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Andreas Kalvos O DA S Traducción, prólogo y notas de José Antonio Moreno Jurado
Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas


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Andreas Kalvos ODAS


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Andreas Kalvos ODAS Traducción, prólogo y notas de José Antonio Moreno Jurado
Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas Granada, 2016


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Biblioteca de Autores Clásicos Neogriegos Director: Moschos Morfakidis
DATOS DE PUBLICACIÓN
Andreas Kalvos: Odas
Traducción: José Antonio Moreno Jurado pp. 142
1. Poesía 2. Poesía Griega Moderna
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Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas C/ Gran Vía 9-2º, 18001 Granada Tel. y Fax: +34 958 22 08 74 De la traducción: José Antonio Moreno Jurado
Primera edición: 2016
ISBN: 978-84-95905-73-4
Maquetación: Jorge Lemus Pérez
Ilustración de la portada: Escena de batalla de la Guerra de Independencia de Grecia Georg Perlberg (1807-1884)
Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial de la presente obra sin la preceptiva autorización.


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Sobre Andreas Kalvos Aunque los neohelenistas españoles han incrementado, en los últimos años, las traducciones y ediciones de poetas y novelistas griegos contemporáneos, por lo general, conocemos con cierta profundidad en poesía, por razones que no vienen al caso en este momento, los nombres de Kavafis, de Elytis, de Seferis y, en menor medida, de Ritsos, sin menospreciar las recientes aportaciones de poetas de los años setenta.
En esta lenta y costosa apertura a los valores literarios de la Grecia contemporánea, considero digno, incluso sumamente atractivo, presentar en castellano la tarea creativa de la noble, aunque enigmática y huraña, figura de Andreas Kalvos, rescatado del olvido, aunque se trate de un olvido natural y fluctuante, por algunos miembros de la llamada Generación de los años 30 (Seferis, Elytis) en Grecia, sin que ello signifique que otros autores anteriores, como Palamás, no hubiesen comprendido su tarea lírica y su empeño patriótico. Sin embargo, la obra poética de Kalvos, como la concibo, debe entenderse hoy bajo dos direcciones distintas y complementarias: su papel en la historia reciente del pueblo griego y su intrínseco valor literario.
Pero, antes de abordar con cierta pulcritud esas dos direcciones, conviene, aunque sólo de manera esquemática, anotar algunos rasgos de su biografía esencial con objeto de situarlo adecuadamente en la época que le tocó vivir. Nació en la isla de Zante (Zákynthos) en 1792, en donde pasó su infancia. Su padre, inquieto comerciante, abandonó a su mujer y se instaló en Italia a donde le siguieron sus hijos, Andreas y Nikolaos. Allí completó su educación sin llegar a realizar nunca estudios sistemáticos. En Florencia, conoció al poeta Hugo Fóscolo que lo nombró su secretario, lo honró con su amistad, le proporcionó medios para vivir y abrió nuevos horizontes para el joven.
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Andreas Kalvos
La muerte de su madre, en 1815, hizo imposible el reencuentro familiar y dejó en el poeta una huella de dolor íntimo e imborrable que recogerá, de manera excepcional y emotiva, en una de sus odas: ¡Oh voz, oh madre, oh firme consuelo de mis primeros años!
¡Ojos que me regasteis de dulces lágrimas!
En 1816, marchó a Suiza con Fóscolo y, más tarde, tras una separación violenta de los dos poetas, Kalvos se instaló en Inglaterra, en donde se casó y tuvo una hija. Desgraciadamente, las dos mujeres murieron en 1820 y el poeta, al parecer, tuvo algún intento de suicidio. En el mismo año, regresa a Italia y se inicia en el llamado carbonarismo. Más tarde, se encuentra en Suiza, en donde aparecerá, ya en 1824, La Lira.
Odas de Andreas Kalvos. Tras 1821 vivió en París como periodista, pero, profundamente preocupado por la situación de su patria, regresó a Grecia, en 1826, y se instaló en Nauplio. Al poco tiempo, pasó a Corfú, se dedicó a dar clases particulares y llegó a ser profesor de la Academia de Jonia. Enemistado con otro profesor, dejó la Academia en 1852 y volvió a sus clases particulares. Su carácter huraño y altivo lo condujo a extremos insospechados: expulsa de su casa al hijo del Gobernador inglés de las Islas Jonias; renuncia a ser miembro de la Academia sólo por el hecho de que fue menos aplaudido que un enemigo suyo personal; ataca con exagerada violencia al profesor Yorgos Therianós; no quiso conocer voluntariamente al gran lírico del demótico, Dionisio Solomós, a pesar de que los dos poetas tenían amigos comunes; se viste de negro y pinta de negro los muebles y cortinas de la casa; expulsa de su escuela a los alumnos que cree que no pueden progresar, buscándose así su propia ruina económica. Finalmente, marchó de nuevo a Inglaterra, se casó por segunda vez con la directora de un colegio y murió en Luth, cerca de Londres, a los 77 años de edad, en noviembre de 1869. En 1960 sus restos fueron trasladados a Zákynthos.
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Odas
Aunque, siendo muy joven aún, concibió la esperanza de llegar a convertirse en un auténtico poeta italiano, escribió las odas en su lengua materna, el griego. Sin embargo, su obra poética es verdaderamente pequeña y sólo se limita a la producción de veinte poemas, recogidos en el título general de Odas, que cantan, salvo raras excepciones, las proezas de los que combatieron por la Independencia de 1821. Las diez primeras odas se editaron con el título de La Lira. Odas de Andreas Kalvos (Ginebra 1824) y las demás en el tomo Piezas líricas de Kalvos y Christopulos (París 1826). Más tarde, todos los poemas se recogieron en diversas ediciones entre las que destacan la de Y. Th. Zoras, Odas de Kalvos con la primera traducción francesa (1962) y la de F. María Pontani, Odas de Andreas Kalvos (Atenas, Íkaros, 1970). En castellano, contamos con los trabajos de R. Irigoyen, “Poesía neohelénica II. Andreas Calvos y C. P. Cavafis”, L´Anguilla 2 (1980), pp. 5-53, “Dos odas de Andreas Calvos”, Cuadernos hispanoamericanos 414 (1984), pp. 41-54, y de M. Castillo Didier, “El mar y la luz en las Odas de Kalvos”, Byzantion Nea Hellás 5 (1981) y, finalmente, Las Odas griegas de Andreas Kalvos. Ensayo y versión métrica completa, Santiago de Chile 1988. El número 10 de la revista Más cerca de Grecia, dirigida por Penélope Stavropulu, le dedicó en Madrid el volumen entero.
Para acercarnos a Andreas Kalvos, como a Solomós y a sus seguidores, es preciso volver los ojos, una vez más, al desarrollo de la formación del reciente Estado griego. Los griegos no perdieron nunca su sentido de ἔθνος (nación) y desde el Imperio y durante la Edad Media, se designaran a sí mismos Ρωμαίοι (romanos), con cierto espíritu religioso cristiano, o Ἕλληνες, bajo el amor nostálgico por la tradición. Pero durante los cuatro siglos de la dominación otomana, sólo a partir de 1814, bajo la influencia de la doctrina liberal-nacionalista, griegos de la diápora promovieron la creación, tanto en el exterior como en el interior, de sociedades secretas, como la Filikí Etería (Φιλικὴ Ἑταιρεία), fundamentales y activas del movimiento independentista antiturco. Con el apoyo de los fanariotas de Constantinopla, de comerciantes, de clérigos y de guerrilleros, pudieron organizarse, finalmente, los levantamientos populares.
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Andreas Kalvos
En 1821, el sacerdote D. Papaflesas subleva el Peloponeso y, en el mes de marzo, los dirigentes de los clanes de Kolokotronis y Mavromichalis levantan Morea y toman su capital, Tripolitsá. En 1822, en el llamado Congreso de Epidauro, inspirado por el movimiento romaticista, se proclama la Independencia de Grecia y se instaura una Constitución democrática. La Asamblea constituyente, apoyada por los filohelenos europeos, otorga la presidencia del Estado a Mavrokordatos, mientras algunos destacados personajes europeos, como Lord Byron, se unen a la guerra por la independencia de Grecia. La reacción turca no se hace esperar y, en este mismo año, tiene lugar la terrible matanza de Quíos. En 1824, los egipcios ocupan Creta en calidad de aliados de los turcos. Dos años más tarde, en 1826, cae la ciudad de Mesolongui, en donde muere Byron, tras una resistencia feroz y sacrificada. Por el Tratado de Londres, en 1827, Gran Bretaña, Francia y Rusia deciden intervenir en el conflicto, la flota aliada vence a la armada turco-egipcia en Navarino y se nombra gobernador de Grecia al ex ministro de Exteriores de Rusia y griego de origen, el conde Kapodistrias.
Tras el asesitato de éste, en 1830 las grandes potencias imponen una monarquía absoluta que recaerá en el príncipe bávaro Otón I de Wittelsbach.
La Guerra de la Independencia de Grecia de 1821 se nos muestra como una consecuencia más del espíritu nacionalista europeo de la época. Pero en realidad, sólo con la toma de conciencia de su propia nidentidad nacional y el sacrificio del pueblo, las alianzas entre bandas armadas (κλέφτες y ἁρματολοί) cuyos fines eran bien diferentes en principio y la colaboración de los grandes clanes, se hizo posible la victoria.
La poesía, en cambio, va más allá de los acontecimientos históricos o se ciñe, sencillamente, a ellos. Ésa es su grandeza o su servilismo. Depende, desde luego, de la habilidad que posea el autor para sobrepasar los hechos concretos y universalizarlos. Me atrevería a decir, sin equivocarme demasiado, que los poemas de Kalvos, más allá de ciertos momentos poéticos en que consiguen superar su propia servidumbre, sólo tienen sentido y vigencia dentro de ese marco histórico al que me he referido y en el que se crearon. Pero no se trata de ningún 12


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Odas
demérito. No en vano, junto a Solomós, se le viene considerando tradicionalmente poeta nacional por excelencia, de manera parecida, aunque muy diferente en el fondo, a otros poetas nacionales como Palamás o Sikelianós.
Me referí más arriba a la revalorización del poeta realizada por la Generación de 1930. En efecto, Seferis, que cita versos de Kalvos con harta frecuencia en su obra en prosa, escribió, ya en 1936, sus “Dudas en la lectura de Kalvos”, que incluyó algo más tarde en Dokimés (Alejandría 19441). El artículo de Seferis nos sorprende por dos afirmaciones concretas y puntuales. En primer lugar, porque considera que la poesía de Kalvos, en un juego verdaderamente imposible, por esencia, se encuentra más allá de las palabras, como si tales palabras, en realidad, fuesen “fantasmas” y el lector se viese obligado, por ello, a entender lo que no se dice. En segundo lugar, porque su afirmación, muy conocida y debatida por todos, de que Solomós, Kalvos y Kavafis son “tres grandes poetas muertos que no sabían griego”, nos hace poner en duda muchos de los argumentos utilizados por los manuales y las monografías sobre esos tres poetas. La verdad es que Solomós, Kalvos y Kavafis eran, al menos, bilingües y, muy posiblemente, lo que Seferis echara de menos en ellos no sería el desconocimiento de la lengua griega, sino cierta falta de fluidez interior de su lenguaje. De hecho, en la última etapa de sus vidas, Solomós y Kalvos volvieron a escribir en italiano.
Hay algo de verdad, por tanto, en la opinión de Seferis, pero no toda la verdad. Incluso es posible que Seferis sólo emitiese semejante juicio desde el punto de vista del demótico que toma como modelo para su propia creación en prosa y en verso.
Elytis, creo sinceramente, se acerca más que Seferis a la modernidad y a las técnicas expresivas de Kalvos en su artículo titulado “La verdadera fisonomía y la audacia lírica de Kalvos”. Escrito entre 1941 y 1942, se publicó por primera vez en el número dedicado por la revista Nea Estía, en la Navidad de 1946, a la figura del poeta. Se volvió a editar en la misma revista en 1960 y, hoy, se encuentra incluido en Anijtá jartiá (Atenas 1982), pp. 43-89. Aunque resulta imposible resumir en pocas líneas las matizaciones de Elytis sobre Kalvos, sus ejes principales de pensamiento son los siguientes: la personalidad 13


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Andreas Kalvos
solitaria y desafortunada del autor; la conciencia de que tiene por Madre a la Naturaleza y por Vida, a Zákynthos; la audacia lírica, para su época, de ciertas imágenes y, finalmente, su originalidad y su rebelión.
Sea como fuere, los poemas de Kalvos se atienen a dos corrientes literarias opuestas, desde una obligada perspectiva con frecuencia poco fructífera, que se engarzan entre sí admirablemente: un clasicismo entendido aquí como la vuelta a los autores clásicos, aprendida en el círculo helénico de Liborno dentro de esa aspiración de los griegos de la diáspora a mirarse en su propia tradición clásica, y un romanticismo envolvente, aprendido quizás en Fóscolo o en las propias corrientes europeas.
Su lengua, en cambio, parte del demótico y acude a términos arcaizantes con el propósito de enriquecer la lengua del pueblo, quizás por influencia también de Fóscolo.
En cuanto a la forma externa de todas sus odas, la métrica personal utilizada por Kalvos resulta inconfundible y supone, desde luego, una de sus más excelentes originalidades. Se basa, sin duda, en el decapentasílabo tradicional al que somete a un ritmo arcaizante, considerando de forma independiente los dos hemistiquios y aboliendo su rima, de manera que, así, tanto evidencia su origen griego como nos recuerda ciertos metros italianos clasicistas.
Curiosamente, K. Th. Dimarás, en su “Prólogo” a la citada edición de Pontani, asegura que existen dos “atractivos” en los poemas de Kalvos: la lengua y el verso que, vestidos de ropajes antiguos, mantienen viva la tradición popular y, después, el drama interno del poeta que se respira en su obra.
En un análisis paciente, el mundo lírico de Kalvos, además de sus imágenes visuales y sensibles, se expresa esencialmente en un núcleo reducido de palabras que, en cuanto recurrencias, nos hacen comprender fácilmente su pensamiento y sus intereses líricos: Virtud, tiranos, Libertad, esclavitud, guerra, héroes, himnos y Musas. Dicho de otra forma, Kalvos, a pesar de ocultarse a sí mismo en sus versos, puso su lírica, de forma casi exclusiva, al servicio de los ideales de la Independencia.
A nosotros, desgraciadamente, nos es imposible expresar, fingir, literariamente hablando, y plasmar en nuestra lengua 14


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Odas
todo el juego léxico de Kalvos, toda esa mezcla de palabras arcaizantes y demóticas que embellecen sus textos. Sin embargo, en la medida de lo posible, he dejado hablar con claridad al poeta y, así, además de su visión de la realidad de Grecia, debemos leer pacientemente, en ciertas pinceladas de sus versos, el drama de su vida interior. Y, aunque no podamos apreciar su lengua, al menos, nos quedan sus ideas, su atrevimiento y su sentido revolucionario.
Sevilla, enero de 1998
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O DAS


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P reámbulo ¡Oh retoños alados de la diosa Mnemosine, diestra en muchas artes, alegrías del hombre, afortunados regalos de eterna memoria de los dichosos Olímpicos! Volad rápidamente sobre las espaldas infatigables de los céfiros, mi tierra os espera. Allí, los sacrificios, las flores y el mirto enriquecen mil templos que, un día, construyeron las manos invencibles de la Libertad.
Ha llegado el momento deseado. Los laureles, inmarcesibles hojas de triunfos, adornan la respetable cabeza de Grecia.
Y vosotras, rosas de oro, con aromas de ambrosía, vosotras, rosas del paraíso del Helicón*,1tejed hoy una corona purísima, porque la Virtud, sola, sin adornos, desnuda, anunciada por ella misma, está ascendiendo a lo más inmaculado del cielo.
Mas, si las Piérides**2le regalan el brillante rayo del Sol, tendrá un honor sin envidias y, alabada, no abandonará jamás las danzas terrenales.
*
Monte de la Beocia célebre por el culto de Apolo y de las Musas.
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Epíteto de las Musas, por los montes Pieros en Macedonia donde moraban.
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Oda primera [I]
El
pat r i o ta
1 ¡Oh queridísima patria!
¡Oh admirable isla de Zante! Tú me concediste el aliento y las doradas dádivas de Apolo!
2 Acepta este himno.
Los Inmortales odian el alma y truenan sobre las cabezas de los ingratos.
3 Nunca te olvidé.
Nunca, aunque el azar me condujo lejos de ti y llevo veinte años en pueblos extranjeros.
4 Pero, afortunado o infeliz, cada vez que la luz enriquecía las montañas y las olas, siempre te tenía ante mis ojos.
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Andreas Kalvos
5 Tú, cuando la noche cubre con su oscurísimo peplo las rosas celestiales, eres la única alegría de mis sueños.
6 Un día, el Sol iluminó mis pasos por la dichosa tierra de Ausonia*.3 Allí, siempre se sonríe el aire puro.
7 Allí, es dichoso el pueblo.
Allí, bailan las muchachas del Parnaso**4y, allí, sus hojas, en libertad, coronan la lira.
8 Corren salvajes, enormes, las aguas del mar y caen y se escinden con violencia sobre las rocas de Albión.
9 Derrama en las orillas del ilustre Támesis fuerza, gloria e innumerable riqueza amaltea.
*
Antiguo nombre de la península italiana.
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Montaña de la Fócide, tambien morada de las Musas y Apolo.
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El patriota
10 Allí me llevó el soplo del aire. Me alimentaron, me cuidaron los rayos luminosos de la superdulcísima libertad.
11 Y admiré tus templos, sagrada ciudad de los celtas. ¿Qué placer de la palabra te falta? ¿Qué placer del espíritu?
12 “Salve, Ausonia. Salve tú también, Albión”, fue el saludo de la gloriosa ciudad de París; la hermosa y solitaria Zante manda en mí.
13 Los bosques de Zante y las sombrías montañas escucharon sonar un día los divinos arcos de plata de Artemisa.
14 Y, hoy, los pastores veneran los árboles y las frescas fuentes.
Por allí vagan todavía las Nereidas.
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Andreas Kalvos
15 La ola jonia fue la primera en besar el cuerpo de Cyterea*.5 Los céfiros jonios fueron los primeros en acariciar su pecho.
16 Y, cuando el cielo enciende el astro vespertino y las maderas marinas navegan, llenas de amor y ecos musicales, 17 la misma ola besa, los mismos céfiros acarician el cuerpo y el pecho de las hermosas hijas de Zante, flor de la virginidad.
18 Tu aire exhala aromas, oh queridísima patria mía, y enriquece el mar con el perfume de los dorados limones.
19 El rey de los Inmortales te regaló raíces portadoras de uvas, ligeras, purísimas, diáfanas nubes.
*
Epíteto de Afrodita basado en la leyenda de su nacimiento en la isla de Citerea.
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El patriota
20 Llueve la lámpara eterna, durante el día, en tus frutos y las lágrimas de la noche se te convierten en lirios.
21 Si la nieve caía, alguna vez, sobre tu rostro, no perduraba. Jamás marchitó tus esmeraldas la cálida constelación del Can.
22 Eres afortunada. Incluso puedo llamarte afortunadísima, porque nunca conociste el duro látigo de enemigos y de tiranos.
23 ¡Que mi destino no me conceda una tumba en tierras extrañas!
Sólo es dulce la muerte cuando nos quedamos dormidos en la patria.
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Oda segunda [II]
A la gloria
1 Se equivocaba quien llamó vana a la gloria, y al hombre enloquecido que quemó mirto ante esa divinidad.
2 Ella concede alas y, entonces, los pies del hombre vuelan por el riguroso y difícil camino de la Virtud.
3 Un alma pequeña, abominable, un abominable corazón posee quien escucha la llamada de la gloria y se acobarda.
4 Jamás ese hombre, jamás, regó con lágrimas la tumba de sus amigos, ni besó la tierra de sus allegados.
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Andreas Kalvos
5 En el profundo océano enfurecido, donde sopla con violencia y se irrita el espíritu de la amarga fortuna, 6 contempla diariamente a multitud de desgraciados, de mortales ahogándose, pero ¿quién lo escuchó quejarse alguna vez?
7 Un cálido deseo de gloria sembraste en el corazón de tus hijos, oh Grecia, y te llamas madre de héroes.
8 Como el león, al salir de la cueva, hiere, mata, disemina a una multitud de osados, cazadores árabes; 9 como rueda en el invierno el agua orgullosa del torrente y se pierden campos, pastores y animales;
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A la gloria
10 o como, al alba, se extiende Helios y se extinguen por completo los astros innumerables del inmenso Olimpo, 11 así derramó el Araxes*6 miles de batallones.
Pero tú, oh Escudo de Grecia, resplandeciste contra los Persas y los convertiste en polvo.
12 Almas ilustres de trescientos lacedemonios, almas que glorificasteis al rio Asopo y al bosque de Maratón, 13 el divino Homero regocijaba con su verso inmortal a las viudas aqueas y su misma melodía inflamaba vuestro espíritu.
14 Celos sentíais de la fama del aguerrido eácida (inmemorial, admirable celo) y derramasteis vuestra sangre por Grecia.
*
Río que recorre Armenia e Irán.
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Andreas Kalvos
15 Yo también, yo también busco la espada. ¿Quién me presta los truenos de la guerra?
¿Quién me conduce hoy a la batalla?
16 Otomano, temible y odiosa criatura de la cruel Asia, ¿a qué esperas?
¿Qué piensas? ¿Por qué no huyes de tu muerte?
17 Ha llegado el momento. Vete.
Monta en tu feroz yegua árabe.
Supera en velocidad a los vientos.
18 El laurel, árbol sagrado, germinó en el Himeto y adorna los restos ruinosos del Partenón.
19 Jóvenes, mujeres, ancianos, fieras griegas, besan, cortan las ramas, coronan sus cabezas.
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A la gloria
20 Monta, otomano, en tu yegua árabe.
Precipítate a la huida.
Las fieras griegas te persiguen.
21 Mira el resplandor de los musicales instrumentos belicosos.
Escucha el clamor de los que respiran muerte o libertad.
22 ¿Los sientes? Corred, venga, hijos de los griegos.
Ha llegado el momento de la gloria.
Imitemos a nuestros ilustres antepasados.
23 Si la gloria afila la espada, se convierte en rayo.
Si la gloria caldea el alma de los griegos, ¿quién la vencerá?
24 ¿Por qué tiemblas? Golpea a tu yegua, otomano, espoléala, huye. Fieras con aliento marcial y de gloria, te persiguen.
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Andreas Kalvos
25 Oh gloria, por tu amor, los pueblos se vuelven dignos de la patria, del honor, de la dulce libertad y de los himnos.
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Oda tercera [III]
A la muerte
1 ¿Cómo he llegado a este antiquísimo edificio, a este templo de los primeros cristianos?
¿Por qué estoy de rodillas?
2 Las grandes alas de la noche profunda, sombrías, tranquilas, heladas, cubren el mundo habitado.
3 Guarda, aquí, silencio.
Descansan las reliquias de los santos.
Guarda, aquí, silencio. No turbes el sagrado reposo de los muertos.
4 Escucho el ímpetu del viento enloquecido.
Golpea con violencia. Se abren las rajadas ventanas del templo.
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Andreas Kalvos
5 Desde el cielo, en donde navegan nubes de negras alas, la luna arroja su plata fría 6 e ilumina un mármol silencioso, helado y blanco.
La tumba contiene un incensario apagado, velas apagadas y ofrendas mortuorias.
7 ¡Oh, Todopoderosísimo!
¿Qué ocurre? ¿Qué me pasa?
Los cabellos se erizan en mi cabeza... ¡Me falta el aliento!
8 He aquí que la losa se mueve...
He aquí que, por las grietas de la tumba, sale una fina exhalación que se queda ante mí.
9 Se hace densa. Adquiere forma humana.
¿Qué eres, dime, una criatura, un fantasma de mi mente perturbada?
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A la muerte
10 ¿Eres un hombre vivo que habitas las tumbas?
¿Sonríes? Dime si has dejado el Hades o si te tuvo el Paraíso?
11 No me preguntes. No escudriñes el misterio inexpresable de la muerte. Estás viendo, ante ti, los pechos, los pechos que te amamantaron.
12 Oh hijo mío, oh hijo mío, mi querida entraña, nuestro destino es diferente y en vano intentas abrazarme.
13 Deja de llorar. Tranquiliza el dolor de tu corazón.
Si la alegría inesperada de verme humedece tus ojos, 14 sonríe, alégrate, amigo mío.
Pero, si te domina ahora la amargura, porque el Sol abandoné, consuélate.
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Andreas Kalvos
15 ¿Por qué lloras? Desconoces la situación de mi alma.
En esta tumba, mi cuerpo descansa de las fatigas.
16 Sí, la vida es un esfuerzo insoportable. Las esperanzas, los miedos, las alegrías y la miel del mundo os atormentan.
17 Aquí, nosotros, los muertos, gozamos de una paz eterna, sin miedos, sin penas, y tenemos un sueño sin ensoñaciones.
18 Vosotros, acobardados, palidecéis cuando alguien musita el nombre de la muerte.
Pero la muerte es ineludible, ineludible.
19 Sólo hay un camino y conduce a la tumba.
Por ese camino, sin combate, la necesidad empuja a los vivos con sus manos.
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A la muerte
20 Hijo mío, me viste respirar.
El Sol, en sus movimientos circulares, como una araña, me envolvía con la luz y con la muerte incesantemente.
21 El espíritu que me animaba era un soplo de Dios y subió hasta Dios.
Mi cuerpo era tierra y cayó, aquí, en la fosa.
22 Pero se está desvaneciendo el brillo de la luna. Te dejo.
Volveré a verte, sólo, cuando te falte la vida.
23 Ve con mi bendición.
No tengo más que decirte.
Lo demás se hará evidente en tu conciencia más tarde... adiós...
24 Hijo mío, adiós... ¡Espera!
No abandones a tu apenado hijo. Se desvaneció.
Y se quedan mis ojos en una oscuridad profunda.
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Andreas Kalvos
25 ¡Oh voz, oh madre, oh firme consuelo de mis primeros años!
¡Ojos que me regasteis con dulces lágrimas!
26 Y tú, boca que besé tantas veces con tan cálido amor, ¡qué abismo infinito nos separa!
27 Ay, por más infinito, por más temible que sea, en él, imperturbable, me destrozaré buscándote.
28 Ahora, ahora mis labios pueden besar las rodillas de la muerte.
Ahora puedo coronar su cráneo.
29 ¿Dónde están las rosas? Traed coronas inmarcesibles.
Dadme la lira. Cantad.
La temible enemiga se ha convertido en amigo.
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A la muerte
30 Quien abrazó la frente de tiernas mujeres ¿cómo puede sentir miedo en su corazón varonil?
31 ¿Qué hombre está en peligro? Ahora, cuando miro con valor a la muerte, sostengo el ancla de la salvación.
32 Ahora, extiendo mi mano derecha y aprieto la deshonrosa trenza de los pérfidos tiranos.
33 Pisoteo los cetros que hacen derramar sangre y lágrimas. Y quemo la pesada vara de la superstición.
34 Sobre al altar de la verdad, coloco ahora las reses del sacrificio.
Amontono incienso a manos llenas, a manos llenas.
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Andreas Kalvos
35 Como el águila vuela de una montaña a otra, así subo, yo también, los difíciles precipicios de la virtud.
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Oda cuarta [IV]
Al batallón sagrado 1 Que nunca llueva la nube. Que el viento montaraz no esparza la dichosa tierra que os cubre.
2 Que la muchacha de túnica rosa la refresque siempre*7 con sus lágrimas de plata.
Que germinen, allí, flores eternas.
3 ¡Oh nobles hijos de Grecia! ¡Almas que caísteis valientemente en combate, legión de héroes selectos, nuevo motivo de orgullo!
4 La Fortuna os arrebató el laurel de la victoria y os tejió con el mirto y con el fúnebre ciprés otra corona.
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Se refiere a la aurora, a Eos.
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Andreas Kalvos
5 Sin embargo, para quien muere por la patria, el mirto resulta inestimable y buenas, las ramas del ciprés.
6 Si, en los ojos del primer hombre, la previsora naturaleza vertió el miedo, las doradas esperanzas y el día, 7 en el inmenso rostro de la tierra, de abundantes plantas, la mirada celestial hizo aparecer de inmediato mil tumbas profundamente excavadas.
8 Muchas son oscuras, pero en algunas brilla el astro de la inmortalidad.
La divinidad concede la libre elección.
9 Griegos, hombres dignos de la patria y de los antepasados, vosotros, griegos, ¿por qué va a elegiros una tumba innoble?
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Al batallón sagrado
10 Llega el viejo resentido*,8 el enemigo de los acontecimientos y de todos los recuerdos.
Recorre el mar y la tierra entera.
11 Vierte de su cantaro las corrientes del olvido y todo lo borra.
Desaparecen las ciudades, desaparecen los reinos y los pueblos.
12 Sin embargo, cuando el Tiempo se acerque a vuestra tumba, cambiará su camino por respeto a vuestra admirable tierra.
13 Allí, cuando le entreguemos la antigua púrpura y el cetro de Grecia, todas las madres le llevarán a sus hijos.
14 Y, entre lágrimas, besarán el polvo sagrado diciendo: “Hijos, imitad al glorioso batallón, al batallón de los Héroes” *
Referencia a la Muerte.
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Oda quinta [V]
A las Musas 1 Cambiemos las cuerdas, oh dorado regalo, inmensa alegría del hijo de Latona.
Cambiemos las cuerdas de la lira jonia.
2 Gracias de pies de céfiro, traed otros hilos y, vosotras, en la madera dulce como la miel, poned una corona de jacintos.
3 El verso extiende sus alas, como el ave de Zeus, y asciende hasta el jardín celestial de las Piérides.
4 Salve, muchachas, salve, voces que enriquecéis los banquetes de los Olímpicos con las delicias de la danza y la melodía acompasada.
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00046

Andreas Kalvos
5 Cuando vosotras tocáis los nervios etéreos del laúd, las fieras y los bosques desaparecen del rostro de la vasta tierra.
6 En donde tiemblan las infinitas luces de la noche, allí arriba, se ensancha la galaxia y derrama gotas de rocío.
7 El líquido purísimo nutre las hojas y, donde el Sol dejó hierba, germinan rosas y aromas.
8 Así tiembla la lira del Helicón bajo vuestros dedos y las flores inmarcesibles de la virtud inundan los corazones.
9 No padres, sino tiranos.
No hombres ni hijos, sino cobardes e insensibles manadas intentan recorrer el ciclo de la vida.
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00047

A las Musas
10 No manos portadoras de rayos, sólo espaldas que soportan las heridas, si silenciase la doble cima del Parnaso su entraña melodiosa.
11 Impartid por siempre, vírgenes divinas, la justicia.
Conceded por siempre a los hombres sentimientos elevados.
12 Espumean los vasos de la injusticia. Innumerables opresores sedientos los beben y se llenan de embriaguez y muerte.
13 Ahora sí, brillad ahora, oh Musas, coged ahora el rayo alado, golpead en el blanco con mano certera.
14 Guardad los himnos para los justos. Conceded, sólo a ellos, la paz y las doradas coronas.
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00048

Andreas Kalvos
15 Existieron un día las nueve voces olímpicas, allí, donde bailan las niñas del día portadoras de antorchas.
16 Los círculos de los cielos sólo escuchaban la oda armoniosa inspirada por Dios y la calma ocupaba el aire inmóvil.
17 Sin embargo, cuando la sonrisa del dios de los amores cubrió el monte Citerón con el tomillo y con las cepas llenas de uvas, 18 al descender allí el adorable ritmo, se desvaneció la mirada de los dragones autóctonos, como en el alba se desvanece el sueño.
19 Sagrada cabeza del divino anciano*,9 dichosa voz que encomiaste a los magníficos hijos de la ilustre Acaya.
*
Referencia a Homero.
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00049

A las Musas
20 Tú, admirable Homero, sorprendiste a las Musas y las muchachas de Zeus depositaron en tus labios la miel primera.
21 En honor de los dioses plantaste el laurel.
Muchos siglos contemplaron la planta florida en todo su vigor.
22 ¿Por qué no habéis guardado eternamente las colmenas en el divino tronco?
¿Por qué, oh abejas inmortales, lo habéis abandonado?
23 Cuando el estruendo de las herraduras árabes llegó a la desgraciada Grecia desde los confines del Mar Rojo, 24 allí, a las aguas en donde las Horas lavan los crines de los caballos de Febo, os marchasteis entonces, justamente, oh Piérides.
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00050

Andreas Kalvos
25 Y, ahora, ponéis fin al largo destierro.
Pero ha vuelto el tiempo de la alegría y brilla libre, ahora, el monte délfico.
26 Fluye, purísima, la plata de Hipocrene*.10Grecia no está llamando hoy a las extranjeras, sino a sus propias hijas.
27 Os oigo llegar, oh Musas, y vuela contenta, vuela mi alma. Escucho los preludios de las liras.
Escucho los himnos.
*
Fuente del Helicón dedicada a Apolo y a las Musas.
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00051

Oda sexta [VI]
A Quíos
1 Como cuando el apenado caramillo cuelga de la boca de los mortales y su voz sale temblando con esfuerzo; 2 como dentro de los bosques de innumerables árboles suena al atardecer el triste soplo del viento del sur y parece un lamento de los hombres; 3 así traen las Oceánidas, a la desolada playa de la isla, las olas y sus quejas.
4 Tú ya no riegas los lácteos miembros de las vírgenes de Quíos, oh brillante corriente sagrada del Egeo.
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00052

Andreas Kalvos
5 Entonces, cuando refrescabas a la tarde y al alba los pechos no besados, triunfo de las Gracias, desdeñabas las rosas matinales.
6 Ahora, a nadie tienes. Ahora, la belleza de las vírgenes de divino aspecto sirve, mancillan, los tálamos bárbaros.
7 Allí, donde la fiesta de las Musas de Grecia encendía las hogueras y sonaba el metro sin dolor de los pies, 8 escucho tambores insultantes, orgullosos. Y veo la enseña nabatea*,11manchada de sangre, ondeando en las torres.
9 El humo enturbia la dimensión azul de los aires.
Así se ahoga la nueva profanación en la niebla de la muerte.
*
Se refiere a los turcos.
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00053

A Quíos
10 ¡Cuántos templos recibían las aladas plegarias y los dones de la fe!
¡Cuántos brotes de sabiduría!
¡Cuántas esperanzas!
11 Ay, ahora, cuántos lechos, que respiran amor, devora la llama de los bárbaros, odioso holocausto de un tirano.
12 Terribles hijas de la gimiente noche y del profundo Hades, a vosotras os invoco, a vosotras, Erinias.
13 ¿Por qué habitáis intempestivamente los reinos oscuros del sueño? ¿Por qué tardáis en romper las cadenas de los sueños?
14 Corred. Traed aquí, aquí, el ruido de las grandes alas. Mirad, os enseño el duro y cobarde corazón del tirano.
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00054

Andreas Kalvos
15 Agitad en él las antorchas.
Arrojadle una lluvia de fuego, Erinias, y lanzadle mil víboras.
16 El infame, el cuchillo...
siento escalofrío... tiemblan mis dedos... una tras otra, he destrozado todas las cuerdas.
17 ¡Oh cuellos de nuestros niños inocentes! ¡Oh respetables costados de las madres!
¡Oh cabellos de los ancianos manchados miserablemente de sangre!
18 ¿Buscáis venganza?
Vuestra voz fue escuchada.
Jamás, en la tierra, los inmortales dejan sin castigo a los malechores.
19 Si escapan a la mortífera guadaña, encontrarán veneno en los labios del himeneo y ponzoña en los vasos.
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00055

A Quíos
20 Las palmeras de Ilitía*12 se secan Pesa sobre sus corazones la oscuridad de la noche como la losa de una tumba.
21 El Sol, para ellos, no llueve luz ni alegría, sino espinas ardientes, y la tierra, arajada, les ofrece fuentes de sangre.
22 ¿A dónde me ha llevado mi dolor?
¿Qué estoy diciendo?... El único y verdadero castigo, terrible, que tendrán los desgraciados, 23 será la carencia de la dulce tranquilidad de los justos.
Que la guerra asole a Grecia antes que le sobrevenga el destino de Quíos.
24 Pero, si imita la crueldad, la ignominiosa cólera de sus enemigos, que tenga, que tenga el odio de todo el mundo.
*
Hija de Zeus y Hera que preside los partos.
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00056

Andreas Kalvos
25 ¿Qué he dicho?... Dispersad, vientos, estas palabras difamatorias. ¡Oh padre de los hombres y de los ángeles, ayuda, tú, a Grecia!
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00057

Oda séptima [VII]
A Parga
1 Oh lira, concédeme un tono serio y elevado. Toma el relámpago. Adopta un elevado pensamiento, porque cantamos una obra gloriosa.
2 Los inmortales concedieron a los hombres regalos distinguidos e inestimables: amor, virtud, un pecho misericorde.
3 Pero también el plumaje de la razón.
Como cuando el azar lleva de costado el ímpetu del carro hacia los precipicios de la vida, 4 nosotros, como el águila inmensa deja en las nubes sus estruendos y en los profundos valles espumas y rocas,
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00058

Andreas Kalvos
5 sobrevolando de la misma forma, miramos hacia atrás la larga cólera de las ruedas arrastradas por ciegas bridas.
6 Tales regalos se glorifican como ilustres, pero es más ilustre el espíritu que evita la esclavitud.
7 Parga, de alta quilla, observa los espesos olivares ondulantes. Y Ares la ama con locura.
8 Pero apenas cesaba el granizo de la guerra, tú, Deméter, le regalabas abundante oro, deseo de los Céfiros.
9 Las colmenas de Parga dejaban salir innumerables abejas que volaban, zumbando, al numeroso fruto de Baco.
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00059

A Parga
10 Era bueno y dulce el aire que bebíamos al principio, y la tierra que alimenta quedaba regada con nuestro sudor.
11 Sin embargo, ¿para quién beben el aire los esclavos?
Sin embargo, ¿para quién hunden el arado y se lamentan de tanto esfuerzo?
12 El alma varonil rechaza un bajo parecer.
El sentir fluye de la boca, con olor a ambrosía, de los inmortales.
13 El verso recorre en los simposios de la mayoría.
Un sonido de corta duración no turbó el silencio de la esclavitud.
14 Sólo vosotros que podabais los olivos de Parga, sólo vosotros os alimentasteis de la imbebible palabra inmortal, vosotros, oh valientes.
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00060

Andreas Kalvos
15 Abandonando los campos de costumbre, dejasteis el yugo y preferisteis el amargo destierro y la indigencia.
16 Pero ha amanecido el día del regreso.
Los celestiales protegen siempre a los pueblos nobles.
17 Allí, donde quemasteis, (¡piedad griega!), los restos de los antepasados, allí os volverán a llevar vuestras manos previsoras.
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00061

Oda octava [VIII]
A los agarenos 1 Únicamente un Dios resplandece en el altísimo trono y vigila las eternas e infinitas obras de sus manos.
2 Todas las naciones cuelgan de sus pies, como cuelga la aérea lluvia mientras duermen los vientos del mundo habitado.
3 Pero su voz se escucha, voz de justicia, y las almas de los malvados como gotas de sangre caen en el Hades.
4 Los espíritus de los santos son como niebla plateada que sube a las alturas y se diluye en ríos de luz y gloria.
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00062

Andreas Kalvos
5 Sólo veo a Helios detenido en el aire.
Gobierna, con una ley justa, los cielos que bailan a su alrededor.
6 Aparece en el horizonte, como idea de la alegría, e ilumina la tierra y las obras de los dolientes mortales.
7 Sin embargo, he aquí que ha dejado su cetro y se ha puesto, porque el pecho humano tiene necesidad de descanso, necesidad de sueño.
8 ¿Quién se pareció jamás a Dios?
¿Quién, a Helios?
¿Por qué diez mil tiranos exigen altares, reverencias de incienso e himnos?
9 ¡Altísimos, ellos! Más ilustres que los demás. ¡Ellos solos!
Sólo son altísimos e ilustres los justos y los benefactores de los hombres.
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00063

A los Agarenos
10 ¡Jueces como dioses! ¿Cuándo no han perseguido miserablemente, cuándo, a la virtud?¿Cuándo han conocido la misericordia y la justicia?
11 Con pies arrogantes y desdeñosos, ¿no pisotean la dorada balanza, destrozada ahora, de la recta ley?
12 Portan la guadaña insaciable. Cosechan todas las espigas que nuestro sudor hizo madurar para nuestros hijos.
13 Corre sobre la olas del temible mar, arriésgate, suspira, bebe la amarga copa del destierro.
14 Por el alimento que conseguiste con esfuerzos inexpresables, he aquí que, en las playas, se abre la boca glotona de los tiranos.
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00064

Andreas Kalvos
15 ¿Para qué abrazáis el perfumado almohadón de la boda?
¿Por qué besáis la frente sagrada de vuestros padres con tanto amor?
16 Os están llamando las trompetas y los timbales: Levantad injustas e imprudentes guerras, masacrad a pueblos inocentes.
17 Los tiranos os exigen no sólo vuestro sudor, sino también vuestra sangre.
Quizás tengan suficiente con los ríos que habéis derramado.
18 Insaciables, desean vuestro aliento. ¡Ay, si un día vuestras almas suspirasen sobre los cadáveres de los tiranos!
19 ¡Ay, ay del día en que Dios envíe un rayo de verdad y vivifique con él vuestro pecho!
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00065

A los Agarenos
20 Si alguien sigue la advertencia divina, que espere entonces la boca del cuchillo, los tormentos y los llantos de la cárcel.
21 Y, si sois así, ¿me voy a arrodillar ante vosotros?
¡Que la tierra se abra!
¡Que el rayo del cielo me lance al abismo!
22 ¡Antes, de deshonraros rodillas mías! Mi mirada es imperturbable cuando la pongo en el rostro de un tirano.
23 ¡Vosotros sois resplandecientes como Helios! Sí, veo llamas en verdad de diademas, pero sólo iluminan nuestras desgracias.
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00066


00067

Oda novena [IX]
A la libertad 1 Desgraciadas criaturas de la más desgraciada naturaleza, cuando terminamos un canto de dolor, volvemos a empezar otro.
2 Hemos sido condenados, infelices, exhaustos, a perseguir siempre la felicidad, sin llegar a encontrarla.
3 Quizás (si no alimento una vana esperanza) exista tras mi muerte una vida más dulce que me esté esperando.
4 Sin embargo, ¿por qué sembró por doquier, en el mundo habitado, la alegría y la tristeza la justa mano del padre celestial?
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00068

Andreas Kalvos
5 ¿Por qué, en este lugar de la esfera gaseosa al que me arrojó, no encuentro una sola fuente de agua cantarina que me dé su consuelo?
6 ¡Una fuente! ¿No estoy viendo las admirables y eternas aguas de la Virtud? Se vierten como un río a mi alrededor y cubren la tierra.
7 ¡Oh mortales, saciad la sed!
Si bebéis de la divina corriente, entonces que el dolor humedezca con lágrimas vuestra mesa y vuestro lecho.
8 Que venga entonces, que venga a rodearos con densas nubes oscuras y estruentosas la desgracia.
9 Una fuerza celestial concede a vuestras almas ligeras alas y levanta, brillante, vuestra frente sobre la noche.
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00069

A la libertad
10 Desde las mansiones del Olimpo fresco desciende el soplo de alegría de olivo y seca vuestras lágrimas y vuestro sudor.
11 Por donde pisáis crecen los frutos y las flores esparcen las dichosas olas del perfume.
12 Las Gracias de la Amistad y del Himeneo trenzan ricas coronas de danzas.
Tienen por altar vuestro trono y lo glorifican.
13 Si realizáis justos combates, obtendréis una tumba, una honrosa tumba, o los cantos y las ramas del triunfo.
14 La Riqueza os concederá peplos dorados y aromas, y la Sabiduría, su dulce beso, cuando la paz esté con vosotros.
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00070

Andreas Kalvos
15 ¡Oh Virtud, inestimable diosa, tú, que amabas al Citerón, no abandones hoy a esta tierra, a mi patria!
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00071

Oda décima [X]
El Océano
1 Tierra cuidada por los dioses, Grecia, madre de héroes, querida, dulce patria mía, noche de esclavitud te ha cubierto, noche de siglos.
2 Así, en el caos inmesurable de los cielos solitarios, extendió el Erebo nocturno los anchos crespones del luto.
3 Y, en la profunda oscuridad, en el espacio infinito, las luces silenciosas de los astros se mueven entristecidas.
4 Desaparecieron las ciudades.
Quedaron asolados los bosques y duerme el mar.
Y las montañas. Cesa el ruido de los seres vivos.
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00072

Andreas Kalvos
5 Toda la naturaleza se parece a los terribles reinos de la muerte. De allí jamás nos llega un sonido de himnos o lamentos.
6 Pero, he aquí que las Horas abren las cancelas matinales de los felices establos.
He aquí que salen los infatigables caballos de Helios.
7 Sus émulas herraduras, doradas, ardientes, queman los caminos del aire.
Sus brillantes crines iluminan los cielos.
8 Ahora, el alba pone al descubierto las flores en el seno delicado de la tierra. Y aparecen ahora las obras de los laboriosos hombres.
9 Los labios perfumados del día besan la frente reposada de todo el orbe. Se van los ensueños, la oscuridad,
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00073

El Océano
10 el sueño y el silencio. Y, de nuevo, los rebaños y las liras, con su alboroto, inundan los campos, el mar, los aires y las ciudades.
11 He aquí que el gran león sale a la boca de la cueva y sacude su temible cuello, con su melena, mientras ruge.
12 El águila abandona los altos precipicios.
Sus alas golpean las nubes y sus chasquidos hienden el Olimpo.
13 Una noche de muchos siglos entristeció a Grecia.
Una noche de larga esclavitud, vergüenza de los hombres o voluntad de los Inmortales.
14 La tierra, entonces, parecía un templo en ruinas, en el que los salmos callaban y dormían las hojas inmóviles de la hiedra.
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00074

Andreas Kalvos
15 Como si, en el infinito mar de los sueños, pasasen algunas almas desesperadas de los muertos, lentamente, 16 así, desde los árboles del Atos hasta las rocas de Citera, moviendo con lentitud su carro, por la calle del cielo, 17 la triforme Hécate contempla los barcos, que reman sin gloria por los golfos del Egeo, huyendo diseminados.
18 Tú, entonces, oh brillantísima hija de Zeus, único consuelo del mundo, te has acordado de mi tierra, oh Libertad.
19 Llegó la diosa. Descendió hasta las playas famosas de Quíos. De pie, extendió sus manos y, llorando, dice lo siguiente:
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00075

El Océano
20 “Océano, padre de los coros inmortales, escucha mi voz y cumple el inmenso deseo de mi alma.
21 Yo tenía un glorioso trono en Grecia. Hace mucho tiempo que lo poseen los tiranos.
Tú, hoy, ayúdame.
Devuélveme el trono.
22 Cuando me voy de los insensatos mortales, me reciben tus brazos paternales.
Toda mi esperanza se fundamenta en tu amor”.
23 Dijo. E, inmediatamente, sobre las corrientes del Océano se derramó el prodigioso resplandor iluminando las húmedas y divinas espaldas.
24 Las olas resplandecen como los cielos y, sin nubes, se ilumina el Sol sereno mostrando las innumerables islas del Egeo.
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00076

Andreas Kalvos
25 ¡Atiende ahora! Como un viento impetuoso en los bosques se levanta el grito de guerra.
¡Escucha los “Venga, venga” de los barcos!
26 Abierto por mil proas arroja espumas el mar.
Las anclas aladas se extienden libres por el aire.
27 Así vuela por el lago la multitud matutina de las abejas, cuando sopla el dulce aliento de la primavera.
28 Así pasean por la arena los leones en busca del rebaño, cuando sienten el calor de sus garras.
29 Así, si las águilas escuchan la fuerza de las alas, desdeñan con orgullo el violento golpe de los rayos.
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00077

El Océano
30 Vástagos amados del Océano, valientes, verdaderos hijos de Grecia y abanderados de la Libertad, 31 salve a vosotros, orgullo de los admirables (Spetses, Hidra, Psará) escollos, en donde no ancló jamás el miedo al peligro.
32 ¡Buen viaje! Lanzaos, valientes, contra las naves reunidas. Diseminad la escuadra. Quemad la escuadra de los bárbaros.
33 Desdeñad la cobarde multitud de vuestros enemigos.
El triunfo corona siempre la cabellera de quienes se arriesgan por la patria.
34 ¡Oh mano celestial!
Te veo gobernando temibles timones.
He aquí que incluso vuelan las proas de los héroes.
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00078

Andreas Kalvos
35 He aquí que combaten, que destrozan las torres marinas de infinitos enemigos: barcos, marineros, velas, mástiles, devorados por las llamas.
36 Y el mar engulle sus restos. ¡Oh lira, canta la victoria! Si los héroes son gloriosos, la divinidad ama los himnos.
37 Soberbio otomano, ¿dónde estás? Reúne y trae, necio, una nueva escuadra, Los griegos quieren alcanzar nuevos laureles.
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00079

Oda undécima [XI]
La musa británica 1 Cuando las olas de Poseidón alejan al altivo marinero de su isla paterna, antes de llegar la noche, 2 con el alma dolorida, de pie, en la popa, mira sobre el mar la extendida calma y la oscuridad vespertina, 3 mira las queridísmas montañas y los campos de su dulce patria, dorados aún por el Sol… 4 Pero el último rayo de luz del brillante rey de los aires se ha hundido ya en las aguas profundas y sombrías del ocaso.
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00080

Andreas Kalvos
5 Y he aquí que cambia, que ennegrece la espalda de la isla, como el rostro de una joven virgen huérfana, bajo la húmeda nube de la desdicha.
6 Si el marinero levanta entonces sus dolientes ojos, ve sobre su tierra, en su cénit y temblando, al astro primero.
7 Así, cuando el hombre pierde la luz y queda cubierto por la dichosa oscuridad, vemos amanecer sobre él al astro de la esperanza.
8 ¡Oh Byron! ¡Oh espíritu magnífico de las islas británicas, hijo de las Musas y amigo desdichado de Grecia, la de hermosa corona.
9 Las rosas de Higeia*,13 trenzadas con las hojas del místico Helicón, adornaban ayer espléndidamente tu cabeza.
*
Diosa de la salud considerada generalmente hija de Asclepio.
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00081

La musa británica
10 Ayer, el Sol atravesaba su camino celeste y, al derramar sus más brillantes rayos, hacía resplandecer tu frente como la de un inmortal.
11 Hoy yaces, como yace arrancado por el violento soplo de los duros vientos el fértil olivo de numerosas ramas.
12 Hoy yaces, oh Byron.
¿Dónde tus inspirados versos?
¿Dónde están ahora tus palabras aladas y medidas, oh cisne de la fuente Castalia?
13 ¡Alientos del Paraíso, soplad milagrosamente!
¡Levanta, Byron, y expulsa de ti ese sueño prematuro y fatal!
14 He aquí que las poderosas naciones de Europa, cultivadora de las Musas, esperan aún, desean aún escuchar tu voz.
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00082

Andreas Kalvos
15 He aquí que Grecia te ha honrado no con la dorada diadema que incendia las sienes de los ociosos monarcas o de los tiranos, 16 sino con otra corona, con un glorioso e inestimable traje, digno del pensamiento justo, digno de un hombre valiente y amante de la libertad.
17 Una corona de ramas eternas e inmarcesibles, que brillan no para los poetas que hacen resonar la cuerda solitaria de la adulación, 18 sino para ti, audaz sirviente de las vírgenes del Helicón. Las Musas besan tu mano inmaculada y tu elevado espíritu.
19 Grecia, reconociéndote como un amigo magnánimo, quiere coronarte como su consuelo, su benefactor.
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00083

La musa británica
20 Levántate, Byron... amigo, levántate... Acepta, gran hombre, acepta el regalo, canta los triunfos de la Cruz y de Grecia.
21 ¡Ah! Las esperanzas de los mortales se diluyen como los ligeros sueños de un niño. Se desvanecen como un fino proyectil en el fondo infinito del mar.
22 Byron yace como un lirio bajo la pesada cubierta de la infeliz noche. ¡Oh pena, el eterno destino de la muerte lo ha cubierto!
23 Como hombre, lloro al hombre por la ley de la naturaleza.
No se vierten en vano las lágrimas sobre la tumba de los hombres de honor.
24 Porque, aunque caiga el cuerpo marcesible, el espíritu inmaterial y la fama de los buenos vencerán, como la verdad, el futuro perdurable.
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00084

Andreas Kalvos
25 Aunque, separada, brille su lira como meteoro sobre la piedra délfica, es el orgullo de los ingleses y la alegría de los descendientes de Agenor*.14 26 Nosotros, sin embargo, nos hemos quedado solos. El canto fúnebre cuida las tristezas y conduce, hacia la emulación de la virtud, la semilla que aspira a la gloria del hombre.
*
Padre de Europa que al ser raptada por Zeus envió en su busca a sus tres hijos.
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00085

Oda duodécima [XII]
A Psará*15
1 Encantadora y dulce hija de Hiperión, oh párpados de oro, qué bien recibida y qué agradable reluces, oh día.
2 ¿Qué importa si el hombre es esclavo o libre?
Que viva únicamente, puesto que la tierra es un paraíso y la vida es una.
3 Venid a donde los dedos perfumados de Cipris**16 miman las cuerdas y la tierna cítara fascina al mundo.
4 Corred vosotros, oh despreocupadas multitudes de pueblos. Coged, jóvenes y vírgenes, el ánfora de Baco, enorme y dulce como la miel.
*
Isla del norte del Egeo.
Epíteto de Afrodita por haber nacido en Chipre.
**
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00086

Andreas Kalvos
5 Con túnicas de Sidón, con sandalias de ataduras de oro, bailando, cantad la estrofa lesbia o el canto melio.
6 ¡Basta ahora de convites!
¡Basta de bailes y cantos!
Si cada placer ama la medida, refugiémonos en otro regocijo.
7 Venid aquí, bajo los frescos cedros de infinitas hojas.
Demos descanso a nuestros cuerpos y tengamos por lecho a las flores.
8 Un beso... otro...
Corre, amor, extiende tus alas eternas, cubre el misterio de tu fiesta.
9 Como brilla Iris, la de veloces pies, y lentamente se marcha con los céfiros, así se nos van a nosotros los días sin pena alguna.
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00087

A Psará
10 Desvergonzadas reflexiones de viles hombres.
Himnos de locura, versos de las Erinias que huisteis de los dientes del Hades.
11 Si germinase el cetro de la justicia, si un soplo de filantropía alentase en el corazón de los reyes, 12 si la virtud y la ley en libertad se venerasen sinceramente como santas riquezas, entonces la tierra, cual paraíso, produciría rosas.
13 Pero la vida, incluso entonces, no sería, para el hombre que mira las estrellas, más que el preámbulo de la inmortalidad.
14 He aquí las perturbadas olas del mar. He aquí, he aquí las ásperas piedras de la irreprochable y justísima Psará.
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00088

Andreas Kalvos
15 Ahí, ninguna cítara corrompida, ni bacanales, ni alboroto de las Ménades, ni los juegos del Amor turban el pensamiento.
16 Sin embargo, como se encienden, en las noches estivales, los rápidos y frecuentes relámpagos olímpicos que deslumbran a los caminantes, 17 así las tiradas al montón vainas cubren la tierra y las rocas y el intrépido Ares, el que combate con hierro, 18 mueve la isla. Mil instrumentos guerreros de bronce resuenan. Innumerables lenguas de espadas brillan en el aire y se agitan.
19 Un clamor se levanta, un único deseo, y, como rayo de luz celestial, como llama en un bosque oreado, incendia los corazones.
88


00089

A Psará
20 “Es el combate sagrado por los padres y los hijos, por las mujeres, por la patria y por toda Grecia.
21 ¡Luz consoladora del día, adiós para siempre!
Y a vosotras, que alegráis con voces de dulces sueños a los hijos de la tierra, 22 adiós, esperanzas. Ha llegado la soberbia semilla de Agar.
Ha descendido a las orillas de Psará entre grandes alaridos.
23 Oh patria, acepta el voluntario sacrificio”... Destellea.
Se escucha el seísmo de la guerra.
Bajo tumba prominente duermen los héroes.
24 La Libertad, de pie sobre inmensas ruinas, ofrece dos coronas: una de hojas de la tierra y otra, de estrellas.
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00090


00091

Oda décimo tercera [XIII]
Los volcanes
1 Verdes, aromáticas islas del Mar Egeo, dichosas tierras en donde habitan siempre la alegría y la paz.
2 ¿Qué fue de vuestras admirables muchachas que tenían almas como llamas, labios como refrescantes rosas y cuellos como leche?
3 En vuestros ricos jardines, florecen en vano albahaca y lirios. Solitarios, ni siquiera existe una mano que los riegue.
4 Vuestros bosques y valles, en los que resonaban las voces de los cazadores, guardan silencio.
Allí, sólo ladran ahora perros sin dueños.
91


00092

Andreas Kalvos
5 Los caballos corren, entre las vides, sin bridas, en libertad, y, en sus lomos, sólo se sienta el espíritu de los vientos.
6 A la playa descienden, sin miedo, desde las nubes celestiales, gritando, las gaviotas y los halcones.
7 Veo, grabadas en la arena, profundas huellas de niños y hombres vivos.
Pero ¿dónde están los hombres?
¿Dónde, los niños?
8 A mi alrededor percibo una visión triste y horrible.
¿De quiénes son los cuerpos que navegan sobre las olas?
¿De quiénes, las cabezas?
9 ¿Por qué salíis, rayos del Sol matutinos?
¿Acaso al ojo de los celestiales le gusta ver las obras de los bandidos?
92


00093

Los volcanes
10 Creador del mundo, padre de los desgraciados mortales, si buscas la muerte de todo nuestro linaje, si así lo quieres, 11 mis rodillas he aquí caen, ante ti. Mi soberbia cabeza, que se erguía ante los reyes, toca la tierra.
12 He aquí que todos los piadosos griegos se inclinan. Ordena que caigan sobre nosotros las llamas de tu cólera, si tú lo quieres.
13 Eres, sin embargo, misericorde y te pido ayuda...
Veo, destruida en el mar, veo la alada flota de los feroces bárbaros.
14 Mira cómo dora el Sol sus velas. Mira cómo, temblando, brilla el mar por el resplandor de las espadas.
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00094

Andreas Kalvos
15 Se derrama por las popas, llenando el aire, el alboroto de innumerables timbales y salen, desde el fragor, estos cantos: 16 “Nuestros cuchillos gotean la sangre impura de los cristianos.
Antes de que se coagule, venid, venid a lavarlos en otra sangre nueva.
17 Vamos a calentar nuestras manos en las entrañas de cuantos ofrecen sacrificios a la cruz y veneran las imágenes de los santos.
18 Venid, venid, si el cansancio nos vence, encontraremos el descanso si nos sentamos sobre montones de cadáveres.
19 Las rosas de Grecia, teñidas con su sangre, serán el más tierno regalo para nuestras mujeres y una acción digna de los héroes”.
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00095

Los volcanes
20 Vástagos crueles y cobardes de la vil Asia, una acción de héroes, sí, seguramente.
¿Quién lo duda? Ése es vuestro trofeo.
21 Una acción de héroes es degollar a débiles niños.
Una acción de héroes es ahogar a tiernas mujeres y a ancianos.
22 He aquí que otras islas esperan también vuestra furia.
Y otras ciudades. Y la tierra firme con ruido de mar, habitada por pueblos inocentes.
23 A vosotros, rebaños de héroes, nos os bastan Quíos y Chipre.
No os bastan los hogares de Kydonias*,17ni de Kasos y de Creta.
24 Vamos, no dejéis vivo a nadie. ¡Que las aguas del Egeo, teñidas de sangre, lleven sus olas llenas de cadáveres!
*
Ciudad costera del Asia Menor frente a la isla de Lesbos (actual Ayvalik).
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00096

Andreas Kalvos
25 ¡Oh Griegos, oh almas divinas, que, en los grandes peligros, evidenciáis un vigor incansable y una naturaleza elevada!
26 ¿Por qué no sale corriendo ahora ninguna de vosotras?
¿Por qué no os arrojáis contra los barcos enemigos que navegan?
27 ¿Por qué? ¿Por qué no arrostráis salvar la corona de la desgraciada patria de las manos infieles de tales bandidos?
28 Aunque son innumerables y de temible aspecto, un griego solo, un hombre valeroso, puede diseminarlos.
29 Quien desee el laurel inmortal de la gloria, quien llore por su pueblo, quien tenga mente y corazón para la batalla,
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00097

Los volcanes
30 que salga. Ahí veo llegar, veloces, como las alas extendidas de las grullas, dos barcos muy negros y temibles.
31 Cesa, entretanto, el alboroto de los instrumentos musicales.
Cesan las canciones agarenas y los arrogantes versos blasfemos.
32 Sólo escucho el soplo del viento que, al pasar entre los mástiles y rajado entre las cuerdas, silba violentamente.
33 Sólo escucho el mar que, como un río inmenso que golpeara en las rocas, zumba alrededor de los barcos.
34 He aquí que los gritos, el miedo, el estrépito y la confusión se levantan por doquier y extienden innumerables velas para salir huyendo.
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00098

Andreas Kalvos
35 El miedo estrecha, estrecha el mar.
Un barco cae sobre otro y se quiebran. Se ahogan los marineros.
36 ¡Oh! ¡Qué pronto se ha perdido de mis ojos la escuadra!
Sólo veo ahora humos y llamas que llegan a los cielos.
37 He aquí que, del incendio marino, salen vencedores y salvos, de nuevo, los dos oscuros y admirables proas.
38 Vuelan, se alejan.
Hundidos en la dimensión del aire, se vuelven invisibles.
Al navegar, entonaban un canto que escuchó todo el mundo.
39 “¡Kanaris! ”. Y las grutas de la tierra retumbaban: “¡Kanaris!”.
Y los instrumentos musicales de los siglos cantarán quizás para siempre: “¡Kanaris!”.
* 18
* Célebre incendiario marino en la Guerra de la Independencia de 1821.
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00099

Oda décimo cuarta [XIV]
A Samos
1 Cuantos sientan la pesada y broncínea mano del miedo, que soporten el yugo de la esclavitud.
Virtud y audacia precisa la libertad.
2 Ella (el mito oculta la verdad al pensamiento) dio alas a Ícaro. Aunque el alado cayese y se ahogase hundido en el mar.
3 Mas cayó desde las alturas y murió siendo libre.
Si te conviertes en la víctima deshonrada de un tirano, considera horrible tu tumba.
4 Musa, bien conoces el mar de Icaria. Allí están Patmos, Korassías*19y Kálymnos que alimenta las abejas con flores sin libar.
*
Grupo de pequeñas islas del Dodecaneso.
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00100

Andreas Kalvos
5 Ahí está la isla del áloe y la afortunada Cos, que regaló al mundo a Apeles y al inmortal Hipócrates.
6 Ahí está Samos, miedo terrible de la tierra de Asia.
Muchacha de la lira, trenza para ella la corona eterna de los himnos.
7 Allí, recuerdas, llenaste la festiva crátera del divino Anacreonte y tendiste para el anciano un fresco lecho de rosas.
8 Allí, enseñaste a los dedos de Homero a correr en armonía con el canto, cuando narraba los hechos de los dioses y los héroes.
9 Allí, le inspirabas sus dorados cantos épicos y, por él, se rajaron las nubes y apareció la armonía de los astros.
100


00101

A Samos
10 Oh morada de los céfiros, cuando, en otro lugar, los rayos del Sol incendian las montañas o la noche de invierno ciega las fuentes, 11 tú mantienes tu pecho en flor, tu cielo, festivo, y de tus árboles cuelga siempre una enorme abundancia de frutos.
12 Como, antes de anochecer, en el éter azulado aparece solo, brillante y dulce, el astro de Afrodita, 13 como resplandece en su frescor el orgulloso mirto cargado de flores cuando el alba de cinturón dorado lo saluda, 14 así la barca, al golpear las olas del mar de Icaria, te ve entre las islas espléndida, altísima, y se regocija.
101


00102

Andreas Kalvos
15 ¿Qué fue de los días en que las artes, coronadas, bailaban en las cimas del arbolado Kerketeus?*20 16 Vuelven, oh isla dichosa, vuelven otra vez.
Lo preconizan tus fogosas grutas, de los que salen diez innumerables cuchillos.
17 Como las avispas se aglomeran ante los escasos despojos de un ciervo despedazado o de un toro convertido en cena de una leona, 18 pero, al rugir de improviso, salen corriendo, dejan el deseado alimento y van a esconderse bajo los árboles y las peñas, 19 así, en las playas asiáticas, veo amontonarse una ingente multitud de agarenos. Pero resulta inútil.
*
Volcán extinto en la isla de Samos, donde se encuentra la Cueva de Pitágoras.
102


00103

A Samos
20 La trompeta de inmensa voz grita: “¡Los de Samos!¡Los de Samos!”.
Y he aquí que se ponen a temblar las piernas de innumerables hombres y de caballos asustados.
21 “Los de Samos”, y quedaron diseminadas las falanges de los infieles.
Ah, cobardes, ¿por qué no os quedáis a ver si corta el filo de nuestra espada?
22 Vuelven, Samos, vuelven otra vez los días de la alegría.
Lo preconizan muchos y admirables triunfos que te glorifican.
23 Que seas feliz, isla brillante.
Te contemplé cuando la esclavitud te hacía sufrir. Ojala llegara a besar tu sagrada tierra cuando sea libre.
24 Si nos empeñamos en volver a poseerla con sudor y sangre, será bueno el orgullo de la antigua gloria.
103


00104


00105

Oda décimo quinta [XV]
A Suli*21
1 Sopla fuerte el viento y el bosque de Selas**22 ondea. Llegan de muy lejos hasta aquí, en donde estoy, metros musicales.
2 No son versos de pastores despreocupados, ni de bodas, ni de jóvenes mujeres y hombres en sus fiestas, ni de sacerdotes.
3 Otra resplandeciente fiesta se celebra hoy en Grecia. Baila el ángel de la guerra repartiendo laureles.
*
Región montañosa del Epiro que destacó en la Guerra de Independencia.
**
Nombre antiguo que Kalvos utiliza para referirse a Suli.
105


00106

Andreas Kalvos
4 Famosas y altas rocas, montañas de Las Cuatro Aldeas*,23 desde vosotras descienden muchos hombres poderosos e indomables.
5 Cada mano, una rama.
Cada cabeza trae una corona. De roca en roca saltan entonando una canción de guerra.
6 “Los valientes detestan una vida larga y oscura.
Prefieren un nombre inmortal y una honrosa tumba en vez de un lecho”.
7 Así gritaban. A un mismo tiempo resonaban las armas y las cuevas... ¡Oh, no escucho más que el viento y los torrentes!
8 Tú, soldado, que vas corriendo, espera. Dime, sin que te alcance el proyectil del enemigo, a dónde se han marchado tus compañeros.
*
Según la tradición, Suli se formó por el agrupamiento de Cuatro Aldeas.
106


00107

A Suli
9 “No hay tiempo. Si tienes ligeros los pies y el pecho, sígueme.
Corre tú también conmigo.
No tenemos tiempo”.
10 Reconozco tu voz.
Condúceme. Las rocas se escapan ahora, mil veces, bajo las pisadas.
Quedan atrás cuevas y árboles.
11 Anchas aguas de los ríos, profundos barrancos, solitarios senderos, bosques, montañas, tierras de cultivo quedan atrás.
12 He aquí Karpenisi.
Aquí, desde la altura en que me encuentro, veo escondido un regimiento de héroes coronados.
13 Y, enfrente, los vástagos de Osmán, sin orden alguno, aunque diviso millares y millares de infantes y jinetes entremezclados.
107


00108

Andreas Kalvos
14 Como, en una tierra en fiestas, acude una inmensa muchedumbre, se oyen los chasquidos de los instrumentos y el ruido y las voces de los hombres que se sienten alegres, 15 así pueden oírse también, en el ejército de los bárbaros, gritos, golpes y tambores.
Sin embargo, la muerte, de pie, los mira sin temblar.
16 Entretanto, la luz del día se ha vuelto invisible.
¡Cubre los cielos con tu terrible manto, noche sagrada!
17 Madre de elevados sentimientos, colaboradora de las almas más audaces, noche celestial, compañera de la justicia.
18 Por ti son castigados con frecuencia pueblos insensatos, pródigos.
Incluso conviertes a menudo el cinturón dorado de los tiranos en cenizas.
108


00109

A Suli
19 Vierte ahora, aquí, tu más densa oscuridad. Que un hombre no vea a otro hombre.
Que no descubra un ojo una mano armada.
20 Que cree el agitado aliento de los enemigos de mi patria terribles gigantes y que imagine cuchillos por doquier.
21 Escucho, escucho el ruido de la batalla que comienza.
Así truena, sordamente, el mar cuando se arroja sobre los peñascos.
22 Así clama el bosque cuando el viento lo azota con dureza desde las nubes.
Las hojas secas se escapan en el aire.
23 He ahí, el ruido de las espadas se escucha ahora con claridad.
He ahí, caen, como rayos celestes, numerosos e inesperados proyectiles de muerte.
109


00110

Andreas Kalvos
24 He ahí, por doquier se levantan al unísono las voces de los vencedores y los vencidos, terrible y temible armonía.
25 Oh ángeles, que sois guardianes de los justos, salvad a los hijos de Selas y a Bótsaris*,24 por Grecia.
26 La batalla cesó totalmente.
Se va también la noche.
He aquí que las estrellas palidecen y los puros campos del éter se vuelven blancos.
27 Densas, densas como niebla pasan ante mí millares de almas.
Todavía sus manos chorrean sangre.
28 Malvados, habían cogido la Cruz enemiga. Y el ángel los conduce. En su frente brilla el castigo, espada en mano.
*
Uno de los clanes de Suli que destacaron en las luchas por la Independencia.
110


00111

A Suli
29 He aquí vuelan por decenas los espíritus ligeros de los griegos.
Centellean como los rayos del primer Sol.
30 El ángel alado que los conduce lleva una cruz y unas palmas.
Suben cantando por encima de las nubes.
31 ¡Salve, almas de los mártires!
Ojalá imitara vuestra virtud en este mundo y llevara mi lira para cantar con vosotros.
111


00112


00113

Oda décimo sexta [XVI]
Los buenos deseos
1 Sería mejor que las olas furiosas del mar ahogasen a mi patria, como una barca sola y desesperada.
2 Sería mejor que, en tierra firme y en las islas, viese una llama extendida por doquier que devorase ciudades, bosques, pueblos y esperanzas.
3 Sería mejor, mejor, que los griegos corriesen, diseminados, por el mundo pidiendo pan con manos tendidas.
4 Mejor que tener protectores.
Nunca me deslumbraron las riquezas ni los grandes nombres.
Nunca me deslumbraron los rayos de los cetros.
113


00114

Andreas Kalvos
5 Si, cuando muere un rey malvado, la noche apagase una estrella, quedasen pocas luces celestiales.
6 La mano que ofrecéis, como señal de protección a una nación extranjera, ahogó y ahoga a vuestros pueblos antes y ahora.
7 ¡Cuántos padres dan besos, en vez de pan, a sus hijos hambrientos, mientras brillan en vuestros labios copas de oro!
8 Cuando llamáis bajo vuestro poder a jóvenes pueblos, queréis que os paguen suntuosamente con nuevos sudores.
9 Las espadas que protegen vuestros temblorosos reinos, las espadas que asustan a la virtud y degollan a sus servidores.
114


00115

Los buenos deseos
10 Necesitáis enormes tesoros para comprar aplausos de manos, lisonjas y la infiel incensación de las adulaciones.
11 Nosotros luchamos valientemente por la cruz, pero vosotros habéis ayudado a escondidas a los que combaten contra la cruz y la verdad.
12 Para cimentar la tiranía honráis a la cruz en vuestras ciudades, pero combatís contra ella en Grecia.
13 ¡Y, ahora, extendéis vuestras manos para protegernos!
¡Retiradlas!
Dios lo ve y resplandece contra los astutos.
14 Sólo cuando los vientos zarandean al árbol joven necesita ayuda, pero, ahora, se fortaleció y le basta su vigor.
115


00116

Andreas Kalvos
15 Griegos, empuñad con fuerza las espadas. Levantad los ojos.
He aquí que Dios, en los cielos, será vuestro único protector.
16 Y, si Dios y las armas nos faltan, será mejor que las feroces yeguas de los turcos vuelvan a relinchar en el Citerón, 17 antes que... ¡Ay! Cuanto más ciega y cruel es la tiranía tanto más se abren velozmente las puertas de la salvación.
18 No me ciega pasión alguna. Yo toco mi lira y me quedo de pie junto a la boca abierta de mi tumba.
116


00117

Oda décimo séptima [XVII]
El espectro
1 Se ensombrece mi espíritu.
La tierra se inclina bajo mis pies.
Corro involuntariamente como desde la cima de una montaña hasta un valle.
2 Me arrastra la suerte. Oh, cuánta noche y cuánto miedo se condensa aquí, en donde caigo y entro. ¿Es una cueva o la hendidura del Hades?
3 Los vientos se han desatado.
Impetuosos, impetuosos se derraman aquí adentro, como ríos enfurecidos por inmensas nubes invernales.
4 En el clamor, se levantan voces continuas e insignificantes, como lejanos suspiros en el mar de millares de hombres que se ahogan.
117


00118

Andreas Kalvos
5 Veo en lo profundo una chispa.
Se acerca. Crece.
Se ha tendido ante mí como un círculo inmenso, como un mar incendiado.
6 Naufragios deplorables flotan por allí. Pasa un cuerpo enorme recién desgarrado que se parece al cuerpo de una reina.
7 ¡Oh Grecia! He aquí que pasan miles de niños, en pañales aún, y llevan un cuchillo hundido en el pecho.
8 He aquí que pasan madres.
jovenzuelas. Al principio, brillaba como estrellas su inmensa multitud.
Estaban contentas, pero las agarró la hora mortal.
9 Las rosas de sus coronas están deshojadas.
Sus blancos pechos están desnudos infectados por la boca de feroces bárbaros.
118


00119

El espectro
10 Helos ahí. Pasan también montones de combatientes, gloriosos marineros, inolvidables, valerosos soldados y una muchedumbre apacible.
11 En vano desnudaron sus afiladas espadas.
En vano recogieron laureles.
El viento se llevó de repente toda esperanza.
12 Desierto está ahora el mar.
Y he aquí que, a lo lejos, como nubes en el horizonte vespertino, vuelvo a ver tierra e islas.
13 Ciudades destrozadas aparecen por allí. Restos de torres, de templos, de aldeas.
Arados, barcas y armas olvidados.
14 No veo a ningún ser vivo.
Ni a uno dejó la cruel suerte sobre teatro semejante.
Veo llorar a los pueblos por su precoz y miserable destino.
119


00120

Andreas Kalvos
15 La Discordia, enorme, terrible, con sus alas extendidas, como un águila inmóvil, está suspendida, alto, en el aire.
16 “Yo”, grita, “yo borré del mundo a un pueblo.
Y ahora me regocijo ante esta tierra arruinada”.
17 Tras sus palabras, la de mala reputación vierte sangre de dos copas y se cubren de púrpura todos los campos celestes, la tierra y las islas.
18 El espectro se fue, se fue como un sueño. El aire purísimo desciende y refresca mis labios y mi alma.
19 ¡Oh Grecia! ¡Oh patria mía!
¡Madre de las más dulces esperanzas! Te veo aún con vida y en el combate, y me repongo:
120


00121

El espectro
20 Huye, huye del peligro por la cruz que lavas con tu sangre. Por el nombre de la sagrada libertad de tus hijos.
21 Hasta hoy te han ayudado la llama inspirada por Dios del pensamiento, las enormes, inesperadas, innumerables hazañas, y tu fuerza.
22 Pero ha llegado el momento del peligro. El glorioso laurel de tu cabeza está temblando.
Y el enemigo está atento a arrebatártelo.
23 Debes saber que, así como el valor salva al soldado en las danzas de la guerra, así en ellos la concordia salva a los pueblos.
121


00122


00123

Oda décimo octava [XVIII]
A la victoria
1 Tú, ser a quien la fantasía llameante de los mortales ve como a una virgen alada en el aire, eres obra celeste.
2 Una estrella que nunca se apaga brilla en tu frente, oh Victoria, y a tu alrededor se amontonan inútilmente las noches de los siglos.
3 La mano que preparó la túnica de los cielos, sale de doradas nubes y te muestra a valerosos hombres.
4 Tú vuelas sobre ellos y les esparces hojas inmarcesibles.
Ellas regocijan a los vivos e incluso a los que han muerto con nobleza.
123


00124

Andreas Kalvos
5 ¡Ay! ¡Estás viendo que las altas, e intranquilas cañas del estanque se inclinan al rápido aleteo del Noto*25 y del Euro**!26 6 De crujidos llenan incesantemente, en toda su extensión, la inmensa llanura, pero nadie ha contado su multitud.
7 Sin embargo, los cazadores meten fuego por allí y, al instante, la llama ha pasado de un extremo a otro quemándolo todo.
8 Desierta, al descubierto, brilla ahora la espalda de las aguas. El viento ha esparcido los restos del humo y la ceniza.
9 Densas, densas como cañas al viento, veíamos moverse en nuestros campos las armas de nuestros enemigos.
Pero todas cayeron.
*
Viento del sur.
**
Viento del sudeste.
124


00125

A la victoria
10 ¿Dónde están las numerosas lenguas de las espadas relampagueantes?
¿Dónde están las manos de nuestros incontables enemigos?
¿Dónde el orgullo?
11 El Hades, ancho y oscuro, profundo e ineludible, abrió la boca debajo de ellos.
Se hundieron, se desvanecieron, se cerró la tumba.
12 Así, desde el Sol, como gotas de fuego, caen las horas al mar de los siglos y se pierden para siempre.
13 Oh Victoria, teje coronas para los griegos, pero no como las que regalas al vanidoso rey bebedor de sangre.
14 No como aquéllas. Sobre ellas gotean las lágrimas de los pueblos y se ajan velozmente como la hierba quemada por la serpiente.
125


00126

Andreas Kalvos
15 Ve al Paraíso.
Allí crece un laurel.
Un ángel resplandeciente lo guarda y lo riega con estos cantos: 16 “Crece por el triunfo, crece por el amor de la libertad y de la patria.
Crece, laurel, sin que nunca te hiera el rayo”.
17 Busca las ramas más floridas y más inmarcesibles.
Teje con ellas las coronas y añade incluso dos clases de rosas.
18 Blancas y fresquísimas, como estrellas de la mañana, crecen bajo los pies divinos y caen con frecuencia en el mundo.
19 Tú las conoces, porque adornaste con ellas, muchas veces, a los que no pisotearon con violencia al enemigo cuando depuso sus armas.
126


00127

A la victoria
20 Tú las conoces, porque las regalaste a cuantos no alzaron sus pesadas manos contra ancianos o doncellas convertidos en botín de guerra.
21 Si honras con ellas al héroe, la tumba acogerá su cuerpo, los cielos acogerán su corona y su nombre.
127


00128


00129

Oda décimo novena [XIX]
Al traidor
1 Dio la espalda.
Huye, huye el traidor.
Lleva armas sin brillo y envenenadas. Su pecho se convirtió en el Hades.
2 Dejó atrás la cruz y a los griegos. Tendió amigablemente su mano a los turcos y se prosternó a la ley bárbara.
3 Lo acompaña una enorme y negrísima nube del aire.
Incluso un rayo sin sacudir se cierne sobre él.
Y un vigilante destino.
4 Oh Varnakiotis*,27vas corriendo y el golpe de tus pies retumba, como si corrieses por la bóveda hueca de un abismo profundo.
*
Jefe militar de la Guerra de la Independencia.
129


00130

Andreas Kalvos
5 Si, fatigado, te tiendes a descansar en la hierba, la conciencia punitiva se acuesta contigo y transforma la hierba en dragones.
6 Tú rehuyes la luz del día, con el miedo de que las largas espadas de los traicionados vuelvan a verte.
7 Llamas a la noche y viene.
Pero te imaginas a enemigos armados envueltos en la oscuridad y te vuelves loco.
8 Si escuchas el doloroso lamento fúnebre de una viuda o de un recién nacido, te echas a temblar y tu vaso cae roto.
9 Si ves que alguien se ríe de alegría en una cena de amigos, tus cejas gotean sudores de muerte.
130


00131

Al traidor
10 ¡Oh, qué vida compraste, traidor Varnakiotis!
Y ¿qué esperabas? La divinidad concede regalos semejantes a quienes son como tú.
11 Si querías oro, lo habrías encontrado, espada en mano, riqueza abundante en las tiendas agarenas, 12 Si querías venganza, herido por los insultos de las bocas griegas, la mejor venganza es la compasión.
13 Si querías un nombre ilustre y grande, y que, al pasar tú, todos los ojos se volviesen a mirarte con admiración, 14 elegiste, miserable, un camino equivocado.
Los griegos a los que traicionaste son admirados en todo el mundo y se les llama héroes.
131


00132

Andreas Kalvos
15 Y Varnakiotis se convirtió en un hombre despreciado.
¡Procura que tu destino te conceda una tumba que nadie conozca!
132


00133

Oda vigésima [XX]
El altar de la patria 1 ¡Corred, hermanos, corred, cálidas y generosas almas!
Corred, todos, alrededor del resplandeciente altar de la patria.
2 Que cesen las discordias que arrojan las naciones ciegas bajo las durísimas garras de los vigilantes y engañosos tiranos.
3 Corred aquí. Entrelacemos los bailes de común acuerdo y que cada uno ofrezca un sacrificio ilustre y valioso a la patria.
4 Purifiquemos aquí, de buen ánimo, nuestras pasiones.
Tomemos con fuerza nuestras armas sólo para herir el pecho de Osmán.
133


00134

Andreas Kalvos
5 Derramemos aquí todas nuestras riquezas. Mientras sostenemos la espada desnuda, nos bastan las honrosas hojas del laurel.
6 Y después, cuando hayamos destrozado el yugo enemigo, nos volverá a conceder otras riquezas, no inseguras, la libertad.
7 Abandonemos aquí, amigos, los placeres y el descanso.
El lecho de la esclavitud es piedra dura y el pan, veneno.
8 Aquí, junto al altar, dejemos ahora, en ofrenda, a nuestros familiares, a nuestros hijos queridos y a los ancianos.
9 Cuanto es querido en nuestros corazones no se aviene bien con hombres que se asustan ante el insensato y bárbaro cetro.
134


00135

El altar de la patria
10 Ni la vida se aviene bien.
Corred, hermanos, corred.
Hemos bailado al unísono.
Muramos al unísono por la patria.
135


00136


00137

ÍNDICE Sobre Andreas Kalvos ................................................................... 9 Preámbulo ......................................................................................... 19 El patriota ........................................................................................ 21 A la Gloria ....................................................................................... 27 A la muerte ...................................................................................... 33 Al batallón sagrado ........................................................................ 41 A las Musas ...................................................................................... 45 A Quíos .............................................................................................. 51 A Parga .............................................................................................. 57 A los agarenos ................................................................................ 61 A la Libertad ................................................................................. 67 El Océano .......................................................................................... 71 La Musa británica .......................................................................... 79 A Psará ............................................................................................. 85 Los volcanes .................................................................................... 91 A Samos ........................................................................................... 99 A Suli ............................................................................................... 105 Los buenos deseos ....................................................................... 113 El espectro ..................................................................................... 117 A la Victoria .................................................................................. 123 Al traidor ....................................................................................... 129 El altar de la patria ..................................................................... 133
137


00138


00139


00140


00141


00142

Biblioteca de Autores Clásicos Neogriegos