosas y vencen ellos, mi papá me dice que no tenga miedo porque los papás de los enemigos no son como él y no les dicen tales cosas. Por eso también yo, que tengo un papá así, no tengo miedo a nada ¿y voy a estar sentado aquí escondido y sin tener la culpa? No hay motivo, saldré.
- Señor, se ha roto un refrán...
- ¿Queeé?
- Se ha roto un refrán. Me mandó la señorita a coger una tiza y lo encontré roto...
- ¡Descuidado! ¡cómo has hecho eso!
- Señor...
- ¡Cállate!
- Señ...
- ¡A callar, gamberro! Nosotros os ponemos los refranes 114


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para que os hagáis personas civilizadas y útiles a la sociedad y vosotros los rompéis...
- Señor... yo...
- ¡A callar he dicho! ¡se te castigará para que aprendas a tener cuidado y a respetar el bien ajeno! ¡de pie en la esquina! No esa. ¡Fuera! En el pasillo... que te voy a tener también aquí para admirarte. ¡Nosotros nos esforzamos por vosotros y vosotros vais a destruir todo el colegio! Y cerró la puerta enfadado. Pero luego, enseguida la abrió otra vez, sacó la cabeza y dio una voz: - ¿Y qué refrán has roto?
- Señor...
- ¿Cuál has roto, gamberro?
- La limpieza...
- ¡Oh! ¡mi mejor! y volvió a entrar más enfadado y yo me quedé fuera de pie en la esquina para hacerme civilizado y útil a la sociedad y para no hacer que desapareciera el colegio y que lleguemos y no lo veamos.
El señor director gritaba todo el rato. Se había enfadado mucho conmigo y decía que no vamos a dejar nada en pie, tan salvajes que somos. Los cristales los rompemos, las puertas las golpeamos con fuerza, las paredes las arañamos y ahora hemos puesto el ojo también en los cuadros con los refranes que son un bien del estado y no son suyos, y si fueran suyos que lo rompiéramos todos y que saldría también él con las piedras para no dejar ni una bombilla, y qué le va a decir al señor inspector. Y ahora llega un tontaina con sus descuidos a romperle el refrán más bonito y no se contendrá. Le dará su nervio y nos cogerá a todos para estrellarnos en el suelo y no sabe qué otra cosa llegará a hacer y puede que también pise a alguien.
Las maestras entraban en su oficina a ver qué sucede y le preguntaban y él decía, dejadme, dejadme, se me pasará.
No es nada. Aquel gamberro ha decidido arrasarlo todo.
Y ellas salían y me miraban y me señalaban y decían a las 115


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otras ¡es él! ¡él! Tiene instintos criminales. Mira cómo nos mira. Cogerá también el cuchillo para apuñalarnos un día.
Y yo temblaba y tenía frío aunque hacía calor y quería hacerme caca, y perdí la gimnasia y no corrí y no canté, y bien, yo no canto, pero hoy quería cantar y estoy aquí y oigo al señor director y miro a las señoras que pasan y me miran y me señalan y dicen que soy un gamberro y bien que me castigó el señor director y todo el rato dicen, le está bien empleado y mira qué desagradable es, y a él le admiraban y le decían que hace bien que nos castiga y nos pone a que nos quedemos de pie porque así nos haremos personas, y abrió su puerta y salió enfadado y se perdió y pasó el recreo sin comer rosca de sésamo y volvió otra vez con la señora Uranía sin el enfado y le decía, no importa, no importa, todo se arregla y que pondrá a alguien para que lo vuelva a escribir y que pondrá también un nuevo cristal; y ella le decía que lo había dicho, que un día soplaría un fuerte aire y tiraría los refranes y mira que el mal no tardó en ocurrir, y sopló viento y tiró la limpieza y se ensució el pasillo y menos mal que no pasaba nadie por debajo, y entraron en su despacho y no oía qué decían y luego abrió la puerta y salió el señor director y me miraba fijamente y no entendía porqué me miraba y digo, ahora me va a pisar, pero todo el rato me miraba como si no me hubiera visto antes y yo quería ir para hacer mi caca y digo, me va a preguntar o no me va a preguntar, y al final me preguntó un montón y no esperaba a que le respondiera: qué espero allí, cuánto tiempo estoy fuera de su despacho, quién me puso, qué destrozo hice, porqué no tengo cuidado, y yo le hablé del refrán, que lo encontré roto y fui a decírselo para que se alegrara de que se lo había dicho y para que se entristeciera de que se había roto y me dijo que porqué no se lo dije, pero le dije que se lo había dicho y se enfadó de nuevo y no escuchó que se lo había dicho, y decía que ellos se esfuerzan, y yo le dije que soy un niño valiente y 116


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lo sabe también mi papá y que si quiere que le pregunte, y se alegró que se lo dije, pero luego volvió a enfadarse y empezó a dar patadas y a dar voces y a golpear con la mano en el escritorio y a decir: - ¡Menuda situación! Y la boca, ¿para qué la tienes? para decirme: señor, encontré el cuadro roto...
- Lo dije...
- ¿Que me lo dijiste? ¿viniste a mí y me lo dijiste? ¡anda que me lo has dicho! ¡y yo cómo no lo oí! ¿sabes qué responsabilidades tengo yo aquí? no hemos dicho que...
-...hemos dicho que...
- ¡No repliques! ¡silencio! ¡no quiero oír nada! Te sientas allí como castigo y no sabes por qué te sientas.
Bien se te ha castigado. ¿Así son los hombres? ¿así vas a ir a la guerra? ¿sabes qué te hace falta? Un castigo fuerte para que aprendas. Nosotros nos esforzamos y luchamos por vosotros. Y vosotros qué hacéis: ¡Dios mío! ¡ay! ¡qué niños! ¡qué sociedad! Nosotros nos esforzamos por ellos...
¡ay! ¡cómo aguantamos nosotros los maestros! ¿cómo aguantamos?
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¿TE HAS BEBIDO LA LECHE?
(Donde lo pasó mal Dodos)
Lo que ha sucedido hoy no le ha sucedido a ningún amigo. ¿Os he hablado de Dodos? Dodos es un buen amigo.
Nos saca a todos una cabeza que María cree que está hueca, pero no tiene ninguna prueba. Un día le dio una en esa cabeza con la regla para oír, dice, si haría como el barril en que su mamá recoge agua de lluvia para lavar mejor su ropa blanca. Pero de la cabeza de Dodos no salió ningún sonido extraño, sólo que le hizo un gran chichón y por mucho tiempo no le hablaba a María. Dodos barajaba un montón de ideas y algunas las hacíamos pero la mayoría eran imposible de hacerse y entonces se rascaba la cabeza para comprender porqué no se hacían y nosotros le decíamos, no importa, y le queríamos más. De todos modos, nosotros no creíamos que tuviera la culpa su cabeza dijera lo que dijera María. Pero lo que ha sucedido hoy era terrible.
A primera hora la señora Kanelopulu había empezado la Religión que no la habíamos dado ayer porque se ausentó en el despacho del señor director y nos alegramos porque nos la perdimos y ella se alegraba ahora porque nos lo chafó y al final no nos la perdimos, pero perdimos la lectura. Nos hablaba de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo y nosotros nos mirábamos entre nosotros y hacíamos planes para el recreo con señas y no prestábamos atención a la clase porque nos apenaba mucho oír historias tan tristes. Nos enseñaba también algunos iconos en marrón que mostraban a Nuestro Señor con otro señor que se lavaba las manos y en otro icono verde al señor en una bonita burriquilla y los otros que intentan alcanzarlo, y en otro llevando la cruz del sufrimiento y en otro marrón, a Jesús con dos señores que eran bandidos, pero el último era el más bonito: ¡mostraba al Nuestro alegre y complacido volando como un avión!
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El día fuera estaba despejado y resplandeciente y el cielo azul como nuestros baberos. Así estaba cuando sucedió lo terrible e importante. Esto no había pasado nunca y que el señor Jesús y sus bandidos ayuden para que no vuelva a ocurrir. Se abrió bruscamente la puerta de la clase, como si la hubiera soplado un fuerte viento aunque estaba cerrada, y golpeó con fuerza en la pared y nos asustamos todos y nos volvimos hacia atrás para ver cómo había ocurrido esto. Y no era el viento quien la abrió. Era una señora gorda, fiera, con delantal y con sus mangas remangadas hasta lo alto y llevaba una vara larga y miraba nuestras cabezas una a una y daba a entender que quería mucho dar con una. No la habíamos visto nunca y nuestra maestra, que también se asustó mucho, dejó los iconos marrones con la pasión del Nuestro y observaba con espanto. Tenía miedo tanto ella como nosotros de que la señora que tenía la vara preparara algo malo, pero no entendía qué ni por qué ni para qué. Volvimos también nosotros la cabeza por todos los sitios y buscábamos eso que buscaba la señora gorda, pero no lo encontrábamos. Yo observaba a María que temblaba y ella me observaba a mí que temblaba yo.
Yo, menos mal, estaba sentado en el extremo del pupitre y podía escapar fácilmente si la señora gorda escogiera mi cabeza. Pero no buscaba eso y ahora ya no buscaba nada porque lo que quería lo había encontrado: era la cabeza de Dodos, que en cuanto la descubrió, soltó un gran grito: - ¿Te has bebido la leche?
Dodos se asustó mucho y bajó su cabeza y se hizo más pequeño. Nos asustamos también nosotros aunque no nos preguntó a nosotros. Dodos, aunque es buen niño y no le da vergüenza responder cuando le preguntan los mayores, no contestó esta vez a la señora gorda que le había preguntado si se había bebido su leche, pero se levantó como un relámpago de su pupitre y fue y se escondió detrás de nuestra seño. Entonces la otra señora corrió a cogerlo 120


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y aún estaba muy enfurecida. Cuantos estaban cerca del pasillo donde pasó se pegaron unos a otros para no meterse en un lío. Dodos entonces, que no se sentía seguro detrás de nuestra señorita, intentó irse, pero la extraña señora cerró la puerta y él no podía ya salir y empezó a correr alrededor y arriba y abajo del pasillo de la clase. Ella le perseguía con la mano levantada que sostenía la vara y si le alcanzaba le daría una en la cabeza y entonces sacaría el sonido que sacaba el barril de la mamá de María. Nosotros ni respirábamos y nos apretábamos entre nosotros cada vez más por el miedo, porque nos había encerrado a todos la mala señora que todo el rato preguntaba a Dodos ¿te has bebido la leche? ¿te has bebido la leche? Él no le decía si se la había bebido ni si no se la había bebido, porque tal vez era un gran secreto y no debía revelárselo al enemigo. Pero ¿y si el enemigo dejaba a Dodos y le preguntaba a uno de nosotros? Yo, a decir verdad, no me había bebido tampoco la leche y puede que otros niños tampoco se hubieran bebido la suya.
A esta señora seguramente la habría llevado alguien para que descubriera cuántos no se habían bebido la leche y para darles una en la cabeza y que se pusieran todas huecas. Virgencita nuestra, la nuestra y la de Dodos, ayúdanos a salvarnos y a que se salve Dodos. Aquél también se esforzaba todo el rato heroicamente. Saltaba por encima de los pupitres y se agachaba y pasaba también por debajo.
Hizo lo que podía para escaparse, pero era valiente y no contestaba a la señora que todo el rato le presionaba para que confesara. En un momento me pareció que venía contra mí y me vino para que gritara: nunca más, nunca más. La próxima vez me la beberé..., pero me dio vergüenza y no dije nada. Pasó rozando mi pupitre y su delantal me tocó y era muy valiente por esto y estaba orgulloso que le había hecho frente. Por suerte. Pero, por suerte, la señora gorda se cansó y respiraba con dificultad y no podía correr más 121


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y el valiente Dodos encontró la ocasión de abrir la puerta y perderse. Ella detrás. Nosotros, quietos como columnas de sal, como había hecho aquella señora en Religión que miraba atrás.
- ¡Echemos la llave a la puerta! ¡Echemos la llave a la puerta que no vuelva a entrar y nos pregunte también a nosotros! gritó Iorgos que en ocasiones se le ocurrían buenas ideas.
- Puede que la pusieran nuestras mamás para ponernos huecas las cabezas, se atrevió también Vanguelakis que no se bebía jamás la leche.
- Niños, niños. Tranquilizaos. Era la dulce voz de nuestra dulce señorita. Espero que entendáis qué ha pasado. La señora que estaba tan perturbada era la mamá de Dodos.
Parece que vuestro compañero se fue deprisa por la mañana y olvidó beberse la leche. Por eso esa pobre, que tanto se esfuerza en criarlo sola porque no tiene marido, se preocupó mucho y vino a regañarle. Vosotros, sé, que todos tuvisteis tiempo de beberos la leche. ¿No?
- Desde luego, señorita, contestamos todos a la vez con un grito e inspiramos todos juntos profundamente, como cuando alguna vez nos la bebemos de un trago.
En el recreo nos reunimos todos detrás de los urinarios para deliberar cómo afrontaríamos la situación. Todos decíamos algo y al final María dijo que debíamos volver a oír mi propuesta que le había parecido razonable.
- De acuerdo, oigamos lo que va a decir Akis. ¡Callaos!
Era Nikos que en los momentos difíciles tomaba parte por mí.
Yo subí los peldaños de la escalera y los otros estiraron el cuello para escuchar. Era un momento importante, como Jerónimo que habló una vez a sus Pieles Rojas antes de morir.
- Bueno, niños, habéis visto lo que ha pasado hoy.
Un buen amigo ha corrido el peligro de quedarse con la 122


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cabeza hueca. Para que no nos ocurra a nosotros lo mismo, propongo que, hasta que pase el peligro, nos bebamos siempre la leche por la mañana, porque esta gorda ahora que ha aprendido el camino puede venir de nuevo. Y no sólo eso. Puede soliviantar también a las otras mamás y que todas juntas vengan cada día con una vara y que empiecen a golpearnos la cabeza y a ver luego cómo vamos a aprender la aritmética y la ortografía y la geografía...
- Y el significado -me interrumpió Lila-.
- Y la lengua.
- Y la historia, y la religión, y el canto, y la gimnasia y todas las asignaturas, dijeron varias voces.
- Desde luego, y todas las asignaturas. Por tanto, ¿estáis de acuerdo pues en que nos bebamos la leche?
- ¿Con la nata? se oyó una vocecita, la de Theonis naturalmente.
- ¡Eh! ¿estáis de acuerdo o no? ¡con nata o sin nata!
- Estamos de acuerdo, se oyeron las voces. Pero me pareció que no eran muy fuertes y que no estaban tampoco todas.
- Ahora propongo también otra cosa, ¡que proclamemos a Dodos héroe!
- ¡Sí, sí! aplaudieron todos los niños.
- ¿Y sabéis por qué? porque Dodos no se bebió la leche.
No tuvo miedo al enemigo. No confesó en la tortura. ¡Y no se entregó! ¡viva Dodos el héroe!
- ¡Vivaaaaaaaaaaaa! ¡Dodos! ¡Dodos! ¡Dodos!
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EL CLUB
(Donde lo pasaron mal todos)
Papá hoy al medio día ha vuelto muy angustiado y con muchos nervios y cuando vuelve de su trabajo así, mejor que no le hables. Yo lo sé esto y no le hablo aunque lo quiera mucho. Mamá cuando lo ve así, se pone nerviosa y le regaña y le dice que con los extraños es bueno y dulce, pero en casa es duro e insoportable. De esta manera le ha hablado otra vez hoy y papá se ha enfadado mucho y han empezado los dos a gritar y a decir un montón de cosas que no las entiendo. Y en un momento mi mamá le pregunta con dulzura qué tiene, él deja de estar enfadado y le dice que se ha cansado todo el día en el trabajo y que le preocupa mucho la situación internacional que es cada vez más oscura y se preocupa mucho más aún por la griega, que continuamente empeora y nadie sabe cómo va a terminar esta representación que empezó como una comedia y ahora se ha hecho tragedia y no hay manera de pararla y tampoco sabe nadie decirte adonde caminamos, y yo le interrumpí, aunque dicen que no debemos interrumpir a los mayores y le dije, puede que seas papá, pero no lo sabes todo y yo sé adonde caminamos, caminamos siempre adelante y lo dice la canción que decimos en el colegio después de la oración y de ello se ocupa nuestro gobernador nacional, y mi papá, que se le había pasado el enfado, volvió a enfadarse de nuevo mucho más porque hablé así y empezó a decir muchas palabras feas para el señor gobernador nacional y dijo que tengo razón, que nos dirige, pero no nos dirige allí donde dice la canción, sino a otro lugar y mejor que cambiáramos de conversación para que no empezara en pleno mediodía a gritar y se pusiera la vecindad en pie, y mamá se puso amarilla y la tía Gazia se asustó y corrieron las dos a cerrar la ventana para que 125


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no salieran fuera las voces y nos metiéramos en un lío, y después mamá me cogió de la mano y me acarició y me habló de la señora Vakopulu que aún estaba enferma y de la excursión a la que iremos el domingo y de Lisa, a la que su mamá le había dado una hermanita y que si yo quería, me daría también ella una para mí para que jugara, pero no me dijo quiénes ponen semejantes fuegos para quemarnos, como pregunté, y me dijo todo lo que no había preguntado.
Preguntaré también yo a mis amigos, digo. Y entonces mi papá me cogió también de la mano y me llevó dentro de la habitación y me dijo que mejor que no preguntara a mis amigos porque no sabrían y que cuando él se enterara me lo diría y me prometió que si me dormía por la tarde y hacía todos mis deberes me llevaría al Club, y yo dando voces me levanté y salté de alegría porque a ningún niño su papá lo ha llevado jamás al Club, aparte de que sólo mi papá y el de María van, y una vez María me dijo que quería mucho que la llevara su papá pero él le dijo que allí van sólo señores y no le gustará y ella dijo que al contrario esto le gustaba y su papá le prometió que la llevará. Mi papá va por la noche al Club y encuentra a sus amigos y charlan y juegan a las cartas y otros juegan al billar y todos en un momento determinado oyen las noticias en la radio, que mi papá dice que cuenta cuentos y mentiras y las compara con los periódicos. Y yo le digo: que digan cuentos, los dicen también la abuela y la tía Gazia, pero ¿cómo periódicos y radios dicen mentiras tan grandes y no les castigan? Y papá rió mucho y me dijo que poco a poco también se haría eso y me guiñó un ojo, como hacemos cuando queremos indicar a otro que tenemos un secreto. Cuando mi papá me guiña un ojo me siento como un mayor.
El Club es una gran casa blanca de dos pisos en la esquina de la plaza donde jugamos con balcones con bonitas rejas con diseños. Entre las ventanas, por fuera, hay algunos huecos con estatuas rojizas como antiguas. La escalera 126


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de caracol en cuanto la pisamos crujió porque es vieja y de madera. Nos encontramos en una habitación grande con muchas mesas cuadradas que tenían encima una tela verde. En la habitación de adentro había billares. Las paredes estaban llenas de pinturas sin marcos ni cristales.
Los señores que habían llegado antes que nosotros, en cuanto vieron a papá, se alegraron mucho y se levantaban y lo saludaban y le golpeaban en la espalda y lo llamaban para que se sentara en sus mesas. A mí me preguntaban cómo me llamaba y a qué clase iba y si quería ir al balcón a observar a la gente en la plaza. El señor que trae los cafés, los anises y las gaseosas, se llama señor Mijalis y en cuanto me vio me trajo un kok que estaba muy bueno, más bueno que el del señor Válsamos. No había ningún otro niño y no habría ninguno porque lo hubiera visto o él me hubiera visto a mí y nos haríamos compañía. Mi papá se sentó en una mesa y después fue a otra que le llamaron y les hablaba alto y con risas e hizo también reír a los otros y yo, que no sabía qué hacer, observaba las pinturas en las paredes y rondaba entre los que estaban de pié y en las mesas y regresaba cada dos por tres y observaba la escalera que crujía cuando subía alguien. Al final, todas las mesas se llenaron de señores y de ninguna señora. El señor Mijalis limpiaba cada vez que llegaba alguien a una mesa y le cogía el sombrero y lo colgaba en las perchas. A las nueve puso la radio que era una radio bonita de madera que se parecía a una iglesia pequeña. Todos dejaron las conversaciones, los cafés y los billares y escuchaban con atención y no hablaban.
Papá me dio una sorpresa: no me dijo porqué me había traído esta noche al Club, pero lo comprendí enseguida: en la radio se oyó la voz del gobernador nacional, y en cuanto la oí me emocioné mucho y fui a decir algo y un señor me dijo ¡ssssh! y me asusté y sin quererlo me quedé firme y lo único que hacía era observar al frente, a la derecha y a la izquierda. Atrás no podía porque me daba miedo 127


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moverme y porque el señor severo estaba detrás de mí.
Después del gobernador nacional la radio tocó el himno nacional que lo conocí inmediatamente y después empezó a contar noticias nacionales. Y entonces todos empezaron a hablar a la vez y alto y a contar chistes y a bromear y no escuchaba nadie las noticias. Alguna vez paraban y hacían como que pensaban algo, pero de nuevo empezaban y me pareció que se burlaban pero no puedo decir de quién se burlaban. Después de las noticias, una voz de mujer dijo que íbamos a oír éxitos extranjeros y que los tocaría la orquesta de Eduardo Bianco, pero nadie escuchaba. Pero yo presté atención porque la música era bonita aunque no entendía la letra. A mí me habían olvidado y menos mal que me vio mi papá que estaba sentado como una estatua y rió y me mandó a comprarle un paquete de cigarros de Matsangos.
Después sucedió algo extraño. Todos de repente se callaron y se produjo un enorme silencio. Los señores pararon las conversaciones. Los que estaban de pie encontraron asiento y se sentaron con sus amigos. Las risas se interrumpieron y sólo quedaba el sonido de las tazas cuando algunos sorbían sus cafés y las apoyaban en los platitos y la radio con los éxitos. Todo cambió sin que entendieras porqué y todos lo sabrían excepto yo. El señor Mijalis corrió con su trapo y limpió una mesa para que se sentaran tres señores que acababan de subir, pero éstos no se sentaron en la mesa que les eligió y se fueron a otra en la esquina donde no se les veía bien. Llevaban los tres la misma ropa de luto y se sentaron sin quitarse sus sombreros. Esto no era muy cortés porque los señores deben quitárselos cuando se sientan y ponérselos cuando se van. El señor Mijalis les trajo una bandeja de tapas y cerveza y los señores extraños empezaron a comer y a beber sin hablar y sin mirar a ningún sitio. Luego, se limpiaron con el extremo de sus mangas y empezaron a 128


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mirar de manera extraña a los otros señores y a mi papá sin hablar entre ellos. Los señores de las otras mesas no se volvían en absoluto para mirarlos. Hablaban en voz baja para que no se escucharan y cada uno miraba a los ojos del de enfrente y a ningún otro. En cuanto los tres señores extraños miraron hacia mí, me asusté y fui junto a mi papá.
Me fijé en cómo sus ojos, que miraban a los míos, estaban medio cerrados, como hacemos cuando hace mucho sol para no deslumbramos. Cuando miraron a todos uno tras otro, sin decir una palabra ni para saludar, se levantaron y sin pagar o girar la cabeza a la izquierda o a la derecha, bajaron los escalones y era muy extraño que la escalera ahora tampoco crujió, como cuando habían llegado, como si sus cuerpos no pesaran. Y se fueron, pero la calma permaneció y pasó mucho tiempo hasta que la mayoría de los señores empezaran a mirar a su alrededor y a hablar en voz alta, pero ahora no reía nadie y la mayoría parecía muy triste y pensativa y algunos se levantaron, pagaron, saludaron y bajaron la escalera. Mi papá no hablaba nada y toda la noche hasta que nos fuimos no volvió a hablar a nadie. Le miraba a los ojos y él miraba dentro de mis ojos, pero era como si no viera. Y entonces me dí cuenta de que sus ojos estaban rojos como si estuviera enfermo. No se había bebido el ouzo y yo no me había comido su tapa. Su cigarro lo había olvidado entre sus dedos y estaba a punto de consumirse y de quemárselos y una ceniza larga estaba lista para caer en la alfombra. Y entonces sus ojos tomaron vida y me miraron y era como si mi papá hubiera vuelto de nuevo conmigo al Club. Cogió con su mano caliente la mía que estaba fría, me la apretó con fuerza, muy fuerte y no me dolió nada, sólo que mi mano me pareció ahora caliente.
El Club se iba quedando vacío poco a poco conforme los señores callados y sin la alegría que tenían cuando llegamos se iban. Saludaban sin que oyeras sus voces y el 129


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único ruido que oías era el de la escalera que crujía porque estos señores tenían peso y no eran como los otros tres que esparcieron la tristeza y la escalera no crujió cuando la pisaron, como si fueran fantasmas. Cogí a mi papá de la mano y se la apreté con fuerza, muy fuerte, hasta que me dolió y me pareció que en mi mano que estaba caliente, la mano de mi papá se había vuelto fría. Salimos cogidos de la mano del Club con sus luces y entramos en la oscuridad de la noche y paramos de repente al sorprendernos y al sentir que nuestras manos entraban en calor. Por la ventana del Club se oía la voz del señor Bianco que cantaba una canción extranjera: La cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar, porque no tiene, porque le falta, marihuana que fumar.
Pero el Club estaba vacío y no lo oía nadie. Sólo el señor Mijalis que recogía los vasos y ordenaba las sillas.
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ENFERMO
(Donde llegaron los niños y jugamos a la guerra)
Cada vez que enfermo, papá y mamá me hacen un montón de regalos para que me tome mis medicinas y me ponga rápidamente bien. Anteayer papá me trajo un camión grande con una rueda de repuesto para dejarme que me pongan las ventosas, para que me ponga bien y vaya a la escuela con los otros niños, pero de la fiebre se me taponaron los oídos y no oí qué dijo de las ventosas y el colegio, sólo oí que dijo que pensaban traerme aquel fusil de dos cañones que dispara corchos que están atados con cuerdas para que no se pierdan, pero para que me lo compre, dijo, debería también yo tomarme el jarabe.
Mamá, para que me tome mis sopas me trajo un pequeño avión que le das cuerda y da vueltas de campana. La tía Gazia, para que me bebe mi quinina, me trajo un balón grande con dibujos verdes, rojos y amarillos y unos puntos en el medio en azul. Dorotea, dice que cuando vaya a su pueblo me va a traer un conejo de verdad y hasta que vaya va y viene a mi habitación por si quiero algo y se sienta a que le dé puñetazos, y sonó la puerta y llegó el médico y miró alrededor y cuando me vio me preguntó cómo me las arreglé otra vez.
El médico se puso sus gafas y metió la cucharilla en mi boca y dijo que hiciera ¡aaaah! e hice un ¡aaaaaaaaaaaah!
más largo y por poco me ahogo y dijo que mi garganta estaba fenomenal. Apretó mi barriga y dijo que no era nada. Después, puso el fonendo en mi espalda y me dijo que inspirara como en gimnasia y cuando lo hice y lo oyó, dijo que bien y que me volviera al otro lado, y me volvió a escuchar y volvió a decir bien y me dio algunos con la mano en la espalda que me dolieron y dijo, fantástica, y preguntó a mamá cuántas veces había hecho caca y dijo, 131


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perfecto, y sacó sus gafas y una libreta de su maletín y dijo que estoy fenomenal y que no había nada para alarmarse y que si me tomo las pastillas, los jarabes y las gotas que me va a recetar, en dos días estaré bien e iré al colegio, y mamá le dijo que me dijera que me tome también mis sopas y él dijo que escuche a mi mamá, y mamá dijo: ¿oyes qué dice el médico? ¡que me escuches! y como se quedó muy satisfecha, le dijo de darle de su dulce recién hecho, pero él no quería, tampoco quería agua. Me dijo que me recuperara pronto y a mamá que levantaran todos estos juguetes de mi cama, que esto no es una cama, que es un parque infantil y rió y mamá dijo que mañana me compraría de Asimakópulos una grúa para que los levantáramos y rió, pero yo le dije al médico que le dijera que me trajera mejor el patín con los cojinetes de bolas y ella le dijo al médico que me dijera que puedo caerme, como se cayó aquel chiquillo, y el médico le dijo: ¿Qué chiquillo? y mamá le dijo, aquél, ¿no recuerda? y le guiñó y el médico se acordó, y dijo, ya, aquel chiquillo, y se fue y yo me arropé con la manta porque estaba enfermo y tenía fiebre y este médico cada vez que viene dice todo el rato que no tengo nada y no tengo nada, pero también dice que me tome los jarabes y las pastillas y todas las medicinas.
Cuando anocheció, todos dijeron que era tarde y debían dejarme para que durmiera y que mañana estaría recuperado, y ayer dijeron que mañana estaría recuperado y anteayer y antes de anteayer, pero no llegué a estarlo y digo que tengo miedo de dormir solo para que no me haga otra vez un pájaro y me caiga y me haga daño como anteayer que había, dice, un pájaro grande amarillo que volaba dentro de nuestra casa y sostenía en sus pies un tenedor y un cuchillo y estaba listo para comer y tenía también una servilleta en el cuello para no mancharse, y yo estaba muy asustado cuando lo veía y escuchaba una voz que decía: Akis quiere ponerse grande, María quiere vivir, que no los 132


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mates, y empecé también yo a volar desde una habitación a otra y veía desde lo alto los muebles y los armarios y las luces, y como no tomé bien la curva en la cocina, topé con mi ala en un armario grande, me golpeé y me caí desde lo alto y solté unos gritos y se despertaron todos y corrieron y me encontraron en el suelo y me abrazaron y me preguntaban qué me había pasado y yo les decía que me había caído desde el techo y ellos miraban una vez al techo y otra a mí y no entendían qué quería en el techo y se santiguaron y me pusieron un termómetro y dijeron que ardía de fiebre y me pusieron toallas con agua fría en la cabeza y dijeron que dormirían a mi lado porque tenían miedo de dormir solos, y por la mañana cuando me desperté en mi cama dormía sentada mamá, papá con los zapatos y el sombrero, la tía Gazia abrazada con sus bordados y Dorotea con el trapo. Por eso dijeron que dormirían otra vez a mi lado, y papá fue a traer la tumbona, mamá dijo que dormiría a mi lado, la tía Gazia en la butaca y Dorotea en el suelo.
- Quema.
- Le soplo.
- Quema aún, te digo.
- Le soplo de nuevo.
- Pero cuanto más soplaba esta sopa, más se calentaba.
Sopló mamá, sopló la tía Gazia, sopló Dorotea. Al final se enfrió.
- Está fría.
- La calentaré.
Y Dorotea fue a calentarla de nuevo porque cómo tomármela de la manera que la enfriaron. Mamá fue a traerme la lancha motora para que jugara y comiera.
Mamá tiene ideas bonitas. Esta lancha motora se mueve con vapor. Me la compró el año pasado papá para que me pusiera bien de mis paperas. Le pones agua con el cuentagotas en un tubo que tiene por debajo y llena una 133


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cisterna que tiene por encima. Debajo de la cisterna tiene una mecha, y la enciendes y la pones en el agua y la cisterna hierve y empieza a marchar y a dar vueltas y ¡pat-pat! y cuando falta poco para que se termine el agua, hace ¡plutplut! y se para y vuelves a ponerle agua con el cuentagotas y de nuevo enciendes la mecha y empieza a dar vueltas y el ¡pat-pat-pat! Dorotea trajo la sopa que hervía y la apoyó en la mesita de noche. Trajo también el barreño de la colada grande lleno de agua y lo apoyó en mi cama. Papá vino y encendió una cerilla para poner fuego en la mecha y mantuvo la cerilla mucho tiempo y le quemó el dedo y papá dijo una en latín y la tiró, pero cayó en la manta buena de la tía y le hizo un agujero grande y salió humo y olía la casa y corrió mamá y lanzó unos gritos ¡ay, ay! ¡vamos a arder!
y se asustó Dorotea y empezó a gritar ¡fuego! ¡fuego! y sin quererlo empujó el barreño y derramó el agua y se puso todo empapado y yo también. Y entonces mamá empezó a regañar a Dorotea que había derramado el agua y a papá que había quemado la manta. Papá le regañó a mamá por haber tenido la estupenda idea de que pusieran el barreño en la cama. La tía Gazia le regañó también a mamá y a papá por haber regañado delante del niño y lo han fastidiado.
Dorotea no tenía a quién regañar y se puso a lloriquear y decía que quería irse a su pueblo. Al final, todos regañaban y gritaban en griego, en latín y turco y mejor que sucediera esto porque olvidaron la sopa y se enfrió de nuevo y no me comí el cabello de ángel con limoncito. Entonces mamá, que es muy lista, dejó las lenguas extranjeras y dijo que muy rápidamente cambiáramos las sábanas y las mantas del niño, porque decía que enfermaría más y papá cogió su sombrero y se fue y yo me divertí mucho de que se pusieran así y quise reír, pero la garganta me dolía y no reí.
Mamá dijo que no podía más y que al final enfermaría, y si enfermaba ella, entonces veríamos lo que vale y dice que qué sería de nosotros, que ella lo hace todo y mi papá no 134


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le dice ni un bravo sino que le regaña y todo el rato coge su sombrero y se va y ella me trajo todos mis soldaditos, mis avioncitos, mis cochecitos, mis cajas, mis canicas, mis botellas, los tornillos y mis cartones y los soltó en mi cama.
Después se hizo silencio. Después del silencio la tía Gazia dijo que no son cosas éstas y que no estoy tan enfermo como para que se vuelvan todos como locos y que tengo el mal de ojo y que llamará a Stazula para que echara los carbones y que me quitara el mal de ojo, pero que no se lo digan al medico y se ría, y yo digo que mejor que se lo digan para que se ría. Mamá dijo que había enfermado por no escucharla y que cuando no la escucho me pasa esto, y que si la hubiera escuchado no estaría ahora enfermo, pero así es, los niños que no escuchan a sus papás les pasa esto y lo pagan los mayores y que quien no la ha oído está perdido, por eso deben escucharla todos para que no estén perdidos y no enfermen y coman cabello de ángel y se les pongan las ventosas y beban jarabes. Y se va y viene todo el rato llena de tristeza y cuando se va no me zumban los oídos y cuando viene zumban, porque todo el rato me pregunta si me duele, si tengo frío, si me siento bien, si quiero algo, si no quiero algo, si quiero un té calentito o mi yoyó o mi tómbola o el dominó, y me arropa y me pone el termómetro y olvida mirarlo.
Por la tarde sonó el timbre y Dorotea gritó desde el balcón ¿quién es?, y cuando le dijeron ¡nosotros! corrió y abrió y llegaron las visitas a ver cómo estoy de enfermo y a decirme que me recuperase pronto. Antes que nadie entró en mi habitación mamá, y dijo ¡ssh!, por si duerme mi tesoro. Después, entró la mamá de Moisés con Moisés.
Después, entró la mamá de Filipakis con Filipakis y me preguntaron, ¿cómo estás, Akis? y los niños preguntaron, ¿qué hay de nuevo, tío? pero yo hacía como que dormía y no escuchaba a las señoras y no les contesté y a los amigos les contestaré en cuanto se vayan ellas, y entonces mi mamá 135


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les dijo qué enfermo estoy y que había enfermado porque no la escuché, como también la otra vez que me senté en la corriente y que bebí agua fría de nuestra nevera nueva, y que se la mostraría después y que nos hemos salvado con esta nevera, porque la otra que teníamos no era tan buena y la regalamos a una familia pobre, y las señoras dijeron que sus neveras son muy buenas, de las mejores, y que no tienen ninguna queja porque enfrían el agua en un plisplás y conservan la mantequilla y la carne muchos días y están como si las hubieras comprado en ese momento, son tan buenas sus neveras que ojalá salga también la nuestra tan buena, y mi mamá entonces las cogió y se fueron poco a poco para no despertarme y entraron dentro y entonces hice como que me desperté y Filipakis corrió y cerró la puerta con llave y Moisés la ventana y sacaron dos cajas de marrón glacé que me habían traído y se sentaron en mi cama y empezaron a comérselas y llenaron el suelo de gelatina. En cuanto se comieron todo, dijeron que hiciéramos intercambios y sacó Moisés un montón de futbolistas y dijo que los cambiáramos y yo también saqué los míos de debajo del colchón y le di a Kerdemelidis, a Stafilidis y a Jelmís, y él me dio los Adrianópulos. Filipakis me dio a Vasos y a Karapatís y yo le di a Delavinia y a Ferlemís y ahora yo estoy a punto de tenerlos a todos y ganaré un balón de fútbol. Después, Filipakis sacó un cuaderno gordo que tenía escrito por fuera «Sellos postales» y le dio a Moisés tres sellos de Tanganika y dos de Indochina y él le dio dos de Palestina y uno argentino, pero como uno de Palestina estaba rajado, Moisés le dijo que quiere también aquél con el salvaje ese que no sabíamos de qué estado es y Filipakis dijo, éste es raro y para dárselo quería aquel italiano con Musolini y él dijo, de acuerdo y fue a despegarlo, pero como estaba pegado con masilla se rompió y se acabó. Después, Filipakis dijo que jugáramos a la guerra y colocamos los soldaditos en el suelo y nos 136


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separamos en enemigos y empezamos los cañonazos y los torpedos y los bombardeos como en España, y entonces Moisés dijo, no es justo que yo bombardee desde la cama y mejor que baje, y yo bajé y empezamos a matarnos los soldaditos con las canicas y cuando se morían los sacábamos de la batalla y los poníamos en la bolsa. Pero Filipakis tiraba las canicas cada vez desde más cerca, casi desde arriba, y mataba a los nuestros fácilmente y cuando le dijimos que tirara desde donde tirábamos nosotros, se enfadó y empezó a tirar todas sus canicas a la vez y a decir que éstas disparan a ráfagas y que las vio en el cine, y Moisés cogió entonces la botella del jarabe y lo tiró a la caballería y los mató a todos pero se derramó el jarabe en los retales y se pegaron los marineros con los cañones y yo me preocupé y me enfadé y le cogí sus futbolistas y los rompí y él cogió los Sellos postales, y empezó a despegar los sellos y a tirarlos por la ventana y a cantar «El hijo del águila». Pero Filipakis se enfadó más y empezó a tirar mis juguetes al suelo y a pisarlos y yo entonces me enfadé todavía más y le tiré a la cabeza el ovillo de mi tía, pero él se agachó y el balón golpeó el jarrón grande de la abuela y se cayó al suelo y se hizo siete mil trocitos y Moisés se asustó mucho y se metió en mi cama y decía que está enfermo y le duele la barriga y tiene fiebre y que yo se la pegué, y Filipakis se escondió en el armario pero no podía cerrar la puerta desde dentro y decía que la cerrara yo por fuera, y yo la cerré y para mejor eché la llave y me escondí debajo de la cama y esperábamos a que llegaran las mamás a separarnos y llegaron y no podían entrar y preguntaban qué nos había pasado y quién había cerrado la puerta con llave y gritaban y decían que nos habíamos vuelto locos y al final ellas también se volverían locas y entonces Dorotea saltó desde el tragaluz y entró y dijo en silencio para que no la escucharan, desgraciados, ya veréis lo que os espera, y abrió la puerta con llave y se abalanzaron las mamás y la 137


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Kyriakos Delopulos
tía Gazia y Stazula, que había venido a quitarme el mal de ojo, y miraban para encontrarnos y no nos encontraban.
Entonces, se oyó la voz de Filipakis dentro del armario, pero puesto que estaba cerrada la puerta, su voz parecía que venía de lejos y su mamá que lo oyó, creyó que estaba abajo en el patio y se agachó para ver y le gritaba, y él gritaba pero ella no lo veía y empezó a asustarse y a santiguarse y Filipakis gritaba que iba a asfixiarse allí dentro y empezó a dar patadas y el armario empezó a moverse y mi mamá me buscaba a mí y levantó la manta y no me encontró a mí, sino a un niño desconocido, y cuando lo vio bien dijo ¡Vaya, Moisés! y pisó el jarabe y se pegaron en sus pies los cañones y los blindados y la mamá de Moisés se alarmó cuando vio a su hijo temblar y empezó a gritar y a decir que se había puesto malo también el suyo y qué va a hacer sola, ahora que no está su marido y su madre toma baños medicinales en Ipati y no tiene tampoco sirvienta, siempre se le van.
Y entonces yo grité, aquí estoy y miró mi mamá debajo de la cama y me sacó, pero yo tenía frío y tenía fiebre y dolor de cabeza y me dolía la barriga y quería hacer caca y quería mi medicina y mi sopa. Filipakis todo el rato gritaba y daba patadas al armario y éste constantemente se movía y en cuanto lo vieron moverse las señoras empezaron a gritar ¡Un ladrón! ¡un ladrón! pero Dorotea sabía quién había dentro y abrió con llave y salió Filipakis mareado de la naftalina y no podía mirar a la luz y tenía miedo que había oído que había un ladrón y preguntaba dónde está y entonces su mamá le dio una torta que fue toda suya y paró de preguntar por el ladrón y empezó a mirar de nuevo bien a la luz y entonces tuvo celos la mamá de Moisés, que se hacía el enfermo, y le da una fuerte que le dio de lleno y él empezó a llorar y a gritar, ¡mis zapatos! ¡mis zapatos!, porque se los había quitado en mi cama y no podía andar descalzo y su mamá entonces le dio también otra torta y le dijo, ¡ay de tí! porque se le cayó la cara de vergüenza por 138


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su culpa y entonces recordó dónde tenía sus zapatos y los encontró y se los puso y todo el rato lloraba.
Lloraba también Filipakis y la tía Gazia dijo, ¡qué gelatinas son éstas del suelo! y ¡qué jarabes son éstos!
y ¡qué soldaditos! y al final la mamá de Moisés cogió a Moisés y la mamá de Filipakis cogió a Filipakis, pero no los cogieron de la mano, los cogieron de la oreja y se fueron y se hizo un silencio como si no hubiera nadie en la habitación. Y entonces volvió Moisés e hizo como que había olvidado algo y lo buscaba y llegó junto a la cama y me dice silenciosamente para que no lo oyera nadie: - ¿Si te doy la fotografía nacional de Grecia me dejas darle un puñetazo a tu criada?
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EL AUTOBÚS
(Donde Vanguelakis tuvo una bonita idea y los otros niños hacían trampas)
La idea de que hiciéramos un autobús la tuvo Vanguelakis y el que diga que no la tuvo éste y la tuvo él, que lo dirá, será un mentiroso. Vanguelakis decía que cuando empiecen las vacaciones haremos un gran autobús porque tenía la manía de hacerse chófer y yo tenía la manía de hacerme cobrador y los otros niños tenían la manía de viajar para que nos alegremos porque ha terminado el colegio e iremos este año a quinto, aunque no vamos todos a quinto porque Zeoni, que es tontísima, se ha quedado en el mismo curso e irá de nuevo a cuarto. Si todavía escribe su nombre Feoni y no Zeoni. Siempre confunde la z con la f y el año pasado me escribió una carta desde Caiafa y tenía escrito abajo Tu amiga Feoni y todavía ahora lo escribe así.
Y en el sobre Caiaza.
Ayer cuando el señor director nos dio un discurso y decía qué niños tan buenos somos y que no había visto mejores, y todo el rato nos deseaba lo mejor y más, y para éste año un buen verano, que abráis de vez en cuando algún libro, no todo juego, y las maestras lloraban que nos iríamos de vacaciones y no nos verían en todo el verano, nosotros quedábamos mañana en hacer el autobús y mañana es hoy y todos nos echamos adelante para darle gusto a Vanguelakis, que cogió sus calificaciones con un cinco y al principió le sentó mal, pero después no le importaba.
Nos juntamos a jugar al autobús con las sillas del señor Jarálabos que tiene el café más bonito de la plaza y se llama «El Buen Corazón. El Antiguo Encuentro».
Este café está lleno de cuadros con aviones, hidroaviones, zepelines, globos, acorazados, una ciudad rectangular con iglesias y mezquitas y un gran cuadro encima de la estufa 141


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que representa a un señor bajo y gordo con gafas, que señala con su dedo, que tiene un anillo, a quien le mira y se llama gobernante nacional. Pero las imágenes más bonitas son las que muestran a algunos caballeros sobre los caballos y otros caballeros que se baten en duelo y a una bonita señora, a la señora Genovefa, que vivía en medio del bosque pero como hacía mucho calor no se vestía del todo y se le veía el chichi. Por eso también nosotros corremos cada dos por tres al café y pedimos agua y miramos esas imágenes bonitas. El señor Jarálabos nos quiere mucho y a mí me quiere mucho y el anís de papá lo lleva con muchas tapas porque me gusta mucho que se beba papá el anís y comerme yo sus empanadillas de queso, las patatas fritas y rodajas de salami. Además, una vez, vi a papá sacar disimuladamente un paquete liado en papel encerado y dárselo y luego, junto con el anís, el señor Jarálabos trajo un gran plato lleno de patatas fritas y albóndigas diciendo: para el señor Akis. Para mi amigo Akis. Hasta vi un día a mamá dar disimuladamente a papá, como para que yo no lo viera, pero yo lo vi, un paquete liado con papel encerado y decirle que se lo diera disimuladamente al señor Jarálabos para servirlo con su anís y yo para comerme lo que tenía dentro. Así que los mayores tienen gusto: papá y mamá creen que no me entero pero ¿a dónde van? Siempre los pillo, pero suerte que a mí me gusta comerme las patatas y las albóndigas de mamá en el café como si se las pidiéramos al señor Jarálabos.
- De dos en dos y en la mitad el pasillo, daba sus órdenes Vanguelakis que estaba hecho un perfecto chófer con la gorra de su tío el bombero.
Escogió una mesa redonda y la colocó delante del autobús que se hizo, tan alargado como un tren con tantas sillas que llevamos.
Y ya está también el volante, dijo de nuevo, y tomó asiento e hizo como que probaba las velocidades. Después, 142


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Akis y los otros
sacó de su bolsillo un pañuelo y secó su sudor y dijo, ¡uf hoy!, y del otro bolsillo unos papelillos cuadrados, y me los dio y me colocó de cobrador. Eran mis billetes y que no se enterara su papá porque había cortado sus tarjetas sin preguntarle y la mitad de los billetes tenían escrito:
y la otra mitad
PANA PAPABR Agente C Calle ka Patrás
IOTIS AKAKIS omercial rólu 177 telf. 30-62
- ¡Adentro y nos vamos! ¡adentro y nos vamos! ordenó, y se arregló la gorra. También yo empecé a dar voces y los niños empezaron a entrar, y María la primera que se acomodó en el asiento delantero porque se mareaba atrás y quería mirar por la ventana los paisajes. Los otros cogieron los asientos restantes e hicieron mucho jaleo y lo fastidiaron todo y yo no podía darles los billetes. Entraban por donde les daba la gana: por delante, por detrás, por los lados y por poco destrozan el autobús. Moisés con Zeoni se sentaron detrás para que no les dé, dijeron, el sol y para sacudirse en los baches. Algunos empezaron a cantar: ¡Abajo el libro y la gramática!
¡Ya está bien de colegio, llegó el domingo!
¡Así que no tardemos, brinco y voz!
¡Hasta que nos peguemos otra vez al taburete!
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¡A callar! El conductor alargó la voz. ¡Arrancamos! Y empezó a hacer ruidos como el motor: ¡kirkir! ¡gr! ¡nr!
¡vrs! ¡gkrvs! pero se irritó y empezó a gritar y a decir que del gran follón se estropeó el motor y no arrancaba, y bajó a ver qué ocurre. Se metió debajo de una silla y se revolcó en el suelo. Hacía con mucha seriedad unos movimientos e insultaba, vete a la porra, piérdete, al diablo y otras cosas malas. Después se levantó lleno de polvo y dijo con satisfacción: - ¡Está reparado! No era serio. Era el mango de la puerta. Y empezó de nuevo el ¡nr! ¡vrs! ¡gkrvs! y dijo, ahora arrancamos. Después sacó de algún sitio una lavativa y la estrujaba y hacía con la boca ¡fisfu! ¡papou! ¡fisfu! ¡papou!
¡fisfu! ¡papou! como un verdadero claxon. ¡Fíjate tú hoy éste Vanguelakis!
El viaje era muy bonito y todos nos divertíamos. Yo iba delante de espaldas al pasillo y las niñas cantaban. El conductor giraba la mesa una vez a la izquierda, otra a la derecha y sacaba la mano por la ventana. La izquierda cuando quería girar a la izquierda y la derecha cuando quería girar a la derecha. Después, las confundió y sacaba la mano izquierda y giraba a la derecha y después la derecha y giraba a la izquierda. Después se cansó y no sacaba ninguna. Y entonces fue cuando se enfadó Dodos y dio alaridos como hacía siempre y nos estropeaba el juego.
Empezó a refunfuñar y a decir que quería él también hacer de chófer y que no es justo que sea todo el rato Vanguelakis, y éste le decía que la idea de hacer un autobús fue suya y si quería hacerse chófer que fuera a otro café y que éste es el suyo, y las sillas son suyas y los pasajeros son suyos y el cobrador es suyo y los billetes son suyos y todo es suyo, y los árboles y las mesas y los bancos de la plaza y a quien no le guste que para para bajarle, porque se mareó y no podía conducir y tendría algún choque e iríamos todos al hospital, y todo el rato apretaba la lavativa y no paraba 144


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y Dodos se bajó en marcha diciendo que hará su propio autobús y gritaba a los otros niños para que se fueran con él a llevar sillas, y los otros no bajaban si el autobús no paraba para que no se hicieran trizas y fueran al hospital, y después empezaron a saltar chillando de miedo y algunos pedían su dinero por detrás de mí y ¿cuándo me han dado a mí dinero? Y Dodos dijo: - ¿Billetes son esos? ¡ya veréis, yo los haré con cajas de cigarros! ¡y además a las niñas las meteré gratis! Y como no había más sillas empezó a coger las nuestras y entonces empezó el follón más grande: - ¡No vas a coger ninguna! ¡nosotros las cogimos primero!
- ¿Y qué? ¿son vuestras?
- Si, son nuestras. Nosotros conocemos al señor Jarálabos.
- Nosotros también lo conocemos.
- Si, pero nosotros las cogimos primero.
- ¿Y qué si las cogisteis los primeros? dijo Dodos y cogió una mesa y la colocó de volante en la parte de atrás del autobús y empezó a girar las sillas hacia su lado y nosotros bajamos y las volvíamos a girar al nuestro y él de nuevo lo mismo y nosotros otra vez las girábamos y se hizo un gran revuelo y en un momento dice, y yo arranco y empieza ¡nr!
¡ vrs! ¡gkrvs! y a tocar el claxon ¡au-au-au-aua! y empieza también Vanguelakis con su lavativa ¡fisfu! ¡papou! ¡fisfu!
¡papou! hasta que se juntó la gente que quería sentarse y no viajar en un autobús que tenía dos volantes, uno delante, otro detrás. Muchos decían, esto no puede ser, esto no puede ser. ¿Cómo los deja Jarálabos? Y otros decían que los niños le habían dominado con su bondad.
Y ¡ea! llegó también el señor Jarálabos con la bandeja en la mano, y ya verás sillas y volantes. Empezó a gritar que nos mojaría y que no nos volvería a servir dulces de doble vainilla aunque saltemos cuanto queramos. Y en 145


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lo que respecta al agua, que no lo volvamos a pensar o, mejor dicho, que no volvamos a tener sed porque ya no tiene agua, y no empecemos lo del señor Jarálabos, ¿voy dentro a beber un poco de agua? Para que veáis el chichi de Genovefa, y sabía él pues porqué teníamos sed, que os enteréis. Lo mismo hacía también él cuando era niño.
Y decía además que nos acordaremos, como se acordaba todos los días que le habíamos hecho el café mierda y mira que ahora la gente protestaba y esperaban hartos de esperar y oía de aguas y de chichi y nos miraba de manera extraña intentando reconocer de quiénes éramos hijos.
- Adelante niños, mandó Vanguelakis. Se acabó el autobús. Va al garaje. Las sillas a su sitio.
- Ponlas tú que las juntaste y tuviste la idea, señor mío, se enfureció María, y estaba preparada para darle un empujón, una patada y morderle, como hacía cuando se enfadaba.
- Y pagamos también el billete y no nos hemos movido nada, añadió también Moisés, que le decía su papá que debe ser tacaño.
-Sí, sí, queremos nuestro dinero, dijo también Zeoni.
-Aunque digáis de poner las sillas en su sitio, entró en el jaleo también el señor Jarálabos, yo las voy a quitar. Las colocaré yo solo como a mí me gusta. Y que sepáis que no me he enfadado porque hayáis deshecho el café y se hayan quedado los clientes de pié. Me he enfadado porque ninguno de vosotros vino a decirme: señor Jarálabos, ven a que te demos una vuelta con nuestro autobús. Y desde hoy, se acabaron las alegrías. ¡Ni vainillas dobles, ni tapitas, ni uno de cereza, ni dulce de lúcumo, ni gaseosas, y me cago en vuestros padres!
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NÍSPORAS
(Donde papá las trajo contento y las pisoteó enfadado)
Papá tenía la culpa hoy, él las trajo y él preguntó en cuanto entró: - ¡Adivinad qué os he traído hoy!
Y antes de que dijéramos qué nos trajo hoy, dice: - ¡Nísporas!
Yo le digo: - Me voy a comer algunas.
Él dice: - Ahora no. Cómete la comida primero porque pueden cortarte el apetito.
Yo le digo: - ¿Y si me corta la comida el apetito y no puedo comer nísporas? Pero papá se enfadó y dice que haga lo que él dice, porque es lo correcto y lo que debe hacerse, pero yo le digo que me las como ahora que están regordetas y huelen muy bien, pero él volvió a decir qué es lo correcto y lo correcto es que me coma primero la comida, y me enfadé también yo. Y papá que no se le había pasado el enfado dice, ¡a quién habrá salido! y mamá dio un salto desde la cocina: - ¡A ti ha salido! ¿por qué preguntas?
Y papá fue a la cocina y le dijo una palabra en latín, pero la dijo con fuerza y se oyó fuera. Y yo le digo: - Ahora que dice mamá que me parezco a ti, ¿me vas a dejar comerme algunas?
él dice: -Como sea te vas a comer algunas, pero serán palizas.
Y yo que quería comer nísporas y no palizas, digo: - ¡Qué cabezota papá!
Y él dijo ¿Qué has dicho? Y yo le dije que no había dicho nada y él dice, ¿cómo que nada? ¿qué ha oído él? Y él oyó 147


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lo que dije y yo digo para mis adentros, bien se lo dije. Es cabezota con todas las de la ley y si él tuviera papá le diría también lo mismo, pero tiene suerte que no tiene papá, no como yo que tengo y no me da de comer unas pocas nísporas. Pero papá se enfadó más que al principio, que se había enfadado un poco, y cogió la bolsa con las nísporas y la puso sobre las baldosas y empezó a pisarlas, unas veces con un zapato, otras veces con el otro y gritaba: - Ahora verás. Ni nísporas, ni comida. Ni antes de la comida, ni después de la comida. Vamos a ver quién es cabezota. Así hablaba y así hacía y las nísporas ahora se habían aplastado, por un lado las pepitas, por otro lado las cáscaras y la tía que pasó dice: - ¡Míralos, qué bonito cuando juegan un papá y un hijo!
Y mamá desde la cocina dice: - ¡Primero se pelean y ahora han hecho las paces y bailan!
Pero no veía bien. Yo no bailaba. Papá bailaba y bailaba sobre las nísporas y yo estaba asustado, ahora me pisará también a mí, pero a mí no me pisó, sólo que gritaba que yo tengo la culpa, que lo irrité y él las trajo para mí pero yo con mi cabezonería lo hice todo. ¿Yo qué hice? No hice nada. Él no me dio las nísporas, él se enfadó, se enfureció y él las pisó, y ahora nadie va a comer nísporas así como las ha puesto, y dice que yo tengo la culpa de todo esto.
¿Quizás papá tiene razón?
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CELEBRA Y RECIBE
(Donde mi papá celebra su santo y vienen las visitas)
Cuando celebramos un santo, tenemos visitas y vienen los señores con las ropas buenas y más tristes y las señoras con las alegres y los conjuntos. Esto sucede sólo cuando papá celebra su santo. Mamá no celebra su santo nunca porque su nombre no tiene santo, ni la tía Gazia celebra su santo, ni Dorotea. A mí me dicen los mayores que celebro cada día. Los señores y las señoras le dicen a papá felicidades y a mamá que disfrute de él y a mí que disfrute de papá. Mamá les dice mersí, y yo les digo gracias. Dorotea va y viene con la bandeja y yo siempre doy mi buena mano, como llama mamá a mi mano derecha, y cuando no quiero dársela a las señoras malas mamá me dice, ven, que no te de vergüenza, y me hace señas y a las señoras les dice que lo hago por primera vez y que yo siempre saludo y no sabe qué me ha pasado hoy. Algunos amigos de papá le traen un regalito y él les dice, venga hombre, no tenía necesidad, y mamá va y lo deja encima de la cama con las otras corbatas, las botellas, los gemelos, los tirantes y las otras cosas que le traían, y las escribe en un pequeño cuaderno con un lápiz negro.
Yo no me lo paso bien en la celebración de papá porque todos están nerviosos y no se fijan en mí aunque me preguntan en cuanto llegan: - ¿Cuántos años tienes?
( Se lo digo ) - ¡Bravo! ¿en qué curso estás?
(Se lo digo) - ¡Bravo! ¿a quién quieres más, a papá o a mamá?
Y antes de que les hable, me dicen: - ¡Bravo!
Después me preguntan: 149


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- ¿Querrías tener una hermanita?
- ¡No!
Pero ellos no prestan atención y me vuelven a decir bravo.
Cuando llegan algunas señoras que no las trago, les saco la lengua y me tiro de las orejas y les hago burlas, y una vez la señora Jatziluluda me vio y dijo al señor Jatzilouloudas “el niño de mierda”, y mamá hizo como que no lo escuchó y dijo “la borrica”, y la señora Jatziluluda lo escuchó pero hizo como que no lo escuchó y ya veremos ¿vendrán hoy?
Nuestra puerta todo el día de la celebración la dejamos medio abierta para que entren las visitas sin tocar la aldaba, y por eso yo no corro al balcón para mirar abajo y preguntar ¿quién es? Pero yo, que estoy asustado por si llega algún ladrón o algún niño que no es amigo mío y me coge mis juguetes ahora que nuestra puerta no está cerrada, cierro con llave todos mis juguetes y mejor que los cierre con llave aunque no tenga en todo el día con qué jugar.
Cada año que papá celebra su santo, el periódico escribe su nombre pero escribe que no lo celebra: “ Hoy, la fiesta de San Spiridon, el señor (aquí escribe el nombre de mi papá), calle (aquí escribe la dirección en donde vivimos), no celebra ni recibe”. Esto es mentira y mi papá tiene razón porque dice que los periódicos últimamente escriben siempre mentiras, porque tanto celebra como recibe, y mamá ha preparado dulces y las visitas vendrán y se los comerán. El señor Thódoros, que ha venido pero no comió dulces porque dijo que no es amigo de los dulces, explicó que esto pasa porque cuantos celebran su santo ellos mismos escriben al periódico como que no lo celebran para recordárselo así a sus amigos y que vengan, porque los amigos son amigos y no creen en las mentiras que escriben los periódicos, y dijo además en silencio para que no le oyeran que el señor Pablo y la señora Antigoni, que 150


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no compran el periódico porque son tacaños, una vez lo olvidaron y no fueron a la de la señora Vaso para felicitarla, y ella y su esposo desde un montón de meses no les hablan y por eso ahora, aunque se sienten muy cerca no se hablan entre ellos y hacen como que no se conocen.
Después del señor Thódoros y la señora Stella, que vinieron los primeros, empezaron a venir muchos a la vez. Todos habían leído el periódico, excepto claro está el señor Pablo, y se acordaron de que mi papá tiene su santo.
Después de las primeras visitas vinieron los segundos que se fueron los cuartos. Los terceros se fueron los sextos. Los cuartos se fueron los quintos junto con los terceros, porque tenían muchas visitas que hacer todavía. Los sextos se pusieron de cháchara y se fueron los doceavos, junto con los décimos y novenos. Los octavos habían venido después de los novenos porque los séptimos, que normalmente vendrían antes que los octavos, se retrasaron en la entrada con los terceros que hacía tiempo que no se veían y llegaron los décimos, y yo así perdí el orden y los confundí y paré la cuenta y ahora me siento en el rincón y cuento los dulces que se comen.
Los que vienen se sientan en las sillas todo alrededor.
Habíamos traído también las sillas del comedor y se habían juntado muchas y estaban apiñadas. Cuando había muchos hombres juntos y no encontraban asiento, miraban con disimulo al pasillo y cuando quedaba libre alguna, corrían primero las señoras y después los señores y las ocupaban.
Papá presentaba los nuevos a los antiguos y decía fuerte sus nombres y a los nuevos les decía fuerte los nombres de los antiguos y todos a la vez decían mucho gusto, y una vez papá olvidó un nombre y dijo que su memoria había empezado a abandonarle y entonces le dijeron, dice eso para que le digamos que está estupendamente, señor Spiros, y qué vamos a decir nosotros..., y con esto papá se alegró muchísimo y tocó con el dedo en la puerta que era de 151


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madera porque una señora le dijo que lo hiciera así. Toda la noche sucedía esto. Llegaban. Decían me alegro mucho.
Siéntense. Se sentaban. ¿Un licorcito? Mersí. Llegó el señor y la señora Paraskevopulu, y el señor Karajaralábous les dijo, sí que nos hemos encontrado en algún sitio, y el señor Paraskevópulos le dijo, no creo, y puede que le dijera la verdad porque el señor Karajaralábous decía a todos que creía que en algún sitio se habían encontrado antes. La señora Papantoníu vino sola, ¿el marido? está enfermo.
Que sea leve. Mersí. Y se sentó junto a la señora Daís y al señor Daís que no está enfermo y comía su baklavás. Y todo el rato venían y todo el rato se iban y decían lo mismo de la misma forma y a mí me preguntaban lo mismo de la misma forma y les respondía lo mismo y todo el rato bravo y bravo. Los señores iban a la habitación de dentro y hablaban fuerte y reían y de vez en cuando se oían también algunas cosas en latín. Yo estaba en el salón con las señoras que estaban muy graciosas. Conversaban todas a la vez y cuando mamá o la tía Gazia salían, miraban con mucha atención nuestras alfombras, nuestros platos, nuestros jarrones y nuestros ceniceros y se agachaban por debajo de las sillas y la mesa. Pero mamá, la tía Gazia y Dorotea, que son muy listas, habían barrido de manera muy limpia, lo habían abrillantado todo y habían quitado bien el polvo y las señoras que se agachaban y pasaban sus dedos en todos los sitios, no habían encontrado ni una mota de polvo. Me ha dicho mamá -porque ella con sus amigas también hace lo mismo- que eso es una costumbre en las visitas.
Una señora se inclinó cerca de otra y le señaló a otra señora que estaba sentada frente a ella y le dijo algo al oído no muy fuerte, pero ella lo oyó y movió la cabeza e hizo una señal a otra, que estaba sentaba cerca del buffet, sobre aquella señora a la que le había dicho la otra algo al oído y después las tres a la vez la miraban y no decían nada hasta que ella, a quien señalaban al principio las 152


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otras y hablaban de ella, se inclinó hacia la que estaba a su lado y le dijo algo al oído como la otra y señaló a las primeras y las dos a la vez todo el rato se decían algo, y las primeras no hablaban ahora y esperaban a que mirara a otro sitio y cuando miró a otro sitio dijeron todas a la vez algo y rieron, y la primera se volvió a la parte del cuadro de anémonas y no las volvió a mirar y preguntó a mamá cómo había preparado el baklavás y mamá le prometió que le llevaría mañana la receta a la plaza. Y ahora la mitad de ellas miraban a la otra mitad y esperaban a ver qué señas harán entre ellas y no decían nada y procuraban entender qué diría cualquiera que fuera a abrir la boca para decir algo, pero ella no lo decía porque la otra esperaba mirar primero a otro sitio para decirlo. Así se hizo de repente un gran silencio y como esto no les gustó dejaron las señas y pararon los ¡sssh! ¡sssh! y empezaron de nuevo a hablar y a charlar alto y a hablar de los otros que se habían ido o no habían llegado todavía.
En un momento en el que se había hecho otra vez un silencio, una señora gorda que se había comido cuatro dulces y mamá le lió en un papel otros tres, se levantó para irse, pero volvió a sentarse porque había perdido su zapato que había puesto debajo del asiento porque se le había hinchado el pie e intentaba con el otro encontrarlo y sonreía para que no se dieran cuenta las otras de nada.
Pero ellas se habían dado cuenta y observaban con atención. Su marido la esperaba en la puerta y decía y repetía buenas noches y que se repita hasta que perdió la paciencia y le hizo una seña brusca. La señora se asustó y se agachó rápidamente debajo de su silla y encontró el zapato que había perdido. Ahora intentaba ponérselo pero era difícil porque su pie estaba hinchado y llevaba también el paquete con los tres dulces. Las otras señoras volvían la mirada al techo y observaban nuestros cuadros y las cortinas y giraban la cabeza por todas partes sin buscar 153


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nada. Entonces la gorda pidió un calzador a mamá y, hasta que lo trajo Dorotea, apoyó el zapato en la mesa junto al dulce de la señora Dulápoglu y entonces las otras señoras se agarraron la nariz y Dorotea que entró con el calzador gritó con fuerza “señora su calzador” y todas se echaron a reír a la vez, y Dorotea creyó que se burlaban de ella y empieza a llorar y a decir que es una muchacha pobre y que tiene tres hermanos mayores que alimentar porque su mamá es anciana y el gandul de su papá se escapó con aquella condenada, mal rayo le parta, y todo el rato lloraba y hablaba. Pero las buenas señoras le dijeron que no se reían de ella y le señalaron a la señora gorda y entonces Dorotea empezó a reírse mucho y a llorar de la risa. Lo escucharon también los señores y vinieron ellos también y reían sin que les dijera nadie porqué se reían. El señor de la gorda se dio cuenta de porqué se reían todos y primero paró de reír y después se puso muy colorado, y cuando vio el zapato encima de la mesa le dijo a la gorda que cateta nació y cateta morirá, y entonces la señora se quitó también el otro zapato y se fue descalza.
Atanasia vino la última y la última se fue. Athanasia era modista y todas las señoras apenas la vieron empezaron a llamarla para que se sentara junto a ellas y ella estaba siempre orgullosa porque era sabia y cuanto sabía se lo contaba a las señoras que todo el rato le preguntaban.
Atanasia iba a las casas de las señoras para coserles y se enteraba de muchas cosas y todas las señoras querían saberlas también. Cada vez que venía a nuestra casa nos cogía las tijeras y mamá al día siguiente me mandaba a su casa, que tenía escrito en la puerta “La mode de París”, para que le dijera: ¡Buenos días! de parte de mi mamá que dice, ¿Quizás se llevó nuestras tijeras por equivocación? Y ella decía, ¡uuh! un momento que vaya a mirar, aquí en algún sitio estarán, y se volvía y me las daba, y mamá en nuestra casa se ponía gallita, y decía de forma triunfal: ¿Ves? ¡lo 154


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ves! ¡digo, que esta cabra me va a quitar a mí la tijera! ¡no!
Y ahora que ha llegado, yo, para que no me mande mañana mamá a su casa y se las pida, grité en cuanto la vi: - Mamá, mamá, ¿has escondido las tijeras para que Atanasia no nos las coja de nuevo?
Y no entendí porqué mamá hizo como que no lo había escuchado y porqué Atanasia me miró con cara furiosa y por qué las otras señoras dijeron todas a la vez: ¡Ay, qué tesoro!
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¡ITALIA NOS HA DECLARADO LA GUERRA!
(Y nosotros nos fuimos al sótano)
Papá se fue para su trabajo contento porque cada lunes por la mañana está descansado y tiene buen humor y porque descubrió que su sombrero nuevo era mejor que el viejo y todo el rato decía que era un tonto por no haberse dado cuenta antes y que le daba incluso por dormir con el sombrero, tanto le gustó. Por eso, muchas veces lo llevaba en la mano para admirarlo, porque decía que cuando lo tenía en la cabeza no lo veía y debía mirarse en los espejos y en los escaparates de las tiendas, pero podía verlo alguien y burlarse de él. Mamá me perseguía alrededor de la mesa con la leche en la mano, y si me cogía me haría beberla, pero a mí que no me coge ni Lula, que me persigue en el recreo para darme un beso, no me va a coger mamá. Yo le digo que me deje bebérmela solo porque este año soy más grande y voy a quinto, pero ella dice que la engañaré y quiere dármela ella y me amenaza que si no me la bebo no me comprará zapatos Elviela que llevan todos los niños, por eso también la tía Gazia todo el rato le regaña.
Y cuando mamá le regaña, que le regaña, se levanta y se va y canta su canción preferida que habla del país donde florecen alegres naranjos y la uva se pone rojiza y nace la aceituna y este país es la tierra griega. Mamá entonces se enfada porque cree que la tía Gazia canta esta canción para molestarla y entonces la tía Gazia ríe y hace reír también a Dorotea y Dorotea me hace reír a mí y yo hago reír a mamá y reímos todos a la vez y cuando llegue papá y nos oiga se ríe él también.
Pero hoy reíamos tanto tiempo que no prestamos atención a que papá había vuelto y nos observaba. Sin reír. Estaba sudado porque había corrido y había subido la escalera deprisa y no podía tragar y tenía los ojos saltones, 157


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como si se hubiera peleado con alguien. Mamá lo vio la primera y paró de reír y le dijo que había llegado a la hora en que no me bebo la leche y debo irme para el colegio y que me diga algo para que me la beba. Pero papá no me dijo nada. Entonces, le preguntó porqué había vuelto y a ver si era día festivo y no lo sabía. Pero papá de nuevo no dijo nada. Después habló de repente y dijo que nos calláramos y que le escucháramos con atención y cuando nos quedamos quietos dijo, que nadie salga de la casa, yo que no vaya al colegio, la tía Gazia que deje los naranjos, Dorotea que cierre las puertas y las ventanas y mamá que deje de perseguirme con esa leche ridicula, porque aquí todo está fatal y vosotros con los juegos. En cuanto habló así, dejamos los juegos y las risas y nos juntamos alrededor de él y le mirábamos porque jamás antes había estado así y esperábamos a que nos dijera porqué está todo fatal.
Entonces, papá soltó una voz cansada, ronca, disgustada, furiosa y asustada, que cuando la oímos, nos pusimos también nosotros enfadados, furiosos y asustados: - ¡Italia nos ha declarado la guerra! -dijo-.
- ¿Qué?
- Italia nos ha declarado la guerra, volvió a decir.
La segunda vez lo oímos todos, y mamá dijo: ¡Dios mío! -y preguntó ¿por qué? Dorotea dijo ¡ Virgencita mía!, y preguntó ¿qué va a hacer ahora? La tía Gazia dijo una canción nueva que no tenía música: “Adelante, la batalla ha empezado, nuestro paso ligero. Huele la pólvora, la bala resuena, y su voz clamorosa a la batalla nos llama”. Y yo, sin entender cómo me vino, corrí y cogí de las manos de mamá la taza de leche y me la bebí toda. Entonces papá vino a mi lado y me tocó en el hombro y me dijo: - Akis, desde hoy te vas a hacer un hombre.
Mi mamá que lo vio así, le dijo que no se preocupara porque nuestro ejército lucharía con valentía y que caerían todos por la patria, hasta el último y que venceremos.
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Entonces mi papá hizo como que rió y le dijo que esto que dice son tonterías y de esas cosas que dicen los maestros en los colegios, y que no venceríamos así. Venceremos, le dijo, sólo si nuestros soldados hacen a los soldados del enemigo que caigan ellos por su propia patria hasta el último.
Después se volvió a mamá y le dijo que iba a correr al banco a sacar dinero. No tenemos un céntimo -dijo-, y se fue corriendo a la escalera.
- ¿Qué fue eso? ¿habéis oído? preguntó mamá que se asustó por un gran ¡bum!
- ¡Bombas! se oyó una voz en la calle. ¡Un bombardeo!
Un bombardeo...
- ¿Y eso? -preguntó Dorotea-.
- ¡Sirenas! dijo la tía Gazia. Significan alarma.
Que corra la gente a esconderse.
- ¡Dios mío! dijo mamá. Y papá está fuera... No le va a dar tiempo...
- ¿Vendrán los italianos? preguntó la tía Gazia.
- ¿Son malos, señora? preguntó Dorotea.
- No sé, dijo mamá. El señor Demartinos que tiene la pista de bicicletas es italiano. Es bueno.
- Adelante, la batalla ha empezado, nuestro paso ligero, empezó la tía Gazia y antes de decir también otra cosa de esta canción que no tiene música, Dorotea que fue a cerrar las ventanas, soltó los gritos: - ¡Señora! ¡señora! ¡doña Gazia! ¡Akis! ¡corred! ¡corred!
Corrimos todos al balcón y miramos abajo a la calle adonde señalaba Dorotea. Había hombres que corrían apresuradamente por aquí y por allí y de repente se paraban y se daban la vuelta y como daban la vuelta, otros hombres se caían sobre ellos y después todos a la vez corrían y caían encima de otros y entonces los otros empezaban a correr con los otros y caían en otros y entonces aquéllos se daban la vuelta y corrían con los otros y se producía un gran jaleo porque había muchos y todos corrían adonde corrían los 159


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otros y nadie sabía adonde corría. Y todos ellos gritaban y no distinguías lo que decían pero estaban asustados y cada dos por tres miraban hacia arriba para ver los aviones que lanzaban las bombas y cuando caía una las voces no se oían y después oías voces nuevas de otro sitio y lloriqueos.
Entonces, vimos al señor Iorgos que estaba abajo y miraba arriba y nos vio en el balcón y dice que bajemos a coger nuestro hielo porque se iba a derretir y cómo empezó el bombardeo y cómo se murieron personas y otros se hirieron y cayeron algunas casas y otras se prendieron fuego y cómo a los antiaéreos les disparan pero los aviones vuelan alto y no les alcanzan, y cómo escuchó que dentro de nada empezará el desembarco y saldrán los italianos en el muelle y nos conquistarán y no tocará la música por la noche y que debe cerrar rápidamente su heladería para ir como soldado a luchar y entonces todo irá bien, que no nos preocupemos. Nosotros observábamos a la gente y la escuchábamos que gritaba y entre las voces se distinguía una voz que gritaba mucho más y mamá la reconoció, era la de la señora Anthí que decía, vamos a morir y preguntaba si habíamos visto a su marido y que las bombas habían caído muy cerca de su casa y rompieron los cristales y se cayó el bote de guindas y se rompió y qué va a hacer ahora sin su marido y que se arrepintió que siempre le ponía verde, y cuando lo encuentre no lo volverá a insultar jamás. Mi mamá le gritó que no se inquiete y que lo encontrará y que no se preocupe porque el patrón que le había prestado para coser el camisón lo encontró y lo tiene guardado y se lo dará por la tarde en Psilalonia, y la señora Anthí que lo oyó se tranquilizó y no gritaba más. Pero entonces se oyó otro jaleo. Pasó un coche del hospital que pitó e hizo con su claxon ¡pi-pi! ¡pi-pi! y cuantos lo vieron se asustaron más y algunos se alarmaron y algunos se santiguaron y empezaron también los barcos a pitar y la gente al lado de las sirenas se quedó sorda. Las señoras lloraban y las 160


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bombas caían todavía y todos decían a los otros que corran porque todavía pueden morir e incluso quedar heridos y entonces pasó otra vez el coche del hospital que volvía y no podía pasar y salió el conductor y le regañó a la gente y la incitaba a hacer de todo y decía que tenía dentro heridos y lesionados y cuando oyó esto la gente se asustó más y nosotros mucho más y todos nos apretujamos unos con otros y nos hicimos uno y temblábamos y mirábamos a la gente por si veíamos a papá que fue a por céntimos y en lugar de a mi papá, vimos al papá de Rulis y mamá se alegró muchísimo y le preguntó si Rulis fue al colegio y él le dijo, qué colegio, señora Patrula, aquí está todo fatal, y entonces mi mamá le dijo que me bebí toda la leche de un trago porque ahora tomo leche de la Lechera y que se la dan también a Rulis por lo mismo, porque la Glaxo es para los niños pequeños, pero el papá de Rulis no le dijo nada, sólo la miraba hasta que se perdió en la calle y entonces apareció mi papá que empujaba y le empujaban y entró en la casa y estaba muy sucio y desgarrado y no tenía su sombrero ni en la cabeza ni en la mano y dijo que el banco estaba cerrado y no hizo nada. Después, dijo que bajáramos todos rápidamente, tal como estábamos, para irnos a la señora Ianopulu, porque su casa tiene sótano y su azotea es de cemento y no pueden atravesarla las bombas.
Bajamos todos cogidos de la mano y entramos entre la gente que corría y eran todos los señores, las señoras y los niños que conocíamos y no conocíamos y observamos, y no nos alegramos y empujamos y pasamos a la calle, debajo del Club y escuchamos el altavoz que había colocado el señor Mijalis y tocaba a nuestra dulce patria, la poderosa e histórica, y cuando la oyó papá, dijo una palabra muy latina y además me pareció que hizo un gesto despectivo al altavoz.
Todo el rato corríamos y oíamos las bombas, las sirenas, los antiaéreos y los buques de vapor y llegamos a la plaza y 161


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nos paramos debajo de los árboles para descansar y cuando nos levantamos de nuevo, nos paramos y no podíamos continuar por el miedo porque vimos el café del señor Jarálabos. Pero no lo vimos porque no estaba allí. Se había caído y en lugar del café había piedras revueltas, maderas, mesas, cazos de café, sillas, los cuadros con el zeppelín y los jinetes, vasos, cristales y tazas, todo revuelto y salía humo y corría agua por las tuberías y se había hecho barro.
Pero lo peor era otra cosa. Allí donde habíamos plantado nuestras flores en la fiesta del señor Jarálabos, había un gran hoyo y nuestras flores estaban arrancadas y tiradas lejos y a algunas Ies salía humo y la mayoría estaban partidas y marchitas y a mí me entraron ganas de llorar porque por la tarde que vendrán todos los niños a jugar nos pondremos tristes y más tristes se pondrán Lila, Lela y Lula.
Papá preguntó a un señor dónde está el señor Jarálabos y el señor hizo una seña rara a papá y papá no lo entendió y le volvió a preguntar y entonces el señor dijo algo a papá que lo entendió y no volvió a preguntar, sólo dijo Jarálabos..., y mamá dijo ¿por qué? y la tía Gazia intentó decir una canción, pero no le vino ninguna y Dorotea se echó a llorar. Papá me cogió en los brazos y dijo de nuevo: Akis, desde hoy te vas a hacer un hombre.
Yo entonces me asusté muchísimo porque no quería hacerme hoy un hombre. Ni quería ir al sótano. Quería a mis amigos, a Rulis, a Vanguelakis, a Moisés, a Filipakis, a Dodos, a Lila, a Lela, a Lula, a Iorgos, a Vasilis, a Ión. Y a María.
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NOSOTROS
NOTAS
Los versos que recita la tía Gazia son de Ánguelos Vlajos.
Los versos de Dorotea, de la canción rebética «María Madalena» de Spiros Peristeris, gran éxito de 1938.
La «bonita redacción» de Akis titulada «Nuestra seño», la ha escrito en español Daniel Palma Aranda, alumno de 3o de Primaria, a su manera... El original, en griego, lo escribió Pedro Delópulos, alumno de 4o curso, en 1982.
FIESTA NACIONAL
Los fragmentos del discurso del señor director son del panegírico que pronunció el escritor cuando era alumno de 7o curso en la IV Escuela masculina de Patras, el 25 de marzo de 1950.
Los versos de Iorgos y de los demás niños en la función, de poemas de Ánguelos Vlajos.
Los versos que cantan los niños al final de la fiesta, del «Himno del 4 de agosto», fecha del inicio de la dictadura de Metaxás.
EL CLUB
Los versos son de la canción popular mejicana «La cucaracha» que en el período de Entreguerras fue éxito mundial de la canción ligera.
EL AUTOBÚS
Letra de Ángelos Vlajos.


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ITALIA NOS HA DECLARADO LA GUERRA
La canción de la tía Gazia, letra de Ángelos Vlajos. La canción que se oye por el altavoz del Club, letra del «Himno de la Juventud» del dictador Metaxás.


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